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ALICIA EN SU ÚLTIMO VALS

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Mensaje  diegonol1991 Miér Ene 30, 2013 5:49 am

Faltaba apenas una semana para que iniciara el carnaval de Villa Florencia. Las calles lucían preciosas llenas de flores y de fruta, de globos y de papel de mil colores con formas y figuras con detalles, con esmero, con paciencia, con pegamento y con pincel. Había un par de niños en las calles jugando a lo que sea y sus eternos habitantes, los más viejos, con una sonrisa bien fingida pero mal dibujada se saludaban cordialmente entre sí.

Villa Florencia es un pequeño pueblo olvidado casi todo el año excepto en estas fechas donde junto a sus pueblos vecinos, El Rosal y La Espina, preparan el maravilloso y ancestral “Carnaval de las Flores” que es sin duda el mayor espectáculo que durante todo el año en estos apartados lugares se pueda ver.

En casa de la familia Ramírez, Doña Carmen -la dueña de la florería más grande del pueblo- angustiosa preparaba sus flores y detalles para el carrusel, para los balcones, para las reinas y las princesas de la escuela Santa María de Isabel. Lo hacía cuidando de cada detalle pues no quería que en pueblo se corriera el rumor de que sus flores ya eran tan bonitas como antes o que sus colores ya no brillaban como lo hicieron ayer y que sus perfume ya no era tan exquisito pues sus flores dejaron de ser valiosas en un pueblo donde las flores la mejor muestra de afecto y cariño dejaron de ser.

Sin embargo el ojo humano percibe los infinitos y bellos colores aunque no los entienda y no lo quiera hacer. Su olor perfumaba las calles aunque nadie supiera distinguir una rosa de un clavel. Las más esperadas y buscadas eran las flores de primavera tales como la Fresia y sus casi 14 especies la mayoría de origen africano y cada una con un color que narraban su propia historia. El blanco, la lavanda y el púrpura y las caprichosas bicolores cuyos matices no eran este ni aquel. Estaba también la Flor de cerezo una de las más consentidas del festival. A pesar de ser de origen asiático sus colores y aroma hablaban un lenguaje universal. Mostraba su encanto y su belleza a todo aquel que le viera por primera vez. Entre tanta belleza las Anémonas no podían faltar. La famosa flor del viento, llamadas así por los griegos debido a que cuando el viento las acaricia esta flor deja caer sus pétalos para así completar un espectáculo de belleza y una danza de pétalos magistral.

Villa Florencia era un pueblo tan pequeño que allí todos se conocían. El padre Jacinto ya no necesitaba que sus habitantes fueran a confesarse pues él conocía de sus pecados mucho antes de que los cometan o porque se los contaba María luego de dar el mismo paseo por el bosque de los Recuerdos y volvieran al atardecer.
Doña Carmen no se había percatado de que su hija Alicia salió en la mañana quien sabe a dónde ni por qué. Pasaron cerca de tres horas para la que la despreocupada madre notara la ausencia de su más preciada flor “Alicia”. Su hermosa hija era una jovencita bastante reservada de buenos modales y de buena fe. Una soñadora en el día, una sonrisa al atardecer. Una caricia en las heladas noches y un suspiro al amanecer. Su madre la había enseñado todo lo que sabía de flores, de arreglos y de otras cosas que solo una mujer debe saber.

-Han pasado ya dos horas desde que Alicia salió. ¿Será que se ha perdido?

-¡Imposible mujer! En este pueblo nadie se ha perdido. Ni siquiera el ciego de la esquina donde vende frutas la hija de Don Ramiro. Respondió Don Miguel.

El padrastro que quedó inválido tras una fuerte caída en la primavera del año en que las flores se negaban a ser sacadas de sus jardines por las toscas y sucias manos de este hombre tan rudo y cruel. La madre de Alicia caminaba de un lado a otro y mirando siempre al reloj de pared.
Alicia nunca había salido de casa por más de media hora. Era un dulce flor que se aferraba a sus jardines. Le temía a la oscuridad y a su padrastro Don Miguel. Le temía al silencio y al ruido. Se asustaba incluso cuando alguna rosa de su jardín se marchitaba antes que cualquier otra o cuando tenía que ir a casa de su tía a traer algún encargo porque debía cruzar el seco y árido patio de su casa porque su prima tenía una extraña alergia las flores y margaritas, a las orquídeas y al clavel.
Justo cuando la locura y desesperación se apoderaba de Doña Carmen la puerta principal de su casa se abrió. No era Alicia pero era Sebastián el novio de Alicia. El joven de buena presencia y de buenas costumbres. El único heredero de la fortuna de un padre que se fue hace ya quince años y del cual nunca se supo nada incluso su nombre se ha borrado del preciado baúl de los recuerdos del hijo y de su mujer.

-Sebastián ¿dónde está Alicia? Responde muchacho que la ausencia de mi hija se nota en toda la casa y mis flores lloran cuando no la pueden ver.

-Buenos días Doña Carmen no se altere usted así. He visto está mañana a Alicia y me ha dicho que iría a...

-¿A dónde hijo mío? Contéstame porque siento que no resistiré.

-Lo he olvidado. Discúlpeme usted mi señora no le presté mucha atención.

El problema se hizo inmenso pues Doña Carmen llamó sin pensarlo dos veces a un policía para que resolviera este caso de una buena vez. Alicia debía estar preparada para el baile de esa noche y la única mujer que podía tocarla era su madre pues ella era celosa con sus flores y todavía más con la que esta noche sería nombrada la reina de las flores 2010.

Alicia salió a visitar el nuevo SPA que abrió sus puertas ofreciendo una gran variedad de tratamientos y maneras para que cualquier dama se sienta bien. Al llegar fue atendida por una encantadora mujer con la cual entabló una conversación bastante entretenida pero con un final bastante cruel. Quería sorprender a sus padres y amigos del pueblo entero y en especial a su amado y tan querido Sebastián. El único hombre al que amaba con profunda devoción, el dueño de su aroma y de sus colores. El jardinero que un futuro luego de un gran matrimonio tomaría la flor del jardín y probaría su dulce miel.
Isabel era el nombre de la dueña del SPA. Había llegado hace dos meses de la gran capital con costumbres diferentes y un diplomado en belleza y en otras cosas que Alicia no supo entender. Llegó con historias de amores perdidos y de amores nunca olvidados y de aquellos que en una noche se consumieron sin dejar rastro de su presencia al amanecer. Isabel hacía su trabajo mientras charlaba con Alicia de un hombre que conoció en el pueblo. Un joven alto de cabello claro con una nariz de muñeco y de unos preciosos de ojos del color de la miel. Alicia empezaba a cambiar su mirada y a pesar de que la descripción dada era prueba suficiente preguntó el nombre del hombre aquel.

La ausencia de Alicia provocó un caos en su casa. El oficial conocía mejor que nadie el pueblo y mucho más a la pequeña Alicia por lo que comprendía que cuatro horas de ausencia no eran una travesura o una fuga, era un completo desastre para el baile de gala y la ceremonia de esta noche. El oficial con la seriedad del caso interrogaba constantemente a Sebastián, a Doña Carmen y a Don Miguel. Pero ninguno parecía saber donde estaba Alicia. Don Miguel gritaba de histeria y Doña Carmen lloraba y rezaba una oración con el alma en los labios y con un crucifijo atado en sus manos decía:

-Señor trae de vuelta a su jardín a mis más preciada rosa. A mi Alicia a mi querubín.

Mientras tanto en aquel salón que embellece los rostros y entorpece al corazón Alicia escuchaba la verdad que le habían escondido a lo largo de toda su vida que por cierto es otra mentira también. La dulce muchacha escuchaba aterrada y sin atinar que hacer pues estaba atada a la fría y rústica silla de color rosa grisáceo sin hacer ni un solo gesto y no porque no pudiera hacerlo sino porque desde el fondo de su corazón deseaba escucharlo todo sin ninguna interrupción y así fue. Escuchó como cada noche luego de que su amado se despidiera de ella con besos volados y con sonrisas desde el balcón de su vieja casa hasta el jardín de Doña Anabel diciendo la misma mentira, los versos memorizados y las frases copiadas de amor y de fe.

-¡Te quiero Alicia! Mañana volveré.

- No temas. No dudes que mañana aquí estaré.

Dicho esto Sebastián corría sin perder ni un segundo a casa de la insaciable Isabel con la misma sonrisa y con el mismo discurso del balcón aquel, corría a saciar su pasión, sus deseos, su instinto o naturaleza en aquella mujer porque Alicia aún era una niña de diecisiete años y sin la experiencia y encanto que tenía Isabel. Alicia escuchó cada caricia, cada encuentro y cada suspiro de tal manera que incluso en un par de ocasiones luego de que su mente le jugara unas cuantas bromas sintió esas manos recorrer su cuerpo desde su cabeza hasta los pies. Sintió por un momento que no era Alicia. Sintió que Alicia era Isabel.
En un pueblo tan pequeño una mentira es difícil de esconder pero una mentira suelta era exactamente lo que Alicia no pudo ver. Isabel continuó con su relato y cada palabra que decía lo hacía con tanto placer intentando revivir cada encuentro que tuvo con el hombre aquel. Le parecía emocionante expresar su delirio con su nueva amiga en su nuevo SPA de la calle Villareal frente a la frutería de Margarita y junto a la zapatería de Don Ezequiel. Siguió contando su experiencia en el nuevo pueblo con su nuevo amante y repitiendo constantemente el nombre “Sebastián”. El joven de 19 años hijo de Doña Rocío la señora que vivía esperando la llegada de un marido que nunca se fue y vecina de una tal señora Carmen esposa de un tal señor Miguel. Lo que no sabía era que Alicia -su nueva amiga- era la mujer de quien cada noche se reía a costa de su inocencia porque mientras Alicia esperaba a la mañana para ver a su amado en el mismo balcón con la misma sonrisa que dibujaba para él y decirle que toda lo noche pensó en sus palabras en sus promesas en sus mentiras y en otras cosas que Dios sabe bien, Isabel no quería que la mañana llegara porque junto al alba se iría su sueño o más bien el hombre de la noche de ayer. Se escaparía de sus sábanas, de su cama y de su cuarto ubicado en el segundo piso sobre el mil veces nombrado SPA que abrió sus puertas hace ya dos meses aunque parezca que todo esto apenas pasó ayer.
Terminada la sesión luego de que las aguas y el vapor hicieran su trabajo y que las pinturas y el sacador cumplieran su papel Alicia se levantó como un muerto de su tumba. Lentamente se acercó a Isabel. Le dio las gracias y pagó por el servicio. Isabel no dejaba de decirle lo hermosa que se veía y que de seguro sería electa la flor del Carnaval de las flores 2010. Alicia no respondió ni una sola palabra asintió con su cabeza y tomó de las manos a Isabel. La miró a los ojos intentando encontrar un por qué. Una respuesta a su pregunta o una mentira más que cure su herida. Buscaba otra mentira pero que no fuese tan cruel.
Con un beso en la mejilla Alicia le dio las gracias a Isabel por abrirle los ojos y mostrarle la verdad que por tanto tiempo le fue negada por sus propios seres queridos y por todos los habitantes de su pueblo natal.

- ¡Alicia vuelve pronto te espero el próximo mes!

Esas fueron las últimas palabras que Alicia escuchó de Isabel.
Alicia salió del salón lentamente y con mucho más que un simple cambio de “look”. Sus manos estaban como nuevas, sus pies parecían nunca haber tocado el suelo y su piel era fresca como el agua y suave como algodón. Su negro cabello brillaba más que nunca y danzaba al compás de la ligera brisa de atardecer que al igual que las campanadas de la iglesia se presentaba sin falta todos los días exactamente a las 6:00 p.m. Hora en la cual el padre Jacinto tocaba las campanas no porque le gustara hacerlo, sino porque de lo contrario, el pueblo notaria que casi nunca estaba en la iglesia y que nunca le gustó ese lugar.
En realidad Alicia pagó por un cambio y fue exactamente lo que en ese lugar recibió y a un precio bastante económico tomando en cuenta lo que allí consiguió. Sus inocentes y azules ojos dejaron de brillar. Su sonrisa se borró aunque sus labios brillaban y parecían más dulces que nunca incluso parecían cerezas bañadas en oro y cubiertas de miel. Pero algo de ella se escapaba con cada paso que daba. Intentaba escapar de la realidad descubierta sin buscarla y de la tristeza que se mostraba frente a ella como un altar de sufrimiento al que rendiría culto pues la sombra de la noche se acercaba rápidamente cual si fuese un ladrón pretendiendo llevarse hasta el último de rayo de luz que habitara en su casto corazón.
Pasaron unos diez minutos antes de que Alicia recuperara la voluntad sobre sus pies que no dejaron de moverse a pesar de que no sabían a dónde ir. Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer en ese momento sus ojos se encendieron a tal punto que sus pisadas dejaron de ser torpes y sin dirección porque sin la menor duda caminó hacia el puente que divide a La Florencia del pueblo vecino llamado El Rosal.
Caminó sintiéndose pura y sin pecado. Sin cadenas ni bultos con los que siempre tuvo que cargar. Sus manos se unieron al viento y sus pies se unieron a las pequeñas gotas de lluvia que empezaban a caer formando pequeñas alfombras de agua que cubrían los huecos de las calles olvidadas de La Florencia. Era un bellísimo espectáculo verla caminar pero ninguno de los habitantes del maldito pueblo lo pudo notar. Levantó su mirada intentando encontrar lo que había perdido o tratando de mostrar al cielo lo que había hallado: odio, ira, tristeza y dolor. El cielo lloraba junto a ella y la abrazaba mientras que el viento susurraba tristes notas con llanto y con pasión. Pero nadie en todo el pueblo lo notó.
Un par de lágrimas se escaparon de sus ojos. Se deslizaban tratando de acariciar sus rosadas y suaves mejillas, trataba de consolarse a sí misma pues incluso sus cabellos cubrían su rostro para que la gente no la viera llorar. Por vez primera en su corta vida abrió sus ojos no para mirar sino para dejar escapar con toda libertad la tristeza que sentía por haber perdido lo que en aquel olvidado pueblo nadie jamás halló. Con sólo diecisiete años, seis años de escuela, dos horas en el SPA y apenas un amor entendió que su alma era demasiado pura, sin mancha, sin cicatriz, sin huella ni señal. Un alma que mostró cariño en un pueblo en donde predominaba la avaricia, el adulterio, la mentira y la esclavitud. Un pueblo lleno de almas que se ataron a las cadenas de la costumbre y con sus crueles mentiras destrozaron las débiles raíces que quedaban del amor. Era una niña que en el amor creyó y a él se entregaría sin duda ni divagación.
Tomó con sus manos el vestido blanco que su madre que le regaló esa mañana y se lo puso encima de la modesta, sucia y mojada ropa que siempre usaba. Se sintió una princesa, un hada en un cuento de amor. Subió al borde del puente del Duque de Villamarín y bailó. Sus ojos ya no lloraban y de su rostro el maquillaje se corrió. Su cabello perdió dirección alguna y al vals de los recuerdos se unió. Todo su cuerpo era una obra exquisita y sus virginales piernas una oración. Alicia reía y bailaba como nunca pero ahora sin pareja, sin mentiras, sin zapatos y sin canción.
Mientras tanto en casa de la familia Ramírez, Sebastián el embustero de esta historia el creador de la traición, recordaba con lentitud las últimas palabras que Alicia le dijo en la mañana antes de salir. El oficial lo presionaba para que intentara recordar algo. El llanto de la madre de Alicia le retumbaba en su conciencia y la mirada sombría del enfermo padrastro Don Miguel empeoraba la situación. De hecho el falaz adolescente no hubiese recordado si Alicia así no lo hubiese querido. Un ventarrón abrió puertas y ventanas de la vieja y cansada casa sacudiendo todo en su interior incluso dio un empujón a la descuidada memoria de Sebastián, quien a los pocos segundos del extraño suceso recordó con lujo de detalle lo que Alicia le dijo antes de salir.
Su cara se tiñó de un color blancuzco y enfermizo estaba pálido y se le cortaba la respiración. Ante la mirada de todos Sebastián abrió la puerta principal y salió a la calle tambaleándose en medio de una terrible lluvia. Estaba embriagado de dolor pues sabía que Alicia no volvería esa noche ni la siguiente porque en el puente el baile terminó. Continuó caminando sintiendo como aquella noche su alma junto a Alicia en el río San Felipe se hundió. En medio de los gritos del policía, las sacudidas de Doña Carmen y la misma pregunta de todos a la vez:

-¿Dónde está Alicia?

Se tomó del cabello como aquel idiota que en una tonta apuesta lo pierde todo, con la rabia de haber nacido en aquel pueblo y con la tristeza de haber dejado ir lo único que tenía, levanto su mirada al cielo en señal de derrota postrado en el asfalto y con la poca fuerza de hombre que le quedaba gritó:

-¡Mierda Alicia fue al SPA!

El mismo grito que aún se escucha entre las calles del pueblo y se lo escucha más claro en el puente del Duque de Villamarín que permite el cruce del río San Felipe donde al poco tiempo, Sebastián el único amor de Alicia, la vida se quitó.

FIN

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