Foro de Cuentos
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La segunda oportunidad ...

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Mensaje  Koda92 Vie Jul 15, 2011 8:05 am

Con el croar de las ranas, el canto de los grillos y esa gran esfera blanca que hoy es menos difícil ver desde la oscuridad de la tierra, me dirijo a casa. Los pequeños puntos de colores en el cielo que solo aparecen cuando el viento sopla: toman la forma de un ave. El camino a casa es largo y mis piernas ahora tiemblan a causa del frio.
Pronto llegare sin un centavo que mostrarle a mi familia aunque fue hoy día de pago. El dinero por el que me mate toda la semana y usaría para dar alimento a mi familia por ocho días, se quedo con Don Raúl, él dueño de “El Cóndor”, lugar que aguardo las famosas borracheras de mi padre, ahora las mías y por cómo se den las cosas también las de mi próximo hijo.
Don Raúl tiene la chicha más fermentada del pueblo, el aguardiente más sabroso y las canchas de tejo más grandes del pueblo. Posee una mina de oro y un miserable lugar que se llena de almas todos los días porque también allí se les absuelve por algún tiempo de sus malos actos. Serán sanados con el levantar de un vaso, con danza y música como parte esencial de este pintoresco lugar. Todos los días se lleva acabo el mismo ritual donde las personas condenadas engañan sus mentes con pócimas de cebada, anís y el falso amor que dicen no conseguir en casa. Cantan y gritan acompañados de acordes de guitarra, caja, acordeón y guacharaca.
Mientras camino silbo las melodías escuchadas en aquel ritual y aunque soy consciente de que mis silbidos podrían llamar acompañantes, continúo. Silbar hace agradable el camino a casa y hace fluir mis ideas que buscan una excusa para lograr mentirle a mi culpa.
Parece no importar que me encuentre en un camino solitario, arropado bajo la oscura noche y que mi machete no esté a mano, si no clavado en un tronco de mí puesto de trabajo. El aguardiente me ha dado la valentía para continuar, además llevo en mi billetera una cruz de Papá y unas pequeñas hojas de Ruda por si las criaturas intentan arremeter contra mí, como acostumbran hacerlo con los borrachos e infieles.
De repente, movimientos bruscos, risas y algarabía entre algunos matorrales se hacen presente. Son manifestación de la presencia de algún ser de otro mundo -¡Brujas! Que volando de rama en rama se aprovechan de mí poca visión en la oscuridad y crean un terror invasor de cuerpos. Puedo imaginar sus formas horrendas, desgarrando con sus uñas los arboles que dejan a su paso, son mujeres con ropas negras de las que solo sus patas largas y flacas como de gallina sobresalen. Llevan abrigos con plumas de cuervo para el frio y son casi invisibles gracias a las tripas de gato que cuelgan de sus cuellos. Disimulan su presencia creando agitación en los animales que están a su paso.
Puede que sea mi mente jugando una mala pasada pero los arboles toman vida con la ayuda del viento, sus movimientos bruscos provocan dentro de mí algunos sobresaltos que no pienso disimular porque en la oscuridad solo me verían los murciélagos.
Recuerdo el terror que de niño sentía cuando mis primos desafiaban a las brujas y fantasmas silbando, y gritando hacia el bosque. Sé que hoy ya no soy ese niño, pero siento el mismo terror de ese entonces.
Los rasguños que se escuchan en los arboles son más fuertes y esto eriza los bellos de mis brazos, se mantienen de punta mientras una corriente eléctrica se apodera y hace lo que le viene en gana con mi cuerpo, pienso en una estrategia para escapar de este horrible lugar y refugiarme lo más pronto en mi hogar; mi cabeza piensa en mil cosas y en ninguna a la vez.
Los fuertes movimientos de un árbol, acompañados de una ráfaga de viento en mi contra me prevén de los próximos movimientos de las criaturas -Irán por mi cuello pensé.
Un impulso más que violento me hace correr como no lo había hecho por más de medio siglo, mis piernas recuperaban en instantes la fuerza que habían perdido con el pasar de los años, sentí los manotazos de las criaturas por el aire y sus ganas por atraparme y llevarse mi alma.
Corrí una distancia que parecía infinita, mis traicioneros pantalones se intentaron caer y con cada paso me hacía más torpe, sentía mis piernas como de gelatina. De repente caigo al piso fatigado y débil, mis piernas tiemblan de una forma extraña, como si las criaturas hubieran poseído y llenado de gusanos a estas -Es tan espeluznante que deseo arrástrame, tirado aquí soy una presa fácil pero no lo hago porque las palabras de mi padre fueron bastante claras - Somos campesinos y nosotros no nos arrastramos.
Me pongo de rodillas, mis manos cubren mi cabeza y no pretendo levantar mi mirada, el miedo a lo que pueda ver mantiene cerrados mis ojos con tanta fuerza que no cederán mientras no lo consideren apropiado; ¡estoy totalmente paralizado! no me muevo ni un poco.
En mi cabeza numerosos recuerdos forman una imagen clara y perfecta de los pasos para antes de ir a dormir y como rayos de luz las imágenes en mi mente iluminan la oscuridad de mis ojos.
Veo a Mamá pronunciando sus hermosas palabras. Las oraciones que con tanta belleza me enseño, tan semejantes a las escritas por aquel juglar Chileno y que solo podía guardar en mi mente si tomaban ritmo. Ahora junto a la voz de mi madre repito: El señor es mí pastor y nada me falta…
Aun mis ojos permanecen cerrados y mi mente posee la imagen de las criaturas macabras, siento el odio de sus miradas, sus uñas enterrándose en la tierra con cada paso que dirigen hacia mí además su respiración es profunda como la de un perro que busca huesos.
Abro mis ojos y me levanto un poco, mis manos cubren mi cara y mis ojos buscan un espacio entre mis dedos pero no consiguen ver nada; desconozco la distancia a la que me encuentro de mi destino ni la que tiene las garras de las criaturas que levitan hacia mí. Llevan sus cadavéricas manos a los costados o a la altura de sus pechos. Sus rostros malformados y horrendos se contorsionan para alistar los colmillos ubicados en sus mandíbulas.
De repente siento unos largos y fríos dedos tocando mis manos y con fuerza logran alejarlas de mi cara. Abro con rapidez mis ojos, desesperado por conocer a estas criaturas pero no consigo ver nada.
Con mi mirada busco a mí alrededor hasta que el sonido de un aleteo guía mi mirada hacia un alto árbol donde dos enormes gallinazos se encuentran “Son bestias enormes con grandes ojos amarillos”, mi corazón se paraliza cuando estas extienden sus alas y saltan para acercarse a mí.
Se mueven de forma extraña como si su interior se quemara, estos movimientos dan una forma más humana a las criaturas, convirtiendo sus alas en brazos y sus patas en piernas.
La Luna inicia una gran lucha contra una nube que desea esconderla esto hace que su luz ilumine poco a poco este lugar. Tocando a las criaturas me permite ver sus piernas: tan delgadas como las de niñas pequeñas y en sus pies unas largas uñas como de gallina.
Sus troncos son pequeños y están cubiertos por plumas negras; mientras la luz llega a sus rostros mi respiración se agita, mi corazón suena semejante a un redoble de tambor y se infla intentando huir de mi pecho.
Cuando la luz de la luna llega a sus caras, casi muero son: rostros tiernos y naturales son los rostros de mis hijas. Mis piernas se levantan de la posición en la que estaban y de nuevo la luna vuelve a ocultarse, el terror que producen corre por mis huesos y expulsa por mi frente y espalda grandes y frías gotas de sudor.
Una de las criaturas se acerca a mí lentamente. Sus movimientos vuelven a ser aterradores además se acompañan con el fuerte crujir de hojas secas, intento tapar rápidamente mis ojos pero de un salto la criatura pone su rostro frente al mío. Sus ojos son fríos pero poco a poco se transforman en ojos conocidos, tomando color y brillo. Son los ojos de “Mi mujer”.
Asustado me alejo de esta criatura que mantiene su mirada fija en mi, y moviendo su cabeza como si fuera una paloma de la plaza vuelve donde su compañera. ¿Qué es lo que desean?- grito mientras añoro la muerte, pero de su parte no hay respuesta alguna.
No muy lejos escucho los pasos de un caballo, de color negro con hermosas melenas peinadas y cortadas se detiene frente a mí y desciende la enorme mano de alguien diciendo: -¡Suba amigo!, esta no es hora para andar pendejeando en el bosque. De un solo salto quedo abrazado a aquel jinete que llevaba consigo una tranquilidad inmensa, un fuerte aroma de tabaco y sudor.
Las criaturas se encontraban a poca distancia de nosotros, sin vacilar y con una fuerza implacable aquel misterioso hombre grita: - ¡Arree!
Las dos criaturas parecen dispuestas a no dejarnos pasar, pero el caballo lanza un fuerte sonido de batalla y con paso directo hacia las criaturas la atraviesa dejando su forma. Las criaturas ahora son una gruesa niebla negra que con rapidez vuelve a su forma. Giran sus cabezas y de nuevo clavan sus ojos amarillos en mí mientras el fuerte galope de la bestia me aleja de aquellas infernales criaturas, siento como la tranquilidad vuelve a mí ser.
El camino junto a este jinete fue silencioso y tranquilo, no interrumpió mis pensamientos hacia: ¿Por qué estas criaturas me atormentaron tomando la forma de las personas que tanto aprecio? y ¿como el brillo de los ojos de mi esposa no se ha perdido con el tiempo y mis errores?
De pronto me encuentro frente a casa con los efectos de las pócimas que pague desaparecidos del todo y con una hermosa luna: más grande y brillante sin nubes que oculten u opaquen su luz.
Aquel santo que me ha traído a casa, amablemente ayuda mi descenso del caballo. La luz de la luna solo me permite que vea su ropa, que es tan sencilla como la mía. No me es posible ver sus ojos ni distinguir los rasgos de su cara, solo un gran bigote blanco.
Observo aquel camino que fue posible superar gracias a su ayuda, ya he olvidado las criaturas que dejamos atrás pero sé que estarán en mi mente por lo que me queda de vida.
Aquel santo de bigote blanco mueve sus manos como si se despidiera para nunca volverlo a ver, su caballo hace un sonido y se prepara para continuar su camino. Yo solo los observo mientras busco palabras que agradezcan lo que han hecho por mí esta noche, soy consciente de que no existe nada digno o semejante a lo que pretendo decir a ellos.
Mi mente reacciona instantes previos de su partida y levantando mi mano hacia los astros del cielo: Trazo a ellos la señal de la cruz con movimientos firmes y grito las palabras más especiales que he aprendido en mi vida.
Palabras que retumban en el aire mientras el jinete y su caballo se alejan de mí entre la oscuridad del camino: - Que mi Dios los bendiga.


Koda92

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