LA COLMENA
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LA COLMENA
LA COLMENA
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La habitación llena de luz y envuelta en aroma a peperina --que durante el invierno permanecía cerrada en la casa grande de la Estancia-- nos indicaba la llegada para pasar un veraneo, de “Las Tías”. Este nombre generalizado para Herminia, Irma y Pura, llenó mi infancia sin identificarlas.
Su conjunto armonioso o discordante, alegre o trágico según las ocasiones, estaba impregnado de variadas secuencias. Constituían una entidad uniforme de ternuras e iras alternadas, en forma indisoluble. Ellas estaban o no estaban con nosotros. Nunca las vimos aisladas entre sí y las presencias de sus hijos y consortes, todos varones, no alteraba esa amalgama ni el orden entre ellas existente. Fue notable su homogeneidad en medio de una familia compleja como la nuestra, diversa, de tipologías muy individualistas, donde coexistíamos diferenciándonos.
Creíamos, siendo niños, que ellas tenían el mismo rostro. Que pensaban siempre igual. Que habían nacido en la misma alborada. Cuando algo hablábamos con alguna de ellas, considerábamos que lo habíamos tratado con las tres. Cuando llegábamos al mediodía --después de recorrer la serranía trayendo agua de vertiente-- se la ofrecíamos a la primera tía que encontrábamos, considerando que ya estaba hecho el obsequio para todas. Las mañanas nubladas al recoger peperina por el monte, aprovechando el manto blanco que cubría al sol en los veranos ardientes, nuestros brazos cargados con esos ramos de hojas perfumadas vaciaban su contenido en la falda de una tía, y nuestra ofrenda en singular era un tácito plural.
Yo definía a todos los miembros de nuestra familia por sus autonomías, sus señas particulares, y pensaba que ellas en cambio eran de una especie diferente. De otra raza. Que habían nacido sin individualidad, como las abejas de una colmena. Tuve que llegar al crecimiento para advertir que su vida triple, era una suma de diferencias.
Su conjunción duró toda la vida como una asociación homogénea, donde se coaligaron sus cualidades por suma y no por resta. Habían agregado cada una lo suyo, y todas a una se responsabilizaban del conjunto. Me fue difícil adivinar de cuál de ellas provenía determinado pensamiento, pues la trilogía se hacía cargo de inmediato del mismo. La incógnita que ello me produjo, su desciframiento lento, se constituyó en uno de los entretenimientos mayores de mi vida. Entresacando palabras --ya siendo yo más grande-- logré descubrir quién de las tres había propuesto determinada idea, asumida por la colmena.
Así aprendí a preguntar a Pura sobre pasajes de la vida simple y rutinaria. A Irma sobre acontecimientos sociales externos con su cuota de frivolidad. A Herminia sobre juicios y valores en los actos de las personas.
Esta última como más equilibrada, era de una notable inteligencia. Razonaba con seriedad, brillo y conciencia, siendo sus análisis austeros y libres de toda emoción. O sin ninguna. De gran serenidad, no tenía sensibilidad intuitiva y su lógica hacía imprevisible la irregularidad, que siempre provee el futuro. Lo inesperado, que es parte del existir mismo. Pero existían también sus falencias, pues Herminia quedaba desamparada siempre frente a los avatares de la vida. Su genio, de soberbia estructura, quebraba su cetro ante lo imponderable, lo inesperado, para lo cual su razonamiento no estaba preparado. Frente a esto ella repitió siempre que “carecía de suerte”. Pues no estaba presta para asumir la sorpresa que el devenir trae consigo, rechazándolo de antemano, pues se oponía a su lógica. Y nadie puede rebelarse al destino. Su blancura de piel y sus rubios cabellos le daban una palidez que iba acorde con su estilo personal.
Irma, en tanto, junto con su frivolidad autentificaba el descontrol de la emoción y la irregularidad de la intuición. Acertaba por naturaleza y su lógica era absurda. Tenía encanto de sociedad, brillo mundano y favorecía nuestras fiestas y coqueterías. Soñaba con lanzarnos cuando crecíamos, hacia universos distantes por caminos engalanados de guirnaldas. Quizás heroicos, pero a los cuales nunca llegaríamos a comprender, pues nosotros estábamos identificados con la vida estanciera, con su ganado y su labranza. Con la riqueza de la tierra. Ella en cambio, era muy citadina.
Complicaba mucho todas las cosas y mudaba de humor con facilidad. Nos amaba y a veces nos rechazaba. Pero hizo pesar siempre su gracia y su atracción sobre nosotros, por las lecturas alegres que nos hacía compartir, lo cual fue una fascinación literaria a la después le dimos otro rumbo, más calmo, más responsable. Pero que nació de ella, tan frívola como era. Era la suya una conversación informativa, versada en sus gustos, culta en ciertos temas siempre afines a ella. Indudablemente le debemos mucho. Hizo nacer curiosidades sobre el mundo exterior y distante nuestro, dada la vida apartada dentro del paisaje serrano donde vivíamos, marginados de las grandes urbes. Ella fue la que más gozó con el ingreso de sus sobrinos a la Universidad y también la que estaba más presta a cubrir largas distancias. La única entre las mujeres de la familia de su generación, en convertirse en una viajera.
Pura, en tanto, era en extremo simple. De bello humor y mucha belleza en su rostro y porte, con insólitas iras vivía encantada de vivir sin que ninguna actividad le atrajera nunca. Casi era un ritual verla acostada de mañana, de tarde, de noche. Se volvió un hecho dialogar con ella a los pies de su cama. Nunca leía y no le gustó instruirse en nada, soportando la obligación familiar de “letrarse” y aprender a escribir, al mínimo indispensable. Muy bonita, de tipo morocho y cabellos ondulados, con una sonrisa amplia de dientes brillantes como el nácar. Pero no estuvo satisfecha nunca con su coloración, dentro de una familia donde los componentes eran todos más blancos que ella, sintióse relegada y lo manifestaba.
Peinaba mis duros cabellos de oro, lacios e indóciles, resecos por el viento serrano y las duras aguas mineralizadas de la zona, con fascinación. Mientras yo me fascinaba con sus negros bucles. Amaba el encaje y la seda y no demostró otro interés en su vida. Caminaba poco, paseaba menos, se molestaba de cualquier actividad doméstica.
Las tres en realidad desconocían la existencia de un interés por la casa y se recostaron siempre en su sirvienta Rosalía, cuya actividad responsable (e incluso tiránica) la convirtió en una verdadera jefa de hogar, a quien las tres recurrían. Pues en su vida ciudadana las Tías compartían una casa inmensa de tres pisos, a la que cual hicieron construir para no desglosar la colmena. Rosalía tomaba ayudantas, que ella elegía y despedía a su antojo en cuanto no le obedecían. Siendo Pura quien más la necesitaba, por su tendencia al ocio y su inclinación al placer fácil.
Pensante, dinámica y ociosa. Las tres naturalezas de las tías, cuyas características las retrataban. La vida las empujó con su magia milagrosa a llevar una vida muy pareja. Incluso sus hijos que fueron todos varones --a quienes convivir en una colmena fémina, como toda colmena, les imponía un ritmo difícil al sentirse sobreprotegidos o ajenos a ella-- tuvieron más adelante rasgos de rebeldía contra la colmena, pero no en especial con su madre propia. Querían extraerla de allí sin lograrlo.
Factores económicos obligaron a Pura a adquirir obligaciones, de las cuales huyó en cuanto sus hijos crecieron. Razones matrimoniales y maternales hicieron que Herminia, que era tan fría, viviera una vida de sentimientos. Irma, que era el movimiento, fue la que realmente mantuvo una vida plena acorde con ella misma. Sus circunstancias vitales fueron tal cual las deseaba. Lográndolo en especial porque no tuvo hijos propios, lo que la llevó a sentirse madre de todos sus sobrinos.
Por ello Irma fue el nexo de unión, tanto como de desunión entre toda la familia. Porque ni ella ni nadie podía controlar sus vibraciones, que muchas veces parecían tempestades. Aún de esto, en el centro que le correspondiera ocupar en medio de dos hermanas tan disímiles a ella como fueran las suyas, estableció un principio de acuerdo increíblemente bien manejado, a la vista y sorpresa de todos.
Pero eran todas una colmena. Indisoluble. El problema estaba dado por sus diferencias y su solidaridad entre sí, porque cuando había que pensar con Herminia, las tres contestaban al unísono. Cuando había que imaginar con Irma, la trilogía participaba. Cuando había que arrullarse en una existencia mansa junto a Pura, también eran nuevamente todas ellas una colmena. Esto se prestaba a grandes confusiones para mí, porque Pura no sabía pensar y Herminia no sabía sentir. Irma intuía y no sabía explicarlo como Herminia, ni tenía la paz de Pura para manifestarlo. De esta manera me costó largo tiempo acercarme a cada una de ellas y hoy día pienso que nunca pude en realidad, estar con alguna, aisladamente, en forma identificada, aunque me esforzase a ello.
Ellas nunca fueron una sola, y el problema planteado a una era contestado por las tres. Aún cuando yo le hubiese manifestado a una sola de las tías, en aislamiento, mi consulta. Pues las tías de toda familia tienen como único fin en nuestras vidas, el de ser consultadas. El de servir de nexos. Y esto fue cumplido por ellas con aciertos y desaciertos, magníficamente. Se criticaban entre sí, pero nosotros no podíamos criticarlas a ellas, pues entonces teníamos a las tres en contra nuestra.
Cuando en las vueltas del camino, cansadas de tanta asiduidad y caprichosas como eran estas elegantes damas, tuvieron una disputa que duró un par de años, yo no hice caso de ello y no tomé ningún sector como mío propio. Quienes participaron de la desunión apoyando a una u a otra, se encontraron después --cuando el terremoto hubo pasado-- con que todo seguía tal como siempre había estado. En un templo intocable. Y aquellos que habían entrado en la disputa quedaron fuera de escena, desconcertados.
La insólita conjunción de Las Tías era hermosa, espléndida, y no fácilmente reproducible. Fue una Colmena. Tuvo algo poco común, con todos los defectos y falencias que una trilogía semejante puede producir, cuando se piensa en individualidades. Pero sus hijos que tuvieron tres madres no la olvidarán nunca. Quizás tampoco nunca la valoren. Pero la valorarán los pájaros, los huérfanos, los sauces, los luceros, los grillos, los exilados, el idealista... Yo al menos la valoro
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Alejandra Correas Vázquez
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La habitación llena de luz y envuelta en aroma a peperina --que durante el invierno permanecía cerrada en la casa grande de la Estancia-- nos indicaba la llegada para pasar un veraneo, de “Las Tías”. Este nombre generalizado para Herminia, Irma y Pura, llenó mi infancia sin identificarlas.
Su conjunto armonioso o discordante, alegre o trágico según las ocasiones, estaba impregnado de variadas secuencias. Constituían una entidad uniforme de ternuras e iras alternadas, en forma indisoluble. Ellas estaban o no estaban con nosotros. Nunca las vimos aisladas entre sí y las presencias de sus hijos y consortes, todos varones, no alteraba esa amalgama ni el orden entre ellas existente. Fue notable su homogeneidad en medio de una familia compleja como la nuestra, diversa, de tipologías muy individualistas, donde coexistíamos diferenciándonos.
Creíamos, siendo niños, que ellas tenían el mismo rostro. Que pensaban siempre igual. Que habían nacido en la misma alborada. Cuando algo hablábamos con alguna de ellas, considerábamos que lo habíamos tratado con las tres. Cuando llegábamos al mediodía --después de recorrer la serranía trayendo agua de vertiente-- se la ofrecíamos a la primera tía que encontrábamos, considerando que ya estaba hecho el obsequio para todas. Las mañanas nubladas al recoger peperina por el monte, aprovechando el manto blanco que cubría al sol en los veranos ardientes, nuestros brazos cargados con esos ramos de hojas perfumadas vaciaban su contenido en la falda de una tía, y nuestra ofrenda en singular era un tácito plural.
Yo definía a todos los miembros de nuestra familia por sus autonomías, sus señas particulares, y pensaba que ellas en cambio eran de una especie diferente. De otra raza. Que habían nacido sin individualidad, como las abejas de una colmena. Tuve que llegar al crecimiento para advertir que su vida triple, era una suma de diferencias.
Su conjunción duró toda la vida como una asociación homogénea, donde se coaligaron sus cualidades por suma y no por resta. Habían agregado cada una lo suyo, y todas a una se responsabilizaban del conjunto. Me fue difícil adivinar de cuál de ellas provenía determinado pensamiento, pues la trilogía se hacía cargo de inmediato del mismo. La incógnita que ello me produjo, su desciframiento lento, se constituyó en uno de los entretenimientos mayores de mi vida. Entresacando palabras --ya siendo yo más grande-- logré descubrir quién de las tres había propuesto determinada idea, asumida por la colmena.
Así aprendí a preguntar a Pura sobre pasajes de la vida simple y rutinaria. A Irma sobre acontecimientos sociales externos con su cuota de frivolidad. A Herminia sobre juicios y valores en los actos de las personas.
Esta última como más equilibrada, era de una notable inteligencia. Razonaba con seriedad, brillo y conciencia, siendo sus análisis austeros y libres de toda emoción. O sin ninguna. De gran serenidad, no tenía sensibilidad intuitiva y su lógica hacía imprevisible la irregularidad, que siempre provee el futuro. Lo inesperado, que es parte del existir mismo. Pero existían también sus falencias, pues Herminia quedaba desamparada siempre frente a los avatares de la vida. Su genio, de soberbia estructura, quebraba su cetro ante lo imponderable, lo inesperado, para lo cual su razonamiento no estaba preparado. Frente a esto ella repitió siempre que “carecía de suerte”. Pues no estaba presta para asumir la sorpresa que el devenir trae consigo, rechazándolo de antemano, pues se oponía a su lógica. Y nadie puede rebelarse al destino. Su blancura de piel y sus rubios cabellos le daban una palidez que iba acorde con su estilo personal.
Irma, en tanto, junto con su frivolidad autentificaba el descontrol de la emoción y la irregularidad de la intuición. Acertaba por naturaleza y su lógica era absurda. Tenía encanto de sociedad, brillo mundano y favorecía nuestras fiestas y coqueterías. Soñaba con lanzarnos cuando crecíamos, hacia universos distantes por caminos engalanados de guirnaldas. Quizás heroicos, pero a los cuales nunca llegaríamos a comprender, pues nosotros estábamos identificados con la vida estanciera, con su ganado y su labranza. Con la riqueza de la tierra. Ella en cambio, era muy citadina.
Complicaba mucho todas las cosas y mudaba de humor con facilidad. Nos amaba y a veces nos rechazaba. Pero hizo pesar siempre su gracia y su atracción sobre nosotros, por las lecturas alegres que nos hacía compartir, lo cual fue una fascinación literaria a la después le dimos otro rumbo, más calmo, más responsable. Pero que nació de ella, tan frívola como era. Era la suya una conversación informativa, versada en sus gustos, culta en ciertos temas siempre afines a ella. Indudablemente le debemos mucho. Hizo nacer curiosidades sobre el mundo exterior y distante nuestro, dada la vida apartada dentro del paisaje serrano donde vivíamos, marginados de las grandes urbes. Ella fue la que más gozó con el ingreso de sus sobrinos a la Universidad y también la que estaba más presta a cubrir largas distancias. La única entre las mujeres de la familia de su generación, en convertirse en una viajera.
Pura, en tanto, era en extremo simple. De bello humor y mucha belleza en su rostro y porte, con insólitas iras vivía encantada de vivir sin que ninguna actividad le atrajera nunca. Casi era un ritual verla acostada de mañana, de tarde, de noche. Se volvió un hecho dialogar con ella a los pies de su cama. Nunca leía y no le gustó instruirse en nada, soportando la obligación familiar de “letrarse” y aprender a escribir, al mínimo indispensable. Muy bonita, de tipo morocho y cabellos ondulados, con una sonrisa amplia de dientes brillantes como el nácar. Pero no estuvo satisfecha nunca con su coloración, dentro de una familia donde los componentes eran todos más blancos que ella, sintióse relegada y lo manifestaba.
Peinaba mis duros cabellos de oro, lacios e indóciles, resecos por el viento serrano y las duras aguas mineralizadas de la zona, con fascinación. Mientras yo me fascinaba con sus negros bucles. Amaba el encaje y la seda y no demostró otro interés en su vida. Caminaba poco, paseaba menos, se molestaba de cualquier actividad doméstica.
Las tres en realidad desconocían la existencia de un interés por la casa y se recostaron siempre en su sirvienta Rosalía, cuya actividad responsable (e incluso tiránica) la convirtió en una verdadera jefa de hogar, a quien las tres recurrían. Pues en su vida ciudadana las Tías compartían una casa inmensa de tres pisos, a la que cual hicieron construir para no desglosar la colmena. Rosalía tomaba ayudantas, que ella elegía y despedía a su antojo en cuanto no le obedecían. Siendo Pura quien más la necesitaba, por su tendencia al ocio y su inclinación al placer fácil.
Pensante, dinámica y ociosa. Las tres naturalezas de las tías, cuyas características las retrataban. La vida las empujó con su magia milagrosa a llevar una vida muy pareja. Incluso sus hijos que fueron todos varones --a quienes convivir en una colmena fémina, como toda colmena, les imponía un ritmo difícil al sentirse sobreprotegidos o ajenos a ella-- tuvieron más adelante rasgos de rebeldía contra la colmena, pero no en especial con su madre propia. Querían extraerla de allí sin lograrlo.
Factores económicos obligaron a Pura a adquirir obligaciones, de las cuales huyó en cuanto sus hijos crecieron. Razones matrimoniales y maternales hicieron que Herminia, que era tan fría, viviera una vida de sentimientos. Irma, que era el movimiento, fue la que realmente mantuvo una vida plena acorde con ella misma. Sus circunstancias vitales fueron tal cual las deseaba. Lográndolo en especial porque no tuvo hijos propios, lo que la llevó a sentirse madre de todos sus sobrinos.
Por ello Irma fue el nexo de unión, tanto como de desunión entre toda la familia. Porque ni ella ni nadie podía controlar sus vibraciones, que muchas veces parecían tempestades. Aún de esto, en el centro que le correspondiera ocupar en medio de dos hermanas tan disímiles a ella como fueran las suyas, estableció un principio de acuerdo increíblemente bien manejado, a la vista y sorpresa de todos.
Pero eran todas una colmena. Indisoluble. El problema estaba dado por sus diferencias y su solidaridad entre sí, porque cuando había que pensar con Herminia, las tres contestaban al unísono. Cuando había que imaginar con Irma, la trilogía participaba. Cuando había que arrullarse en una existencia mansa junto a Pura, también eran nuevamente todas ellas una colmena. Esto se prestaba a grandes confusiones para mí, porque Pura no sabía pensar y Herminia no sabía sentir. Irma intuía y no sabía explicarlo como Herminia, ni tenía la paz de Pura para manifestarlo. De esta manera me costó largo tiempo acercarme a cada una de ellas y hoy día pienso que nunca pude en realidad, estar con alguna, aisladamente, en forma identificada, aunque me esforzase a ello.
Ellas nunca fueron una sola, y el problema planteado a una era contestado por las tres. Aún cuando yo le hubiese manifestado a una sola de las tías, en aislamiento, mi consulta. Pues las tías de toda familia tienen como único fin en nuestras vidas, el de ser consultadas. El de servir de nexos. Y esto fue cumplido por ellas con aciertos y desaciertos, magníficamente. Se criticaban entre sí, pero nosotros no podíamos criticarlas a ellas, pues entonces teníamos a las tres en contra nuestra.
Cuando en las vueltas del camino, cansadas de tanta asiduidad y caprichosas como eran estas elegantes damas, tuvieron una disputa que duró un par de años, yo no hice caso de ello y no tomé ningún sector como mío propio. Quienes participaron de la desunión apoyando a una u a otra, se encontraron después --cuando el terremoto hubo pasado-- con que todo seguía tal como siempre había estado. En un templo intocable. Y aquellos que habían entrado en la disputa quedaron fuera de escena, desconcertados.
La insólita conjunción de Las Tías era hermosa, espléndida, y no fácilmente reproducible. Fue una Colmena. Tuvo algo poco común, con todos los defectos y falencias que una trilogía semejante puede producir, cuando se piensa en individualidades. Pero sus hijos que tuvieron tres madres no la olvidarán nunca. Quizás tampoco nunca la valoren. Pero la valorarán los pájaros, los huérfanos, los sauces, los luceros, los grillos, los exilados, el idealista... Yo al menos la valoro
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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez- Cantidad de envíos : 112
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