Comprar ropa con tu madre (monólogo)

Bueno, ya llega el invierno. Como consecuencia de ello llega el momento de comprar ropa, cosa que a algunos fascina y a otros aburre como ostras. Nosotros, los adolescentes, somos los más problemáticos a la hora de comprar, puesto que hay una ley natural entre hijo y madre que hace que lo que le guste a los hijos no le guste a las madres, e inversamente. ¿Cuándo se enterarán que los que nos tenemos que poner esa ropa somos nosotros, y no ellas? No, pero no se enteran. Es más, nos tienen que llevar la contraria en todo:
- Me gustan estos pantalones
- ¿Pero cómo te van a gustar esos? Si no pueden ser más horteras. Estos si que están chulos.
Y te enseña unos pantalones de cuadritos rosas y azules de un tiro taaaaannn largo que hasta te recoge el pecho sin necesidad de usar sujetador. Y entonces llega el momento de preguntarte: ¿qué le habrán hecho a esta mujer para que tenga estos gustos?
Cuando ya te has cansado de discutir aceptas que son unos pantalones preciosos y, por esa increíble y misteriosa psicología que las madres utilizan con sus hijos, terminas comprándote los dichosos pantalones, y los que a ti te gustaron desde un principio, se quedan en la estantería, esperando.
Entonces llega el momento de acompañar a comprarse ropa a tu madre. Eso sí que es un verdadero suplicio. En ese momento lo que más deseas es no haber nacido, porque tu madre entra a la tienda y empieza a hablar con la dependienta. Lo primero que le dice tu madre a la chica es que, como resultado del increíble régimen que ha hecho, la ropa del año pasado le queda grandísima, y necesita comprarse ropa nueva. Este es el momento en que tanto la chica de la tienda como tú miráis de arriba a abajo a tu madre pasando la mirada por todas esas morcillonas que asoman por la cintura del pantalón. Tu madre, que tiene un problema de anorexia inversa (es decir, que se cree delgada cuando está gorda) interpreta estas miradas como una admiración hacia su cuerpo de casi cincuenta años, y nos dice a las dos:
- No os preocupéis. Si os cuidáis, cuando tengáis mi edad estaréis igual que yo.
Pues entonces mejor no cuidarse, ¿no? En fin.
Después de esto, la dependienta empieza a enseñarle ropa a mi madre y, como es normal, le pregunta la talla que usa. Lo que no es normal es la respuesta que le da mi madre, que contesta sin dudar:
- Una treinta y ocho.
La pobre dependienta, que ya no se sorprende ante nada, le da a mi madre la talla treinta y ocho y se va de su lado con la esperanza de encontrar alguna clienta más normal. Entonces tu madre se va al probador y al rato te llama para que vayas a ver cómo le sienta. Y lo que ves al llegar te causa un trauma que no se te olvidará en la vida. Aparece ante ti una mujer con unos pantalones, ajustados no, ajustadísimos, con el estómago hundido para dentro y la cara de un tono morado que irremediablemente te hace entrar dentro del probador para descubrir la puerta secreta que ha cambiado a tu madre medio monstruo por un monstruo total. Tu madre comienza a impacientarse y te grita, intentando no respirar:
- ¿Bueno, me vas a decir que tal me sientan o qué?
Y tú, que ya no puedes contenerte más, le contestas:
- ¿Sabes que hay tallas más grandes?
El resultado de esto es una madre cabreada que termina comprándose el pantalón aún sabiendo que le están pequeños y una hija que se ha comprado unos pantalones que no le gustan.
Y lo peor de todo es que al final, ambos pantalones terminarán en tus manos, y ninguno de ellos será el pantalón precioso que te quisiste comprar desde un primer momento.

eres un genio XD
y tienes toda la razón XD