NEFERTITI EN EL ATELIER DE TUTHMOSIS
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NEFERTITI EN EL ATELIER DE TUTHMOSIS
NEFERTITI EN EL ATELIER DE TUHMOSIS
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LA FINESA ARTISTICA
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por Alejandra Correas Vázquez
La variedad del arte atoniano nos ofrece el naturalismo más sutil posible, con Tuthmosis.. El arte atoniano se prestó para ello, dimensionando sus posibilidades. El era un naturalista que se internó en el sujeto, indagando en su psicología, para retratar a Akhenatón con todo su componente emotivo.
Y a la bellísima Nefertiti que él inmortalizó.
Akhenatón está presente en este atelier con figuras que lo muestran como un joven muy delgado de cuerpo bien constituido. A través de la obra de Tuthmosis podemos adentrarnos en su interior,. Observamos que el personaje contiene: Profundidad y sensorialidad. Firmeza y ternura. Austeridad y dulzura.
Akhenatón era un muchacho muy complejo, como se necesitaba para aquella empresa. Pero asimismo dinámico y de estados emotivos por momentos opuestos. Junto a Tuthmosis afloraba en él la dulzura y la sensibilidad. Esto que manifiesta como riqueza de expresiones, es un alma y una mente al desnudo que no calló nunca sus sentimientos, ni sus pensamientos.
De esa abierta amplitud con que el muchacho dirigente exponía sus ideas a sus compañeros de empresa, habría de surgir además una motivación artística nueva. Como también una motivación analítica, sobre aquel hombre joven que posaba frente a sus retratistas. Y allí Tuthmosis jugó un papel psicológico profundo, registrando sutilezas de su personalidad guardadas en su obra de arte, como joyas para el tiempo.
El Akhenatón que todo el mundo conoce, es el Akhenatón simbólico de Bok. Y la Nefertiti que todo el mundo conoce, es la Nefertiti naruralista de Tuthmosis.
Pero en ambos casos trátanse de estilizaciones ideales. Por detrás de estos trabajos hay largos procesos de taller. Pudiendo decirse además que para llegar a estas síntesis, el resultado final no se elabora con el modelo vivo al frente, sino a partir de una secuencia de estilizaciones.
Esto lo podemos observar hoy día en la serie “Jacqueline” (última esposa de Picasso, periodista francesa) que partiendo desde el naturalismo académico, se llega hasta la figura cubista. En libros de pintura especialista se ofrece la secuencia completa. Allí podemos advertir que la idealización resultante mantiene empero, un respeto cabal por los rasgos esenciales de la modelo. No hay cambio en ella, sino estilización.
Para constatar esto podemos comparar la abundante serie de la pareja Akhenatón y Nefertiti, en trabajos naturalistas de Tuthmosis. Vemos allí que ella es bastante más baja que él, lo cual nos sorprende, con una delicada figura. El es alto y luce un perfil semítico, heredado de su abuelo fenicio Yua, con un cuerpo muy armónico y varonil. Es importante ver estas esculturas naturalistas para conocer con exactitud cómo eran en la realidad física Akhenatón y Nefertiti, con una precisión casi fotográfica. O sea conocer al muchacho faraón, muy joven cual lo vemos allí,
Pero al mismo tiempo reconocemos también en ambas figuras, como en el caso de las Jacquelines picassianas, que sus rasgos no han sido alterados, responden con exactitud al esquema idealizado. Para llegar a esa síntesis artística hay que tener un dominio muy completo del naturalismo, pues sin cumplir con este postulado no es posible un logro artístico de gran nivel, como el que se obtuvo.
Goya decía a sus alumnos de la Escuela de San Fernando, que hoy es museo en Madrid: “Hay que pintar un bigote pelo por pelo durante mucho tiempo, para lograr pintar un bigote de un solo trazo”. Esto es válido para comprender el largo período de elaboración que tenían los artistas atonianos.
La cabeza policroma de Nefertiti es una obra intemporal, puesto que es la obra de un hombre, de un artista no condicionado: Tuthmosis.
Es la pieza magistral del individuo libre, donde el autor expresa esa propiedad individual del autocriterio, en materia de arte plástico, que produjo la revolución atoniana. Y se manifiesta allí en primer lugar, con toda su frescura y encanto dentro de la obra del escultor Tuthmosis.
La segunda peculiaridad que otorga a este artista atoniano un lugar propio, es el de haberse hallado su taller completo ...¡Intacto!... en plena actividad. Tal cual él y sus discípulos lo abandonaron un día determinado, por su voluntad o por la fuerza.
Pues el taller de Tuthmosis apareció ante los ojos del excavador alemán como si aún el maestro estuviese allí, en plena labor. Piezas inconclusas. Moldes sin vaciar. Bocetos iniciados. Trabajos para continuar. Dibujos sobre piedra para tallar. Obras. Piezas concluidas de colección... como la cabeza de Nefertiti.
Sólo la ausencia de sus ocupantes testificaba que en aquel lugar hacía tres milenios que nadie transponía sus umbrales.
¿Cuál es el misterio que envuelve a este taller de Tuthmosis? Si los enemigos de Akhenatón hubiesen irrumpido de golpe para aprisionar a quienes trabajaban allí, la destrucción de los trabajos habría sido un hecho inevitable. Y si ellos lo abandonaron voluntariamente, no hubieran olvidado al partir, aquel tesoro de maravillas escultóricas... como la cabeza de Nefertiti, emblema hoy para todos, de Egipto. Obra de arte que no alcanzó a salir de ese lugar, ni tan siquiera para ser colocada a la vista de todos los jóvenes atonianos.
Tal vez una última explicación sea que ante una imprevista voz de alarma, ellos se alejaron del lugar corriendo en un instante dado, pero pensando en regresar muy pronto. Hecho que no llegó a producirse. De alguna forma extraña partieron de inmediato, sin hacer sus valijas. No retornaron. Todo quedó allí intacto. Y los modernos arqueólogos al violentar aquel recinto sagrado de creatividad y arte, trajeron a Tuthmosis nuevamente hacia la vida, para darle el sitial merecido de los grandes creadores.
Todos los artistas de la historia han tenido un escenario particular y la revolución de Akhenatón, como puede ser la de un poeta, era un momento óptimo para la innovación en el arte. La creatividad atoniana responde a su proceso social donde se proponía una nueva cultura.
Allí se establece en el concepto estético un contraste profundo con la tradición monumental egipcia. Aparece el “naturalismo” y se abandona el formalismo. Comienza el estudio humano de los personajes, con la penetración psicológica de cada individuo, donde Tuthmosis es el vocero.
Frente a la frialdad de las obras anteriores del tradicional Egipto, en contraste también con las obras impersonales de los cretenses (radicados en masa en el Nilo) y la inmovilidad escultórica babilónica, sumérica, cananea y fenicia en general, se crea en el atonianismo un concepto artístico nuevo. Comienza ahora aquí, bajo los rayos solares de Atón, a desarrollarse la estética del estudio humano. Se plasma a la madre naturaleza en toda su realidad, donde el brillo original de este artista atoniano impone su sello propio.
El genio creador necesita libertad, y Tuthmosis hace uso de ella. Su rey, que es uno de sus mejores amigos, puesto que los atonianos por sobre todo eran amigos por ser iguales ante Atón —y de quien este artista es uno de sus “amigos íntimos” a los que invocó Akhenatón al fundar su ciudad— no es para este escultor un Faraón al que debe representar con solemnidad. Por el contrario. Es simplemente un personaje humano. Un modelo vivo al que Tuthmosis representa e interpreta con absoluta libertad.
Con un preciosismo natural Tuthmosis nos ofrece el rostro del rey poeta, dentro de un celo naturalista que refleja su expresión humana, al detalle. Es un artista sutil. Desnuda el alma y Akhenatón está por su intermedio presente ante nosotros, con toda su juventud. Podemos penetrar en su psicología para entrever en esos ojos grandes con forma de almendra del dirigente, profundidad de mirada. En su gesto, firmeza y ternura. En el conjunto de cuerpo entero, austeridad y dulzura. Manifiesta a través de este artista riqueza humana de expresiones, con esa alma abierta que no calló nunca sus sentimientos, ni opiniones. En este juego de valores, Tuthmosis tomó lo más impactante de él y percibimos que el rey revolucionario está callado, posando, pero sigue pensando.
Con esa actitud permanente de meditación, este muchacho revolucionario y faraón exponía a sus compañeros de empresa nuevas propuestas, y lográbanse concretar dentro de ellas distintas posibilidades. Habría de surgir entonces esta creatividad artística distinta. Junto a una motivación analítica sobre el hombre. Estudio escultórico y psicológico que registra sutilezas guardadas, como joyas para el tiempo.
Advertimos también que Akhenatón es más alto que el resto de sus compañeros, en especial junto a Nefertiti, de lo cual se deduce que había heredado aquella condición de su abuela paterna Mutemuia, princesa aria. Es dable pensar que otras condiciones personales también incluían esta herencia. Como su capacidad de acción, de fuerza empresaria, que es propia hoy del pueblo europeo.
En la cabeza policroma de Nefertiti —la más famosa de este atelier— hay una sublimación de su belleza. Pero no es la única que él ha hecho de ella. Se destacan otras más naturalistas. Sin embargo en ésta, que es la más difundida por todo el mundo, él hizo una recreación purísima de sus facciones y es necesario comentarla. Ha modelado su rostro casi acariciándolo, y técnicamente por ello demuestra que esta cabeza no fue hecha con ella presente. Es una reelaboración de taller. Tuthmosis no hizo esta trabajo frente a Nefertiti, sino a partir de otro tomado del natural.
Pues la estilización en los artistas creadores, se produce sin el modelo presente. Se logra a partir de un trabajo anterior y varios diseños, donde el artista puede recrear el contenido buscado y es entonces cuando pone su impronta. El momento preciso cuando ambos, modelo y creador, se confunden en uno solo. Esto se llama el “trabajo de taller”. Un efecto reelaborado. Es la obra de arte en sí misma.
La infinita serie de personajes hallados en el atelier de Tuthmosis nos presenta uno a uno, los individuos de distintos sexos, razas y clases sociales que rodearon a Akhenatón durante su empresa. Este conjunto llama la atención. Y los modernos analistas cuando hallaron semejante tesoro artístico olvidado, creyeron encontrarse de pronto rodeados por hombres parlantes, cual si estuviesen en medio de ellos, debido al realismo con el cual fueron modelados. Descubriendo de golpe, los rostros de quienes rodeaban a Akhenatón... con él incluido. Como si un velo se hubiese descorrido, para vivir en esos instantes hacia atrás, por una contracción del tiempo, entre los personajes reales de la revolución atoniana.
De esa vida conjunta y sin distancias, que todos ellos manifestaban compartir, salieron estos “retratos vivos” (cual se los ha llamado) del taller de Tuthmosis. Como un notable grupo humano que se aproxima a nosotros, hablándonos. Pues cada rostro define el tipo psicológico del individuo. Muchos de ellos reflejan adustas preocupaciones, en contraste con la serenidad de otros. También nos ofrecen con elocuencia su tipo racial, demostrando que en esta ciudad había una convivencia internacional.
Pero lo más precioso de todo para nosotros, es saberlos testigos del proceso atoniano. Y encontrar inmortalizados en esas esculturas, a los rostros de aquellos compañeros del poeta revolucionario, quien ofreció compartir su trono faraónico con todos los hombres del mundo. Persistencia de un tiempo brillante que transmiten tales cabezas, casi vivas y naturales, modeladas por Tuthmosis y sus discípulos.
Tuthmosis, analizado por los objetos de su creatividad, era un espíritu delicado y sensual. Con toques femeninos bien manifiestos. Lo que se desprende del tratamiento que hace de la materia. Detallista y miniaturista en el juego de la forma, sus trabajos llevan una factura manual donde no participa ningún esfuerzo físico. Y nos revela por su manejo de la materia, que él tenía manos pequeñas, dedos finos, piel delicada. En sus trabajos usa mucho el elemento dactilar, emplea materiales blandos, arcilla y cal. Es casi un orfebre. Lo que destaca más ese carácter casi femenino de su obra.
Pero no hay que confundirlo con el trabajo de una mujer, pues el suyo no lleva adornos, que es el caso de la artista dama. El se extasía con el rostro de la mujer más bella atoniana —Nefertiti— por ello es de creer que fue probablemente un bisexual, y no un homosexual puro como se ha propuesto. Condición corriente en medios artísticos, y natural entre los orientales antiguos. Sensitivo y contemplativo, se conmueve con su modelo y le extrae el alma. Su exquisitez tiene melancolía, la cual emana de sus obras, y es un expectante emotivo de la interioridad humana.
Dentro de su técnica, tomaba mascarillas del original y luego con sus delicados dedos, precisos y detallistas, las trabajaba para revitalizarlas. La mascarilla se hace tomando el molde sobre la cara misma de la persona, cubriendo para ello el rostro con un ungüento especial a fin de proteger su piel, y sobre él va colocándose una materia modeladora, la que al secarse deja listo el molde. Luego éste se rellena con el material adecuado y aparece el rostro de la persona.
Pero Tuthmosis le agregaba su propio modelado en la terminación. Es por ello que sus mascarillas están “vivas”. A diferencia de lo que comúnmente ocurre en los tiempos modernos, como es el caso de la mascarilla de Bethoven, muy reproducida y que se coloca en las escuelas de música, donde lo seguimos viendo con una imagen mortuoria de capillada ardiente, ya que se la tomó en el momento de su deceso. El genial egipcio la hubiera revitalizado. Una de las caracteríticas que vemos en muchos de sus trabajos, es el de usar una materia muy plástica, retocada manualmente, como en tiempos modernos.
La estilización de sus figuras recrea facciones naturalistas o idealizadas y hasta subjetivas, que nos hablan de él... ya que no tenemos su retrato. Fue el único que no representó. O no lo sabemos reconocer en medio de aquella galería de rostros atonianos.
Si alguna novedad especial produce este taller escultórico de Tuthmosis, encontrado intacto, es la que nos permite advertir que sus “modelos” (sean Akhenatón, Nefertiti, las princesitas y todo el entorno atoniano) se trasladaron para ser retratados, hasta la misma casa del artista. Tuthmosis trabajaba del natural y por ello debía tomar los croquis y primer modelado, con la persona en presencia. Los bocetos inacabados hallados allí, indican que sus personajes debían continuar posándole.
No era para nada el artista de la corte que debe vivir dentro del palacio, al servicio del señor, sujetándose a sus reglas. Puesto que en la ciudad de Akhet-Atón nadie era superior a otro, y se respetaba con especial cuidado a quienes trabajaban. Además que Akhenatón no poseía en esa ciudad nueva ningún palacio, su casa era igual a las otras. Dando vuelta a todas las consignas faraónicas anteriores, aquí era la familia real quien debía pedir turno, de modo que el artista creador quedaba en primer plano. Pues era el dueño de casa.
Su atelier debía ser, a todas luces, un centro habitual de reuniones con largos diálogos que acompañaban aquellas sesiones de trabajo. Como sucede en los talleres artísticos de relevancia, desde el renacimiento hasta el mundo de hoy. Allí los atonianos replantearían en arduo debate las ideas renovadoras, con las cuales intentaban reencauzar al mundo, a los hombres y mujeres, a las diversas razas y pueblos, en la armonía solar única de Atón.
Esa aspiración humana, siempre deseada, a la que aún creemos imposible, y que todavía proponemos con timidez.
Pero timidez fue de lo único de que ellos carecieron. Un azar fortuito los colocó como conductores del país, de un gran imperio internacional, y salieron con ardor al encuentro de su destino.
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LA FINESA ARTISTICA
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por Alejandra Correas Vázquez
La variedad del arte atoniano nos ofrece el naturalismo más sutil posible, con Tuthmosis.. El arte atoniano se prestó para ello, dimensionando sus posibilidades. El era un naturalista que se internó en el sujeto, indagando en su psicología, para retratar a Akhenatón con todo su componente emotivo.
Y a la bellísima Nefertiti que él inmortalizó.
Akhenatón está presente en este atelier con figuras que lo muestran como un joven muy delgado de cuerpo bien constituido. A través de la obra de Tuthmosis podemos adentrarnos en su interior,. Observamos que el personaje contiene: Profundidad y sensorialidad. Firmeza y ternura. Austeridad y dulzura.
Akhenatón era un muchacho muy complejo, como se necesitaba para aquella empresa. Pero asimismo dinámico y de estados emotivos por momentos opuestos. Junto a Tuthmosis afloraba en él la dulzura y la sensibilidad. Esto que manifiesta como riqueza de expresiones, es un alma y una mente al desnudo que no calló nunca sus sentimientos, ni sus pensamientos.
De esa abierta amplitud con que el muchacho dirigente exponía sus ideas a sus compañeros de empresa, habría de surgir además una motivación artística nueva. Como también una motivación analítica, sobre aquel hombre joven que posaba frente a sus retratistas. Y allí Tuthmosis jugó un papel psicológico profundo, registrando sutilezas de su personalidad guardadas en su obra de arte, como joyas para el tiempo.
El Akhenatón que todo el mundo conoce, es el Akhenatón simbólico de Bok. Y la Nefertiti que todo el mundo conoce, es la Nefertiti naruralista de Tuthmosis.
Pero en ambos casos trátanse de estilizaciones ideales. Por detrás de estos trabajos hay largos procesos de taller. Pudiendo decirse además que para llegar a estas síntesis, el resultado final no se elabora con el modelo vivo al frente, sino a partir de una secuencia de estilizaciones.
Esto lo podemos observar hoy día en la serie “Jacqueline” (última esposa de Picasso, periodista francesa) que partiendo desde el naturalismo académico, se llega hasta la figura cubista. En libros de pintura especialista se ofrece la secuencia completa. Allí podemos advertir que la idealización resultante mantiene empero, un respeto cabal por los rasgos esenciales de la modelo. No hay cambio en ella, sino estilización.
Para constatar esto podemos comparar la abundante serie de la pareja Akhenatón y Nefertiti, en trabajos naturalistas de Tuthmosis. Vemos allí que ella es bastante más baja que él, lo cual nos sorprende, con una delicada figura. El es alto y luce un perfil semítico, heredado de su abuelo fenicio Yua, con un cuerpo muy armónico y varonil. Es importante ver estas esculturas naturalistas para conocer con exactitud cómo eran en la realidad física Akhenatón y Nefertiti, con una precisión casi fotográfica. O sea conocer al muchacho faraón, muy joven cual lo vemos allí,
Pero al mismo tiempo reconocemos también en ambas figuras, como en el caso de las Jacquelines picassianas, que sus rasgos no han sido alterados, responden con exactitud al esquema idealizado. Para llegar a esa síntesis artística hay que tener un dominio muy completo del naturalismo, pues sin cumplir con este postulado no es posible un logro artístico de gran nivel, como el que se obtuvo.
Goya decía a sus alumnos de la Escuela de San Fernando, que hoy es museo en Madrid: “Hay que pintar un bigote pelo por pelo durante mucho tiempo, para lograr pintar un bigote de un solo trazo”. Esto es válido para comprender el largo período de elaboración que tenían los artistas atonianos.
La cabeza policroma de Nefertiti es una obra intemporal, puesto que es la obra de un hombre, de un artista no condicionado: Tuthmosis.
Es la pieza magistral del individuo libre, donde el autor expresa esa propiedad individual del autocriterio, en materia de arte plástico, que produjo la revolución atoniana. Y se manifiesta allí en primer lugar, con toda su frescura y encanto dentro de la obra del escultor Tuthmosis.
La segunda peculiaridad que otorga a este artista atoniano un lugar propio, es el de haberse hallado su taller completo ...¡Intacto!... en plena actividad. Tal cual él y sus discípulos lo abandonaron un día determinado, por su voluntad o por la fuerza.
Pues el taller de Tuthmosis apareció ante los ojos del excavador alemán como si aún el maestro estuviese allí, en plena labor. Piezas inconclusas. Moldes sin vaciar. Bocetos iniciados. Trabajos para continuar. Dibujos sobre piedra para tallar. Obras. Piezas concluidas de colección... como la cabeza de Nefertiti.
Sólo la ausencia de sus ocupantes testificaba que en aquel lugar hacía tres milenios que nadie transponía sus umbrales.
¿Cuál es el misterio que envuelve a este taller de Tuthmosis? Si los enemigos de Akhenatón hubiesen irrumpido de golpe para aprisionar a quienes trabajaban allí, la destrucción de los trabajos habría sido un hecho inevitable. Y si ellos lo abandonaron voluntariamente, no hubieran olvidado al partir, aquel tesoro de maravillas escultóricas... como la cabeza de Nefertiti, emblema hoy para todos, de Egipto. Obra de arte que no alcanzó a salir de ese lugar, ni tan siquiera para ser colocada a la vista de todos los jóvenes atonianos.
Tal vez una última explicación sea que ante una imprevista voz de alarma, ellos se alejaron del lugar corriendo en un instante dado, pero pensando en regresar muy pronto. Hecho que no llegó a producirse. De alguna forma extraña partieron de inmediato, sin hacer sus valijas. No retornaron. Todo quedó allí intacto. Y los modernos arqueólogos al violentar aquel recinto sagrado de creatividad y arte, trajeron a Tuthmosis nuevamente hacia la vida, para darle el sitial merecido de los grandes creadores.
Todos los artistas de la historia han tenido un escenario particular y la revolución de Akhenatón, como puede ser la de un poeta, era un momento óptimo para la innovación en el arte. La creatividad atoniana responde a su proceso social donde se proponía una nueva cultura.
Allí se establece en el concepto estético un contraste profundo con la tradición monumental egipcia. Aparece el “naturalismo” y se abandona el formalismo. Comienza el estudio humano de los personajes, con la penetración psicológica de cada individuo, donde Tuthmosis es el vocero.
Frente a la frialdad de las obras anteriores del tradicional Egipto, en contraste también con las obras impersonales de los cretenses (radicados en masa en el Nilo) y la inmovilidad escultórica babilónica, sumérica, cananea y fenicia en general, se crea en el atonianismo un concepto artístico nuevo. Comienza ahora aquí, bajo los rayos solares de Atón, a desarrollarse la estética del estudio humano. Se plasma a la madre naturaleza en toda su realidad, donde el brillo original de este artista atoniano impone su sello propio.
El genio creador necesita libertad, y Tuthmosis hace uso de ella. Su rey, que es uno de sus mejores amigos, puesto que los atonianos por sobre todo eran amigos por ser iguales ante Atón —y de quien este artista es uno de sus “amigos íntimos” a los que invocó Akhenatón al fundar su ciudad— no es para este escultor un Faraón al que debe representar con solemnidad. Por el contrario. Es simplemente un personaje humano. Un modelo vivo al que Tuthmosis representa e interpreta con absoluta libertad.
Con un preciosismo natural Tuthmosis nos ofrece el rostro del rey poeta, dentro de un celo naturalista que refleja su expresión humana, al detalle. Es un artista sutil. Desnuda el alma y Akhenatón está por su intermedio presente ante nosotros, con toda su juventud. Podemos penetrar en su psicología para entrever en esos ojos grandes con forma de almendra del dirigente, profundidad de mirada. En su gesto, firmeza y ternura. En el conjunto de cuerpo entero, austeridad y dulzura. Manifiesta a través de este artista riqueza humana de expresiones, con esa alma abierta que no calló nunca sus sentimientos, ni opiniones. En este juego de valores, Tuthmosis tomó lo más impactante de él y percibimos que el rey revolucionario está callado, posando, pero sigue pensando.
Con esa actitud permanente de meditación, este muchacho revolucionario y faraón exponía a sus compañeros de empresa nuevas propuestas, y lográbanse concretar dentro de ellas distintas posibilidades. Habría de surgir entonces esta creatividad artística distinta. Junto a una motivación analítica sobre el hombre. Estudio escultórico y psicológico que registra sutilezas guardadas, como joyas para el tiempo.
Advertimos también que Akhenatón es más alto que el resto de sus compañeros, en especial junto a Nefertiti, de lo cual se deduce que había heredado aquella condición de su abuela paterna Mutemuia, princesa aria. Es dable pensar que otras condiciones personales también incluían esta herencia. Como su capacidad de acción, de fuerza empresaria, que es propia hoy del pueblo europeo.
En la cabeza policroma de Nefertiti —la más famosa de este atelier— hay una sublimación de su belleza. Pero no es la única que él ha hecho de ella. Se destacan otras más naturalistas. Sin embargo en ésta, que es la más difundida por todo el mundo, él hizo una recreación purísima de sus facciones y es necesario comentarla. Ha modelado su rostro casi acariciándolo, y técnicamente por ello demuestra que esta cabeza no fue hecha con ella presente. Es una reelaboración de taller. Tuthmosis no hizo esta trabajo frente a Nefertiti, sino a partir de otro tomado del natural.
Pues la estilización en los artistas creadores, se produce sin el modelo presente. Se logra a partir de un trabajo anterior y varios diseños, donde el artista puede recrear el contenido buscado y es entonces cuando pone su impronta. El momento preciso cuando ambos, modelo y creador, se confunden en uno solo. Esto se llama el “trabajo de taller”. Un efecto reelaborado. Es la obra de arte en sí misma.
La infinita serie de personajes hallados en el atelier de Tuthmosis nos presenta uno a uno, los individuos de distintos sexos, razas y clases sociales que rodearon a Akhenatón durante su empresa. Este conjunto llama la atención. Y los modernos analistas cuando hallaron semejante tesoro artístico olvidado, creyeron encontrarse de pronto rodeados por hombres parlantes, cual si estuviesen en medio de ellos, debido al realismo con el cual fueron modelados. Descubriendo de golpe, los rostros de quienes rodeaban a Akhenatón... con él incluido. Como si un velo se hubiese descorrido, para vivir en esos instantes hacia atrás, por una contracción del tiempo, entre los personajes reales de la revolución atoniana.
De esa vida conjunta y sin distancias, que todos ellos manifestaban compartir, salieron estos “retratos vivos” (cual se los ha llamado) del taller de Tuthmosis. Como un notable grupo humano que se aproxima a nosotros, hablándonos. Pues cada rostro define el tipo psicológico del individuo. Muchos de ellos reflejan adustas preocupaciones, en contraste con la serenidad de otros. También nos ofrecen con elocuencia su tipo racial, demostrando que en esta ciudad había una convivencia internacional.
Pero lo más precioso de todo para nosotros, es saberlos testigos del proceso atoniano. Y encontrar inmortalizados en esas esculturas, a los rostros de aquellos compañeros del poeta revolucionario, quien ofreció compartir su trono faraónico con todos los hombres del mundo. Persistencia de un tiempo brillante que transmiten tales cabezas, casi vivas y naturales, modeladas por Tuthmosis y sus discípulos.
Tuthmosis, analizado por los objetos de su creatividad, era un espíritu delicado y sensual. Con toques femeninos bien manifiestos. Lo que se desprende del tratamiento que hace de la materia. Detallista y miniaturista en el juego de la forma, sus trabajos llevan una factura manual donde no participa ningún esfuerzo físico. Y nos revela por su manejo de la materia, que él tenía manos pequeñas, dedos finos, piel delicada. En sus trabajos usa mucho el elemento dactilar, emplea materiales blandos, arcilla y cal. Es casi un orfebre. Lo que destaca más ese carácter casi femenino de su obra.
Pero no hay que confundirlo con el trabajo de una mujer, pues el suyo no lleva adornos, que es el caso de la artista dama. El se extasía con el rostro de la mujer más bella atoniana —Nefertiti— por ello es de creer que fue probablemente un bisexual, y no un homosexual puro como se ha propuesto. Condición corriente en medios artísticos, y natural entre los orientales antiguos. Sensitivo y contemplativo, se conmueve con su modelo y le extrae el alma. Su exquisitez tiene melancolía, la cual emana de sus obras, y es un expectante emotivo de la interioridad humana.
Dentro de su técnica, tomaba mascarillas del original y luego con sus delicados dedos, precisos y detallistas, las trabajaba para revitalizarlas. La mascarilla se hace tomando el molde sobre la cara misma de la persona, cubriendo para ello el rostro con un ungüento especial a fin de proteger su piel, y sobre él va colocándose una materia modeladora, la que al secarse deja listo el molde. Luego éste se rellena con el material adecuado y aparece el rostro de la persona.
Pero Tuthmosis le agregaba su propio modelado en la terminación. Es por ello que sus mascarillas están “vivas”. A diferencia de lo que comúnmente ocurre en los tiempos modernos, como es el caso de la mascarilla de Bethoven, muy reproducida y que se coloca en las escuelas de música, donde lo seguimos viendo con una imagen mortuoria de capillada ardiente, ya que se la tomó en el momento de su deceso. El genial egipcio la hubiera revitalizado. Una de las caracteríticas que vemos en muchos de sus trabajos, es el de usar una materia muy plástica, retocada manualmente, como en tiempos modernos.
La estilización de sus figuras recrea facciones naturalistas o idealizadas y hasta subjetivas, que nos hablan de él... ya que no tenemos su retrato. Fue el único que no representó. O no lo sabemos reconocer en medio de aquella galería de rostros atonianos.
Si alguna novedad especial produce este taller escultórico de Tuthmosis, encontrado intacto, es la que nos permite advertir que sus “modelos” (sean Akhenatón, Nefertiti, las princesitas y todo el entorno atoniano) se trasladaron para ser retratados, hasta la misma casa del artista. Tuthmosis trabajaba del natural y por ello debía tomar los croquis y primer modelado, con la persona en presencia. Los bocetos inacabados hallados allí, indican que sus personajes debían continuar posándole.
No era para nada el artista de la corte que debe vivir dentro del palacio, al servicio del señor, sujetándose a sus reglas. Puesto que en la ciudad de Akhet-Atón nadie era superior a otro, y se respetaba con especial cuidado a quienes trabajaban. Además que Akhenatón no poseía en esa ciudad nueva ningún palacio, su casa era igual a las otras. Dando vuelta a todas las consignas faraónicas anteriores, aquí era la familia real quien debía pedir turno, de modo que el artista creador quedaba en primer plano. Pues era el dueño de casa.
Su atelier debía ser, a todas luces, un centro habitual de reuniones con largos diálogos que acompañaban aquellas sesiones de trabajo. Como sucede en los talleres artísticos de relevancia, desde el renacimiento hasta el mundo de hoy. Allí los atonianos replantearían en arduo debate las ideas renovadoras, con las cuales intentaban reencauzar al mundo, a los hombres y mujeres, a las diversas razas y pueblos, en la armonía solar única de Atón.
Esa aspiración humana, siempre deseada, a la que aún creemos imposible, y que todavía proponemos con timidez.
Pero timidez fue de lo único de que ellos carecieron. Un azar fortuito los colocó como conductores del país, de un gran imperio internacional, y salieron con ardor al encuentro de su destino.
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Alejandra Correas Vázquez- Cantidad de envíos : 112
Fecha de inscripción : 17/10/2009
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