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FABULAS DE LOS ESTUDIANTES (NOVELA - PARTE 1)

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Vie Mayo 04, 2012 7:18 pm

FÁBULAS DE LOS ESTUDIANTES - 1
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(NOVELA)


Por Alejandra Correas Vázquez


“Esta es la imagen de la casa donde transcurrieron los momentos más preciosos de mi vida. Casa de la que se marcharon y adonde volvieron a golpear nuestras aventuras, como lo hacen las olas cuando se enfrentan a un peñasco árido.”

Alain Fournier (Le Grand Meaulnes)



FÁBULA UNO
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LA ABEJITA
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Asomada sobre las piedras blancas del borde de La Cañada, ella contemplaba al hilo de agua sobre el lecho de cemento que iba a reunirse con el río Suquía, en la desembocadura del último puente. Los altos paredones estaban resecos y la hebra brillante semejaba al surco de lágrima que cruza la cara de un niño, al cesar el llanto.

—“El niño soy yo”— pensó... y aquélla era su lágrima.

Luego se apartó de aquel límite de piedras, para seguir caminando lentamente hacia su nueva casa. Las calles cubiertas de estudiantes se abrían como las ramas del ciruelo, cargadas de blancas flores, en aquellos días de primavera. La brisa no traía aroma de pétalo, el polvo de la ciudad sólo transmitía la presencia del aceite. Pero los rostros juveniles del secundario, se reunían con los niños del primario, en un solo delantal blanco.

Luz se mezcló entre ellos y volvió a alejarse al llegar a su transitorio destino. Una casa de frente pálido y balcones de hierro. Una puerta de gruesas maderas y el zaguán con azulejos decorados en las paredes.

—“¡Ya era hora!”— le dijo la anciana al verla llegar —“Cuido tu salud y no quiero que faltes al almuerzo”.

—“Sólo estoy cansada, señora”— sentándose a su lado entrecerró los ojos

—“Y un poco triste. Debes acostumbrarte. Por esta casa pasaron muchos estudiantes”— la anciana se levantó llamando a la mucama

—“La ciudad es mía. Nunca viví fuera de Córdoba. Pero no es mi casa. Nunca estuve lejos de ella. ¡Extraño!...

—“Piensa que tu padre goza de bienestar. Hay allá una oportunidad profesional que él no debe irse de sus manos, y en aquel pueblo de sierra no hay colegio secundario”.

—“Están formando uno. Tienen ya segundo año pero yo voy a quinto, este año termino el Magisterio”.

Se dirigieron a la mesa, larga y cubierta por un mantel bordado. Su forma ovalada y sus numerosas sillas parecían un recuerdo estampado en la portada de un libro. El rostro de la dueña de casa era todo un relato, cada cana de su cabeza un año de vida o un hijo en el camino de la madurez. Por la ventana del comedor el patio se abría con sus numerosas macetas, y al final de la tapia el esqueleto de una construcción parecía elevarse, para observar desde la altura del presente a aquella pareja de joven y anciana.

—“¿Por qué me espera usted, señora? Debe cansarse. Por mí no lo haga. Yo no tengo apuro en llegar. Me obligará a venir rápido para que no se enfríe su alimento ¿Quiere hacerme un bien, si me ha tomado cariño? No lo haga. No me obligue a llegar a ninguna parte”— díjole Luz

—“¿Y por qué quieres impedirme que lo haga? ¿A quién puedo esperar?”

—“Tiene usted una familia grande, la he visto”

—“En apariencias, niña. Mis nietos tienen todos a dónde llegar. Lo encontraron. Y ya no necesitan de mi vejez. Estoy segura que les cansa ¡Me han visto tantos años! No saben por qué habitan esta casa”— contestóle la anciana

—“Porque es la casa de su abuela”.

—“Sí... Es suya, como es de mis hijos, pero no la valoran. No recuerdan que hay estudiantes que no la tienen, como un joven estudiante extranjero quien durmió días pasados en la Plaza Colón, cerca de nuestra casa, pues no encontró al llegar alojamiento. O que otro estudiante también extranjero, con pocos recursos, arregló el calefón de nuestro baño el invierno pasado, para comprar libros”.

—“¿Es eso verdad?”— preguntó luz asombrada

—“Sí ... y ha sucedido muchas veces en esta ciudad universitaria”— confirmóle la señora

—“Muy triste”— opinó la niña

—“Yo en cambio no lo veo triste, sino muy valioso. Opino que ellos llegarán lejos, pues saben luchar ya la vida. Aquí en esta casa soy la Abuela... Y como tu padre jugó con el menor de mis hijos, debes llamarme también “Abuela”, para no sentirte tan extraña, entre nosotros”.

La joven sonriendo sentía agudizar su nostalgia, pero debía sonreír para aquellas canas.

—“Bueno, espéreme Abuela”.

El caldo de caracú se escurrió frío por su garganta, mientras el armazón de madera parecía elevar más alto sus ladrillos.

Los obreros de la construcción eran sólo sombras que se delineaban sobre el firmamento. Desde los andamios podrían divisar al horizonte recortado por las sierras. Podrían contemplar el escenario de la ciudad, como nubes bajas asentadas sobre un techo flotante, para dialogar con los vehículos del aire y así presentir el futuro de aquellos hogares, que habitarían el nuevo edificio.

Pero los rostros curtidos de esos trabajadores no vieron la línea escarpada del fondo serrano, cubierto por el blanco de la última helada. Ni se detuvieron a mirar los aviones que surcaban el cielo, arrastrando consigo un mensaje sobre los esfuerzos de tantos hombres, que dieron origen a sus vidas.

Sólo uno entre ellos elevó su mirada más allá de las calles ciudadanas y meditó en su interior, en las circunstancias que lo llevaran a mezclar el cemento con la cal para albergar a nuevos seres. Era un estudiante. Quizás presintió en algún momento la mirada que Luz dirigía hacia todos ellos. O la soledad de la joven en la casona.

El estudiante contempló esas macetas sobre las baldosas, y un recuerdo de niñez lo hizo sonreír. Pero esa sonrisa no era grata a sus compañeros. Las rudas manos de aquellos hombres de arrabales batían la mezcla sin inmutarse. Sus pieles no sintieron el roce de la cal, como tampoco el zumbido de la solitaria abeja que en pleno centro de la ciudad reanuda su tarea. El la contempló un instante. Admiró sus sabiduría de milenios. Y cuando se hubo alejando, impulsado por su ejemplo salió como ella del letargo, y volvió a introducir sus manos en la mezcla.

La abejita descendió hacia las plantas florecidas, su color pardo se mezcló entre las corolas. Aleteó frente a los vidrios del comedor, detuvo el vuelo junto al perfil de la niña y como un mensaje de esperanza, apartóse nuevamente en la prosecución de su camino.

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FÁBULA DOS
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SIESTA Y VISITA
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Después del almuerzo la anciana dirigióse con prisa hacia su habitación. La siesta se extendía por la casa. Afuera el cielo comenzó a nublarse. Luz ordenó sus libros, tomó el teléfono y luego de hacer una llamada salió a la calle. Llevaba una dirección escrita sobre un papel.

—“Boulevard San Juan .... espero encontrarla”.

Algunas motocicletas cruzaban velozmente por el tráfico, como tratando de impactar a los transeúntes.

—“¿La familia Molina?”— preguntó en un quiosco ubicado sobre la vereda

—“De esta casa, la siguiente”— le contestaron

—“Gracias”.

Volvió a leer el número que había anotado. Luego presionó el timbre.

—“...Andrea ¿Está?”

—“Sí, pase”— Luz entró y cerraron la puerta detrás de ella.

Caminó por varias habitaciones obscuras. Al final del corredor se abrió una puerta.

—“¡Hola!”— era una jovencita pálida pero de ojos brillantes, muy delgada y alta. Las manos nerviosas jugaban entre sí.

—“Me costó llegar, no encontraba la casa”.

—“¡Parece que hubieras llegado de otra provincia! Durante este año te he desconocido varias veces, pero creo que cualquier cambio es beneficioso ¿Te vieron entrar? Mejor que no”

—“¿Quiénes?— preguntóle Luz

—“Bueno, las mujeres de la casa”.

—“¿Las mujeres?”— Luz se rió sonoramente —“Ni que me encontrara ante un muchacho”

—“Lo mismo da. Yo soy hombre. La naturaleza se equivocó conmigo. ¡No te rías y habla más bajo!”

Andrea se paseaba por su habitación. Vestía pantalones negros y llevaba los cabellos sueltos sobre la espalda, que eran también obscuros y lacios. Sobre las paredes había recortes escritos y pegados con chinches. También algunos trozos de cuadernos con letras manuscritas, casi ilegibles.

—“Son poesías mías. Estas otras las he tomado de diferentes lugares. Algunas las conservo desde hace mucho tiempo”

Luz se acercó. En un trozo perteneciente a la hoja de un libro leyó lo siguiente:

“Existen en el mundo dos hombres perfectos, uno ha muerto y el otro todavía no ha nacido. Proverbio Chino.”

—“Lo guardo desde que iba a sexto grado de la escuela primaria”— le explicó su joven amiga.

Luego se sentaron. La habitación estaba invadida por un relativo desorden, en medio del cual sobresalían como coloridas flores, colocadas con especial cuidado, una serie de muñecas. Algunas de tamaño medio revelaban el uso que se les diera en los juegos de infancia. Otras, con sus luminosos vestidos, habían pasado de la estantería del negocio de venta al dormitorio de Andrea.

—“¿Y esa estridencia?”— preguntó Luz al escuchar el ritmo de un disco puesto de improviso a todo volumen, que provenía del cuarto vecino.

—“Son mis hermanas”— contestóle Andrea mientras jugaba con los extremos de sus largos cabellos, tenía la cabeza baja y pensativa.

—“Claro es, que los gustos son muy personales”— opinó Luz

—“¿Gustos? No. Yo creo que representan una actitud. La misma que ha existido siempre a determinada edad. Una rebeldía sin revolución”— Su figura parecía más delgada. Habíase apoyado contra el respaldo de la cama, mientras sus pies permanecían en el suelo.

—¿Y a qué le llamarías revolución?— Luz la observaba con interés

—¡Oh! Es algo extenso pero sencillo. Basta un chispazo de penetración. La Revolución real, auténtica, sobrevive a las épocas y las edades. No es un disfraz de determinado período. Obra como la mano de la propia Naturaleza, en estado de creación continua”— el disco había callado sus voces —“Mañana habrán olvidado el perfumado humo de sus cigarros. Se maquillarán severamente el rostro. La sonrisa será una mueca cargada de temor y se asomarán entre los intersticios de las persianas de plástico para atisbar las vidas ajenas. Es el mismo círculo. La rebeldía externa”.

—“¿Nada más? ¿No habrán logrado algo nuevo?”

—“Sí ...algo... Los visillos con bordes de encajes habrán sido suplantados por un material actual. Ya lo dije “Persianas de plástico”. Los jóvenes de entonces lo arrancarán de las ventanas para colgar algo más novedoso. Pero no habrán construido algo nuevo”— aseguró Andrea —“Mientras que el Revolucionario Real caminará silencioso por las calles, leerá los poema de la antigüedad o meditará pausadamente, desentrañando los misterios de las religiones del pasado... Entonces contra él se levantará un índice. Será otro muchacho de cabellos desordenados. En estos días portará una guitarra de vida eléctrica. Mañana tal vez el instrumento musical que lleve contenga una energía arrancada del planeta Venus o tal vez de Saturno... ¡Retrógrado! ...le gritará al anterior, alejándose”

—“Duras palabras”

—“Luego quizás perciba una mano envuelta en un aro brillante. Su piel está reseca debido a los baños de las aceites. La carne original se ha alterado, tal vez él se acerque para ofrendarle un beso, pero al acercar sus labios una mezcla de fragancias y cremas lo hará huir despavorido”

—“Triste perspectiva”— comentó Luz

—“Afuera lo espera la lluvia. Es la Naturaleza que renueva sus creaciones. Una flor nacida con el siguiente sol, habrá de brindarle el amor que anhelaba. Tendrá sin duda muy pocas monedas dentro de sus ropas. Poco importa, él construye. Sobre el viejo horizonte lo estarán divisando dos figuras fundidas en una sola. El muchacho y la dama. En nada se diferencian. El personifica a los burócratas de mañana. Ella lo señalará con su índice, gritándole: ¡Inmoral!”

Andrea se calló, produciéndose un silencio.

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FÁBULA TRES
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LA PRISIONERA
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Se produjo entre ambas amigas, un hondo vacía. Era como si ellas ya no estuviesen juntas, sino cada una dentro de su interior. Luego Luz reaccionó preguntando:

—“Bueno ¿Pero qué te hace pensar que llevas impresa en tu sangre la sed de un revolucionario? ¿Por dónde te apartas del rebelde?”

Luz se hallaba sentada en una silla muy baja. Frente a ella, bajo el vidrio que cubría la superficie de la cómoda divisó el retrato de una niña bonita.

—“Es mi hermana menor”— le observó Andrea —“Siete años atrás. Una niñita original y ocurrente. Sus risas ocupaban todos los espacios de la casa. Y más que ellas, sobresalía su encanto ingenuo ¿O es que yo veía las cosas de diferente manera?”
—“Todos cambiamos. Y los que hemos caminado por rutas paralelas, nos alejamos de la anterior sin darnos cuenta”

—“Es verdad”— comentó para sí misma

—“Es que te olvidas de la energía humana, Andrea. También tenemos poder para corregir o transformar a la naturaleza propia. Pero tienes que contestarme ¿Dónde está tu revolución?”

Luz había tomado el retrato y lo tenía en las manos. Una criatura de ocho años estaba prendida de las ramas de un árbol. Su sonrisa era un mensaje.

—“¿Y si por encima de las rebeldías huecas sobreviviera esta naturalidad?”— le preguntó nuevamente

—“Importaría para ella. Sería algo valioso Tiempo atrás representaba una ilusión. Más, era un mensaje de redención para la casa. Sin embargo las paredes estaban demasiado duras y no supieron recogerlo. La infancia y somos nosotros, quienes quedamos. Yo no soy rebelde y ya he partido lejos”— acentuó Andrea

—“¿Anciana entonces?”

—“Podría ser, puesto que no creo en la rebeldía. En la construcción sí. Tengo la materia y anhelo modelarla. Si me rebelara únicamente no haría nada con ella. Permanecería inútil y tendría que regresar a lo que había desechado. El fracaso. Teñido por el disfraz de un rótulo del momento ¿De qué modo podría construir? Sería mi liberación”

—“¿Te sientes solamente frente al elemento?”—insistió Luz

—“No ...algo he hecho... pequeño y gigantesco— defendióse Andrea— Mira, mucho a variado mi existencia. He renunciado a tesoros. Claro es, te confieso que lo he hecho con gran placer ¡Una liberación!”

Como Luz pareciera sorprendida, Andrea puso sus ojos sobre el plafond del techo, cual si en él viera imágenes vivas. Luego comenzó su explicación.

—“La primera...Yo era distinta. Una muñeca que gemía, y sus voces nadie escuchaba. Numerosas cuentas de rubíes se deslizaban sobre mis vestidos. Yo hubiera preferido sólo el bronce. El que podía comprarme mi padre. Pero le faltó a él valentía. Las mujeres de mi familia dispusieron desde mis tiernos años lo contrario. Había que cubrirme de terciopelo, para que ellas me llevaran de la mano. Conocí las salas de los hoteles de lujo”

—“Muchas otras niñas debieron desear una situación semejante”

—“Sí. Lo vi por mis mismo ojos”— admitió Andrea —“Pero en aquellos veraneos de lujo no tenía el derecho al pequeño caramelo. Mi ropa de lujo no podía mancharse con azúcar. Para gozar del derecho a pisar los alfombrados había que caminar de puntillas. El sabor de una naranjada me estaba prohibido porque manchaban los cortinados de brocado ... ¡Pensé tantas veces en un paseo sencillo donde los damascos se inclinaran hasta mi mano en abundancia!”

Luz se incorporó comenzando a caminar por la habitación. Las palabras de su amiga habíanla conmovido, pero no sabía si apoyarlas o rechazarlas.

—“¿No habrás cambiado ese lujo por el de estos tesoros escritos sobre papeles que circundan la pared?”

—“No ...escúchame bien... es otra cosa. Un pedazo de amor. Entonces yo iba de la mano. Era la muñeca. Busqué a mi alrededor el brazo materno y no pude reconocerlo. Ella era tonta y estaba por completo dominada por sus hermanas mayores, y además una amiga suya llamada Nilse muy intrigante, quien la utilizaba a favor de sus hijas feas y gordas, que estudiaban de memoria en el Carbó sacando la nota 10. Pero nunca razonaban nada. La predisponían en mi contra. Eran muchas mujeres ... incompletas. Ninguna amaba a un hombre. Y yo debía suplir esa cantidad de hombres ausentes”

—“¿Y tu padre?”

—“Demasiado débil”— insistió Andrea –“Terco. Adusto. Intelectual. Pero falto de rigor con su esposa y su pésimo entorno. Hubiera preferido sus cuartos de baldosas. Pero él no supo resistir esa imposición. No hubo una mano que comprendiera mi tristeza. Y yo debía agradecer por siempre aquella lujosa caridad”

—“¿De qué modo?”

Luz le dirigía preguntas manteniendo los ojos muy dilatados.

—“Mediante la esclavitud moral ¿Comprendes? Simple y doloroso”

Alrededor de ellas la siesta comenzaba a disiparse. Algunas voces rápidas se dejaban oír por el corredor.

—“Vine”— volvió a hablar Luz luego de un pesado silencio —“a decirte una frase y ahora me pregunto si me corresponde hacerlo ¡No sé por qué penetro en las vidas ajenas! No deseo interferir nada. Mejor me voy como vine y con tu recuerdo”

—“¡No te vayas! Aguardo que me digas algo desde que llegaste”— la retuvo Andrea

—“Pero no intentaste preguntármelo. Tienes mucho orgullo”

—“Debe ser cierto ¿Qué era?”

—“Andrea... El niño llora”

Ella miró hacia la puerta y quedó callada. Andrea le respondió:

—“Paso las horas aquí sola. Salgo a veces. Ramiro sabe donde encontrarme. Yo pongo los medios. No son físicos, pero el que ama debe saber percibirlos. Sólo quiero amor puro. Auténtico. Estoy muy sola y me siento pequeña. El esfuerzo que hice me ha dejado débil. Me falta la energía para arrancar la última puerta ¿Y adónde ir? ¿Qué comer? ¿Dónde cobijarme? ¡Soy un ser inútil! Estoy prisionera de mi incapacidad...”

La voz se le quebraba, pero igualmente Andrea continuó:

—“He roto las ilusiones de vanidad que habían puesto en mí. Cuando los rostros de aquéllos en quienes deseaba amistad me volvían la cara con desagrado ¡Qué soledad! La muñeca era un objeto que no podía amarse. Estoy a las puertas del Amor y no sé comenzar desde ningún punto”— algunas lágrimas bajaron por su rostro pálido.

Andrea dejó por un momento su altivez. Su amiga sintiéndose conmovida se acercó más a ella.

—“¿Sientes al menos amor? ...algo por él… por Ramiro”— insistióle Luz

—“Al menos admiro su energía. Ha comenzado a luchar. Trabaja. Para jóvenes como nosotros, abandonar el lecho es muy difícil. A los veinte años descubrimos que no sabemos aventar al aire las sábanas y volverlas a extender. En noches de insomnio admiro a los que han podido acabar con su existencia. Siento que mis veinte años equivalen a la nada ¡Tantos están mejor nutridos que yo!”

—“¿Qué te detiene?”

—“El temor. Una fe profunda e instintiva en un mundo posterior. Presiento imágenes terribles semejantes a las pesadillas. Un corredor extraño y detrás de él, una nueva esperanza. Pero aún no estoy preparada para atravesar este corredor. Soy irreligiosa, es cierto. Pero el ateísmo que me señalan, es de otra especie. He abandonado sus dioses, sus santos y rosarios fastidiosos, para volcarme hacia otros. Y a éstos, los propios, les temo. Tienen poder sobre mí”

Luz comenzó a levantarse de la pequeña silla. La siesta cordobesa parecía concluir, y las bocinas de la calle penetraban el silencio de la casa.

—“Bueno... termina la siesta y debo volver. Creía encontrarte enferma al no verte en la escuela. Una de tus compañeras me pidió que te entregara este libro”— le dijo extendiéndoselo

—“Gracias. Sin duda debería agradecértelo”

—“Otra de tus facetas. Creo que tu secundario no podrá finalizar. Aunque rondes por él infinidad de años ¿No es así?”

—“No. Tienes razón. Por mi padre quise hacer un esfuerzo sincero. Pero nació frustrado dentro mío”

—“Lo quieres mucho”

—“Tampoco. Sonrió con benevolencia ante un poema mío y quise brindarle una pequeña recompensa. Era externa y nació sin fe. Por suerte acaba el año lectivo. Ha sido como descender a ejercitarme en sumas, cuando ya me hallaba en el análisis de cálculos complejos. No nací para la rutina escolar. Pero puedo ofrecer energía al mundo. Soy orgullosa. Sin embargo puedo llegar a amar con dulzura. Sería la iluminación”

—“¿Le digo algo a Ramiro cuando él regrese a casa de noche?”

—“¡Ni siquiera que me has visto!”

Se miraron. Luz sonrió. Afuera el sol comenzaba a ocultarse. Un manto de nubes cubría lentamente el cielo. La tarde estaba destemplada.

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FÁBULA CUATRO
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MOLINITOS DE COLORES
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Volvió a alejarse por la misma puerta que entrara. La multitud de las calles no se había interrumpido durante la siesta. Sin embargo las casas tenían sus ventanas semicerradas. Empleados, profesionales, trabajadores y estudiantes, partían y regresaban a ellas. Y entre las dos migraciones, una pausa. La siesta. Córdoba año 1970. Primavera.

Luz recorría las calles de su ciudad. Cuatro en punto de la tarde. La siesta habíase desvanecido en los hogares y algunos niños se agrupaban en las veredas.

—“Tenemos que hacer los deberes de la escuela, para mañana”— dijo uno de ellos rubio, bien aseado y tomando de la mano al hermanito se introdujo en la primera puerta

Los otros niños continuaron sentados en el escalón de mármol, muy desaseados y con la melenas revueltas como crenchas. Eran morochitos, de ojos obscuros muy vivaces, mostrando al sonreír sus dientes de un blanco brillante. Parecían muy contentos de hallarse allí en el centro citadino, escapados de sus barrios periféricos.

Al ver a Luz levantáronse de un salto ofreciéndole una lluvia de colores, sostenidas en varillas de árbol paraíso.

—“¿Qué es esto?”— dijo ella un poco asustada

—“¡Cómpreme uno a mí!”

—“¡A mí!”— gritó otro

—“Ya te compraron. Me toca a mí”

Y le extendían aquel objeto. Cada uno de ellos llevaba varios en la mano. Era un molinito de papel glasé sujeto a la varilla por un alfiler de costura.

—“¿Y lo hicieron ustedes?”

—“Sí. La maestra nos enseñó a hacerlo”— contestóle uno de ellos

—“Le hacemos unos tajos al cuadradito de papel glasé y lo prendemos en el medio ¡Tome uno!”

Tenían los ojos brillantes y las narices con resfrío. Pocos llevaban abrigo en aquella tarde destemplada. El menor traía en cada pie, un zapato diferente.

—“¿Y qué más les enseña la señorita de la escuela?”

—“Nos preguntó qué era el 25 de Mayo”— respondió el más chico

—“¿Y qué le contestaste?”

—“Que había una fiesta con chocolatines”

—“No, Che, se murió San Martín”— intervino el más grande

—“¡Hicieron la bandera!”— dijo otro

—“Claro, claro, todo eso”— comentó Luz con dulzura

—“Y después nos preguntó qué era la Argentina”— dijo el tercero, un rayo de sol iluminaba su carita morocha

—“A ver ¿Qué le contestaste?”— volvió a interrogarle la joven

—“Le dije que era el mapa que nos mostraron la otra semana”

Ella se había inclinado de cuclillas para escucharlos. Los niños estaban sentados sobre las baldosas a su alrededor. Algunos transeúntes debían arrinconarse contra el cordón para poder continuar el camino. La vereda era estrecha. Los niños no se fijaban en ellos.

—“El equipo de fútbol donde jugaba mi tío se llamaba así”— insistió uno

—“No. Mi papá le dijo a un agente que vino a buscarlo que él era argentino”— siguió el vecino

—“Bueno ... díganme ¿Dónde viven ustedes?”— Luz les habló serenamente

—“Yo acá a la vuelta, pasando San Juan, en la Villa del Pocito”

—“Yo soy de otro barrio. Me vine a ver la televisión en la casa de él”— y señaló al más chico

—“¡Ahhh!”— expresó ella

—“Sí. Pero tenemos que sacar las sillas a la calle, porque en el garage donde vivimos hay muchas camas y no entramos”— dijo el aludido

—“¿Y cuántos son?”

—“Los chicos seis, mis dos tíos, mi mamá y el papá del Carlitos”

—“¿Quién es el Carlitos?”

—“Mi hermano más chico. Porque el papa mío y el de los más grandes, ya se fueron hace mucho”

Luz los miró un momento sin hablar. Luego volvió a preguntarles.

—“¿Les gusta mucho la televisión?”

—“Es linda. Pero cuando nos cortan la luz algunos meses, mi mamá le compra pilas nuevas al radio transitor y no nos aburrimos”

—“En mi casa también tenemos un transitor a pilas. Pero mi hermana se lo lleva a pasear, y lo trae recién cuando vuelve con los rulos hechos de la peluquería. Ayer nos quedamos sin pan, porque ella lo gastó todo para que le hicieran unas canas color violeta”— explicó otro

—“Se llaman reflejos”— explicóle Luz

Ella y los niños quedaron callados. Luego, muy curiosa, la joven volvió a preguntarles:

—“Bueno ... bueno ¿A qué grado van?”

—“Yo voy a primero inferior”

—“Y yo a segundo. En mi escuela enseñan religión. Ayer nos contaron la historia de “Sansón y la Lila”.

—“¿La Lila? ¿Así te dijeron?”— Luz lo miró sonriente

—“Sí. La chica mala se llamaba como mi hermanita, la Lila”

—“Debe ser así, nomás”— le comentó ella

Luego se incorporó. Los chicos se levantaron también ofreciéndole de nuevo sus coloridas y simples obras. Ella acarició aquellos molinitos. Observó un momento los rostros infantiles. Luego tomó a cada uno el que le ofrecía.

—“¿Un peso vale? Les compro uno a cada uno de ustedes”

—“Sí. Deme. Tome”

Después los vio alejarse en frenéticas corrida. Sus piernitas morochas se mezclaban entre el tráfico.

—“¿Cuánto tiempo les durará esta energía?”— se preguntó Luz —“...Si pudiera mantenerse la construcción de este molinito. O más bien, el momento de estar realizándolo, como algo permanente ¿Pero puede mantenerse el momento de algo?”

El sol seguía caminando bajo un paño de nubes.


(Anécdota real vivida por al autora en esa calle de Córdoba)

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FÁBULA CINCO
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EL JUGUETERO
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Durante el atardecer Luz se acercó hacia uno de los retratos de la sala. La imagen de un bebito muy rubio sonreía con ternura, a través de una fotografía enmarcada, tendido desnudo boca abajo sobre una mesa.

—“Soy yo. Aunque en la misma situación hoy día, no tendría esa expresión tan dulce. Podrías comprobarlo... depende, no lo impongo”— díjole una voz masculina a sus espaldas

Luz dióse vuelta. Quien le hablaba era uno de los muchachos estudiantes de la casa, nieto de la propietaria, donde ella vivía recientemente como huésped. Le expresaba aquello con algo de malicia y picardía. Ella se sorprendió en el primer momento, y luego le sonrió pues recién comenzaba a conocerlo, aunque ya principiaba a palpar su ironía. Su nombre era Diego y estudiaba medicina. Bajó curiosa su vista observando el envoltorio que el joven traía en su mano.

—“Esta tarde soy juguetero. Una caridad chica. Tal vez no tenga trascendencia pero a mí me alegra. Traigo aquí unos pedazos viejos de juguetes y voy a armar con ellos un camioncito. Los chicos del Hospital de Niños son muy pobres y juegan con las sábanas. Estoy allí de practicante”

—“Puedo ayudarte, coseré para las niñas una muñequita. La tarde se ha puesto sombría. Esta mañana el sol iluminaba todo, parecía un renacimiento. Ha sido un invierno duro”— comentóle ella

Se sentaron juntos en la mesa de una salita dispuesta a un costado, para matear o leer. Ese era habitualmente el sitio de la Abuela dueña de casa, donde fueron colocando los implementos de trabajo, y comenzaron sus tareas. Ya caía la tarde. Después de un silencio, él recordó las palabras de Luz.

—“¿Duro?... dijiste... Es raro. No. Pasa siempre. Hasta la temperatura del día lleva el sentimiento de lo que uno vive”

Diego tenía una pinza en la mano con la cual trataba de dar forma a un engranaje. El camioncito comenzaba a cobrar aspecto de rodado. Luego el muchacho continuó hablando, casi para sí...

—“Hoy miré por mi ventana. Hacía mucho que no la observaba. Vi el fondo de la sierra nevada y me sorprendió ...¡Hay todavía Naturaleza!... pensé en voz alta. Creía que el mundo se había convertido junto conmigo en una sucesión de ideas. Las calles estaban cubiertas de palabras y las figuras de los hombres habían sido estampadas por una máquina impresora. Pero no importa, cerré esa portada”

Volvió el silencio entre ellos, trabajando en sus juguetes. Mientras caía la tarde con sus últimas claridades para dar comienzo a la noche, oíase el bullicio de los otros jóvenes que iban entrando por el zaguán, de retorno de sus estudios con libros en la mano. Tras los visillos de la ventana ubicada frente a ellos en la pequeña sala alfombrada color granate, divisábase un patio de baldosas con mosaicos decorados por motivos floreados. En contraste con ellos, las macetas con sus plantas chuzas, parecían transmitir toda la rigidez de aquel invierno, pronto a desaparecer.

Luz abrió muy grandes sus ojos, que parecieron más verdes al dilatarlos. Luego bajó los párpados y continuó con su aguja dando forma a la muñequita. También ella comentó:

—“Sí. Este invierno me ha parecido duro. Las calles parecían más obscuras, pero una voz me decía palabras sugestivas”— comentó la niña —“Recién me conoces”, me dijo ella, “¡Soy tu ciudad!”

Aquella frase gustó al juguetero que la miró de frente sonriéndole. Dejó sobre la mesa el camioncito para decirle :

—“Esta ciudad de Córdoba, es una gran dama... Sí, niña, me sorprendes”

—“En ella he vivido siempre y recién comienzo a conocerla”— confirmóle Luz —“Yo vivía en esta ciudad pero dentro de mi familia, la cual ahora está ausente y debo aprender a orientarme por mí sola, buscando un rincón propio. Mi presencia aquí ha sido una sorpresa para el conjunto de ustedes. Pues son todos nietos varones”

—“Niñita... gracias. Has traído un poco de calor filial para nuestra abuela. Nosotros sus nietos, somos varones y estudiantes, vivimos inmersos en la actividad citadina con sus movimientos y motivaciones ¡Y nos hemos olvidado que habitamos en su propia casa! Además, partiremos como antes lo hicieron sus hijos hacia distintos rincones del país, llevados por sus profesiones. Y ello volverá a repetirse cuando tengamos nuestro título... Gracias por acompañarla. Pero vas a alejarte también, cuando acabes el secundario. Ya se ha roto tu primera cuerda ¿Cómo era?”

—“Una casa. Una familia. Prefiero dejarla así... Ahora salgo a la calle y me parece que hubiera descendido a un planeta desconocido”

Sus manos daban forma a un pedazo de lana. La cabeza quedó amarilla. Los brazos tomaron cuerpo con un trozo de alambre forrado en tela roja. La muñequita necesitaba ver. Dos pequeños botones negros le dieron expresión.

—“Córdoba es una gran dama, y ya la irás conociendo mejor. Has vivido en un capullo”— opinó Diego

—“Necesito hacerle cabellos ¿Puedes darme un metro de ese hijo encerado color verde?”— le señaló ella

—“Aquí tienes. Toma lo que necesites. Si no juegan ellas con tu muñequita fantasía, al menos jugarás en tu pensamiento”— el muchacho le extendió la madeja

—“¿No jugarán con mi muñeca? La hago con cariño ¿Se parece a un Cuco mi muñeca?”

—“Está próxima, pero no creo que les asuste. Ellas conocen verdaderos Cucos : nosotros... practicantes... médicos”

—“Entonces ¿No crees en la caridad?”— inquirióle Luz

—“Tendría que llevar un desprendimiento auténtico hacia los otros”— contestó él

—“Lo estamos intentando en este momento. Pero también tenemos que ser generosos con nosotros mismos ¿No lo crees?”— afirmó ella

—“Sí, por cierto, y lo somos siempre. Mira, durante estos meses he salido de mi cuarto para visitar ciertas librerías que conozco, donde me conocen y donde encuentro a los que me son conocidos. Busco los mismos estantes y extraigo libros que se asemejan. De allí me encuentro en el café con jóvenes como yo. He bebido jarras del mismo líquido marrón. Y he estado contento”— comentóle Diego

—“Lo veo positivo. Por ello duermes poco, tu luz de noche está siempre encendida. Y además de día asistes a clases ¿Hay algo más?”

—“Sí. Hoy abrí la ventana y vi el horizonte de la sierra. La última nevada brillaba decorada por sol. Cuando queden fijos los andamios del edificio vecino que están construyendo, y comiencen a elevar sus paredes con muchos pisos... ya no podré verla más. El declive de la ciudad me la ofreció hasta hoy día. El último tal vez”

Luz alzó sus ojos verdes impactada por aquella frase y las pupilas tomaron reflejos de sorpresa, mientras sus lacios mechones castaños parecieron ponerse aún más tiesos. Ya no seguía cosiendo y la aguja pinchó su dedo, al oírlo.

—“¡El último!”— dijo ella quedando sorprendida y deprimida —Ya no la veremos más... ¡Adiós sierra, te irás muy lejos nuestro, detrás de los edificios!”

—“El último... Entonces hago mi caridad conmigo. Estoy dichoso”

—“¿De qué forma?”

—“Convirtiéndome en juguetero... ¡Está listo! ¿Te gusta? Le daré una mano de pintura sintética, secará rápido. Mi caridad es ligera. Actual. Dentro de un siglo habremos demorado mucho. Los productos serán más veloces ¿Te gusta?”

El camioncito tenía gran caparazón y ruedas pequeñas. El cajón de carga dejaba ver un trozo de letrero con la marca de una fábrica de dulces.

Luz sonrió.

—“Me recuerda”— dijo ella —“Una camioneta que uno de mis tíos armó en un galpón. La utilizó dos años. Con ella iba al campo para hacer asados llena de amigos. Cuando juntó dinero compró otra de buen motor y recién rectificado. Decidió entonces hacer un emprendimiento comercial. Salió una mañana de Córdoba y a las dos semanas volvía cargado con vinos desde Mendoza. Pero la nueva camioneta quedó en el camino descompuesta. Los que la arreglaron se cobraron con las damajuanas, pues a él no habíale quedado ni una sola chirola”

Luz sonrió con malicia. Estaba alegre.

—“¡Pues entonces mi obra es espléndida! ...Veo...”— observó Diego —“que la Abuela escucha por radio su último noticioso. Debe ser tardísimo para ella, pues claro, en su juventud cantaría el último gallo”—comentóle el muchacho

—“No te burles”

—“No me burlo, es una realidad. En esta casa que se halla a pleno centro, cuando yo era niño había un gallinero en el último patio, allí donde ahora tenemos esa pileta de lona “Pelopincho”, para refrescarnos los días muy cálidos cerca de los exámenes. El gallo se llamaba “Tissera”, tal como era el apellido del lechero, pues juntos despertaban a toda la familia, al alba”

—“¿Gallo y Gallinero? ¡Aquí! Es extraño imaginarlo”

Luz alzó su vista que fue posándose sobre las paredes de afuera, ya casi invisibles por la hora, como buscando a aquel personaje de rojo copete que en lejanos días pasados picoteaba los macetones. De pronto creyó adivinarlo con sus movimientos nerviosos, escurriéndose entre las plantas achuchadas debido al invierno. Cuando de improviso, fue encendido el farolito del patio haciéndole descubrir al “minino” de la Abuela con su maullido habitual, en reclamo de su leche tibia a esa hora casi nocturna.

Ella miró a la anciana arrinconada en un extremo de la sala contigua, oyendo el noticiero inclinada sobre la radio, con el sonido muy bajo, para no molestar a los jóvenes en sus tareas.

—“Amiga mía, quiero a mi Abuela. Por eso no le brindo el primer asiento ni le ofrezco el brazo. Mis primos lo hacen siempre, haciéndola sentirse endeble y limitada. Yo deseo que ella sea una amiga más... Aún sigue dinámica, movilizándonos a todos, como quiero verla llegar hasta el final. Deseo que ella se sienta plena de fuerza. Soy directo. Sin protocolo”

—“Ellos parecen muy galantes con ella”

—“No te engañes, es protocolo. Pero si esta abuela les pide un día, una hora de sus vidas, no se la darán. Yo soy con ella buen amigo. No le ofrezco reverencias. Pero muchas veces ríe con mis frases o busca contarme ocurrencias graciosas. Especialmente referidas a los políticos de turno. Tiene esa sagacidad de la larga experiencia vivida”

—“Es cierto, tu abuela me dijo un día ...con Diego puedes alegrarte cuando te oprima la nostalgia, es el más sincero de mis nietos, aunque me haya disgustado muchas veces con él por esto mismo. Pero yo le tengo algo de lástima, pues éste es un mundo muy mentiroso.”

—“¡Lo sabía... Lo sabía!”— gritó Diego

—“Bueno... ¡Aquí está mi muñeca-cuco! Terminada también. Se llamará: Cuca. Tengo una tía a quien llamamos Cuca y es muy bella”— díjole Luz al dar la última puntada a su muñeca de trapo

Ambos jóvenes fueron a envolver sus regalos para los niños del Hospital, a los cuales verían como hermosos juguetes extraídos del mejor bazar. Buscaron en los cajones de la Abuela los papeles de seda guardados por ella, de viejos regalos...

Y Diego partió a cumplir su guardia hospitalaria, en aquel día que era el último en el cual desde su ventana, él podía aún ver la sierra nevada que mañana ocultarían las montañas de cemento y ladrillo.

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FÁBULA SEIS
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CENA DE ESTUDIANTES
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La noche cubría la casa. Unas pequeñas lámparas que asomaban entre los caireles colgantes del techo, como bujías escondidas tras cristales, fueron encendidas por la dueña de casa. La suave iluminación del ambiente en esa sala citadina, imitaba al entreluz característico de las viejas casonas camperas.

—“En mi cuarto hay luces blancas”– le dijo Diego a su amiga Luz —“Puedes leer bien allí. Yo falto muchas veces de noche, cuando estoy de guardia como practicante en el Hospital de Clínicas. Mi puerta queda siempre cerrada. Pero te ofrezco mi biblioteca y aquí tienes una llave, todo lo que encierro allí es mi bien propio, individual, lo que poseo en verdad dentro de esta casa de mi Abuela. Mis otros primos lo comprenden poco, aunque compartamos por ahora un mismo techo”

—“¿Y compartirás conmigo tu biblioteca?”— preguntóle ella sorprendida

—“Compartiría muchas cosas”— sonrió él —“Pero por ahora me interesa compartir los libros. Cuando ambos hablamos, Luz, me parece posible un diálogo completo entre ambos”

—“Gracias. No sé aún con claridad por cual lectura inclinar mi interés”— respondióle ella —“Por el momento elijo la que puede ser recitada. La que se agranda y crece cuando es escuchada en boca de las personas. Ello se debe sin duda a que papá siempre lo hizo para mí. Me leía. Ahora con mi cuerda rota, sin él y lejos de su casa, tendré que elegir yo sola mis temas y recitarme a mí misma”

—“Pues sí, te ha llegado el momento. Es muy valioso que comiences pronto a hacerlo y llego justo a tiempo con mi oferta”— opinó Diego

Los caireles de la sala parecían tintinear al compás de la brisa nocturna, la cual entraba a esa hora vespertina por el ventanal decorado con vidrios multicolores. La niña observaba a su nuevo amigo, uno más entre los muchos nietos de la dueña de casa. Motivada le contestó:

—“Me servirá para ubicarme, pues la escuela secundaria me ha impuesto siempre una lectura obligatoria. Llevo ese peso. Al comprar los textos en marzo cuando comienzan las clases, hay algunos que me interesan de inmediato. Pero a medida que transcurre la rutina lenta del año lectivo, ya han perdido para mí todo su encanto”— comentóle ella casi con desgano

—“También yo he vivido ese fastidio”— acotó él

Y quedaron en ese momento silenciosos, como si ambos estudiantes tuvieran secretos íntimos que desearan compartir. O buscar sus afinidades para admitir vivencias a veces escondidas.

—“Pocas veces tengo en mis manos en la escuela un tubo de química”— continuó diciendo Luz —“Las moléculas pasan delante mío como una ilusión imaginaria y absurda. Los teoremas de matemáticas eclipsan su misterio, su incógnita del futuro, en tediosas operaciones aritméticas y luego las notas de los profesores responden sólo al resultado final de estos cálculos. La comprensión de la fórmula no importa”

—“Es la falla de nuestros profesores, alargar los temas sin necesidad. Pero superemos ese obstáculo. Tenemos todo el tiempo del mundo por delante nuestro”

—“Entonces me pregunto : ¿Hay máquinas que superan este problema? Sí, las veo en todos los negocios de venta. Además de ello los empleados de supermercados con pocos estudios, las manejan siempre fácilmente. Los estudiantes del secundario, en cambio, no tenemos ese mismo derecho a vivir nuestra era. Y al revés, por otro lado, las materias prácticas se dan en forma abstracta. Se las teoriza. Llevo cinco años de rutina inútil ¿A dónde voy?”

—“Bueno, niña... mira ahora hacia un rincón diferente, quedan residuos en la cuerda que te une. Yo apenas aleteo por la mía. No puedo darte nada. Me hago caridad. Pero veo que tu familia fue muy absorbente y has girado siempre dentro de ella, sin mirar hacia afuera. Ahora debes hacerlo. Córdoba te invita a que la conozcas”

La Abuela habíase incorporado de su sillón y llamaba a la cena, luego de apagar su radio donde ella estuvo escuchando las últimas noticias. La mucama apareció llevando al comedor una fuente bien cargada y humeante. Los nietos estudiantes rodearon ansiosos la mesa.

Sopa y puchero en abundancia, para un día de invierno y buscando un buen dormir. Sopa de caracú, chiquizuela, zapallo, papas, batatas, choclo y vegetales... Y además una taza de leche tibia. La dama mayor solamente se sirvió esto último, mientras los jóvenes saboreaban gustosos aquel puchero criollo, a la vez que untaban en rodajas de pan el sebo del caracú salado y pimentado.

Desgranaban en sus platos con un cuchillo filoso los choclos blancos, mezclándolos con manteca y rociando las papas con queso derretido. Cortaban en trozos las carnes de caracú y de chiquizuela, adobándolas con chimichurri y aceite de oliva. El apetito juvenil de los estudiantes en aquella hora, luego de largas horas frente a los textos universitarios, era asombroso. Y contrastaba con la frugalidad de la Abuela.

Conversaban. Noticias políticas. Sucesos personales. El consomé restante fue bebido en tazones de loza. Cuando terminaron la cena cada uno se levantó dirigiéndose hacia un rumbo distinto, y la Abuela invitó a Luz con dulce batata y queso. Pero los muchachos no deseaban ningún postre. Algunos nietos buscaron sus dormitorios, y otros sus paseos. Jornada concluida. Diego preparábase para salir a la calle.

—“¿Me acompañarías al cine? Esta noche no tengo guardia hospitalaria”— preguntó él a la niña, antes de cerrar la puerta detrás suyo

—“Otro día te aceptaré muy contenta”— respondióle ella algo reticente

—“O te hago otra propuesta... Podríamos ir a una peña para escuchar folklore con buenas guitarras, ésta es la mejor hora para llegar allí”

—“Ahora estoy cansada”— justificóse ella pero Diego no le creyó

—“Has tenido poco movimiento en todos estos días desde tu llegada aquí. Sólo sales de mañana para tu escuela o hablas con nosotros ¿Por qué estás cansada?”

—“Por hábito de mi familia, acostar temprano... Bueno, es verdad que el reloj no marca todavía las diez de la noche, parece que yo he adelantado el tiempo dentro mío”— respondióle Luz

—“Esperaré... a que cambies de hábitos. Córdoba es una ciudad con vida nocturna. Volveré a proponerte otra salida. Y ahora te dejo con mis libros. Creo que ellos lograrán readaptarte más rápido que nosotros. A esta casa todos llegamos unidos a un cordón que vamos dejando atrás. Esta es una ciudad universitaria llena de estudiantes, adonde llegamos como niños de algodón. Luego comenzamos a sentirnos seguros de nosotros mismos, a medida que aprendemos a elegir nuestros propios libros”

—“¿Propios?”

—“Sí... a pesar de las materias de estudio, es ahora cuando descubrimos los libros que nos identifican. No habrá otro momento mejor”

—“Con esta llave que me has dado, elegiré uno para mí, que me dé imágenes de colores durante el sueño”

—“Entonces significa que el amanecer te aguarda impaciente... ¡Hasta mañana! Voy a una peña universitaria para escuchar guitarras criollas con haynos, bagualas, chacareras, zambas y chamamés. Un día me aceptarás esta invitación”

—“Cuando elija mi libro.

—“Sí, será ése el momento... Ahora no pongas el pestillo por dentro de la puerta, para que yo no tenga que llamar y despertar a quienes duermen. Mis primos también tienen cada uno su llave, y saldrán a la noche como yo, pues ya están cansados de repasar sus materias del día. Cierra, con eso basta. Hasta luego”— y con un beso ligero en la mejilla de ella, Diego salió hacia la calle

—“Otra noche iremos juntos a escuchar folklore...”

Dijo Luz para sí, pues la puerta estaba ya cerrada y vacía.

La casa quedó en penumbras. Sólo el zaguán continuaba iluminado, como un faro, el camino que llama al regreso. Aquellos estudiantes eran allí, más que nietos, transitorios habitantes de la casa de su Abuela.



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FÁBULA SIETE
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INSOMNIO
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Se hallaba con la cabeza colocada sobre la almohada. El reloj de la sala anunciábase cada media hora con sus campanadas.

—“Una campanada, son las diez y media”— repetía ella —“Once campanadas. Ha pasado ya media hora. No me había dado cuenta. Once y media. Doce. Medianoche”

La puerta de calle se abrió sucesivas veces. A las nueve primero y por último a la una y media. Cuando el reloj de la sala comenzaba a girar de nuevo por su círculo, con números romanos. Los pasos de los jóvenes se escuchaban por el pasillo yendo a ocultarse en sus respectivos dormitorios. Finalmente todos los nietos estaban ya en casa.

—“No puedo dormir”

El dormitorio estaba muy obscuro. Negro. Sus ojos fueron acostumbrándose a aquel color y el escenario comenzó a aclararse. Un gris verdoso envolvía la cama y la mesita de luz, donde ella había colocado sus útiles de escuela.

Cerró los ojos.

La obscuridad parecía continuarse dentro de ella. Luego, sin abrir los párpados, comenzaron a aclarársele todas las imágenes que la rodeaban en aquel lugar. La cama, la mesa de luz y la mesita con los útiles escolares. Un libro, un apunte, dos carpetas, una regla y dos lapiceras virome. Una negra y otra azul. La goma de borrar tinta estaba caída en el suelo. Las tocaba con la vista, también podría tocarlas con la mano. Se arrimó y levantó la goma. En la habitación jugaba una criatura. Era Andrea.

Divisó su rostro severo sostenido por aquel cuerpo infantil. Un delantalito color gris protegía su vestido.

—“Mira”— le dijo la niñita acercándose —“Mira qué lindo vestidito tengo. Cuando juego me lo ensucio. Por eso lo protegen colocándome este delantalito feo ¿Ves? Pero es muy bonito. Celeste con lunares blancos. Cuando lleguen aquellas señoras me sacarán el delantalito gris. Entonces voy a la sala de la mano y doy un giro. Y todas se admiran ¿No es cierto?”

—“¿Falta mucho para que ellas lleguen?”— le preguntó Luz

—“Cuando no es una, es otra señora, siempre llegan. Pero... ¿Puedes decirme dónde están los caramelos? Hay un paquete lleno en aquel ropero. Está con llave. Cuando llegan las otras niñas puedo servirme un puñado lleno. Ellas sólo se sirven del paquete más chico. El que tiene los caramelos duros. Porque yo soy la muñeca ¿Sabes? Para mí está aquel sillón azul. Las otras niñas se alejan al patio y juegan sin mí. Me acerco y mi prima Dolly me contesta: ...A nosotras no te acerques. Juega con tus caramelos de chocolate y leche. Los blanditos. Son tuyos solamente ¿No es cierto?... Y yo me quedo en el sillón. No hay ningún niño a mi lado. Sólo uno se me acercó, pero murió pronto. Una mañana de sol, cuando yo cantaba un poema”

La niñita Andrea giraba levantando el cobertor, y mostraba en cada giro el vestidito celeste de lunares.

—“¿Siempre estás sola?”— volvió a preguntarle Luz

—“No. Nunca. En realidad no estoy sola. Conmigo está una anciana y yo estoy siempre con ella. Aunque los demás cuartos permanezcan vacíos. A su lado paso mis horas y ella me ha brindado mi mejor tesoro. El único que guardo de esta infancia. Es esta medalla ¿La ves? Está vieja y gastada, pero me la ha dado ella, la que pasa las horas conmigo. Aquí en el sillón de mi costado. Ella no puede darme esos caramelos blandos. Prefiero sus galletas con olor a naftalina, porque las guarda entre sus ropas para todos sus nietos. Pero están a la vista durante todo el día”

—“¿Y no son más sabrosos los caramelos blandos?”

—“Quizás. Pero puedo probarlos, sólo algunas veces. Cuando están todas las otras niñas presentes, para que yo quede siempre más linda que ellas ¡Soy la muñeca! Pero me molesta este delantalito que llevo puesto arriba de mi vestido. No puedo ver sus lunaritos blancos ¿Me ayudas a sacármelo? Quiero ir a jugar con las otras niñas. Quiero lustrar mis zapatitos. Yo sola. Me aburro en esta casa. No puedo declamar versos. Esos pequeñitos que escribo en mis cuadernos de la escuela. Las señoras se enojan. Pero la anciana los guarda en su ropero junto con las galletas”

—“¿Por qué se enojan ellas?”

—“Porque dos más dos son cuatro, y cuatro menos dos son dos ¿Sabías? Y esto es lo único que importa para la nota de la escuela. Algunas niñas reciben escarapelitas de premio. Comprenden todas las sumas de la aritmética. Las señoras quieren que yo les traiga una escarapela. Por eso me colocaron esta cinta de terciopelo en la cabeza”

—“¿Un premio? Yo te doy un premio por tus versos”— díjole ella asombrada

Luz estaba emocionada, y creía comprender mejor a Andrea luego de esta conversación entre los vapores del insomnio.

—“¿Pero conoces el cuento de la perla blanca y los pescaditos de colores? Si se lo cuento a lo mejor las otras niñas vienen a jugar conmigo”

—“Creo que sí vendrán, pues ese cuento es muy bonito”

—“¿Me ayudas a sacarme el delantal gris? Ya no me importa que se enojen las señoras ¡Total!... tengo esta medalla que llevo puesta sobre el cuello”

—“Si. Es muy linda y la quieres mucho— le respondió Luz —Pero yo no puedo desprenderte el delantal. Tienes que hacerlo sola”

La niña Andrea comenzó a alejarse de la habitación. Abrió la puerta y la dejó entreabierta. Otra figura apareció en el umbral.

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Alejandra Correas Vázquez

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FABULAS  DE  LOS  ESTUDIANTES  (NOVELA - PARTE 1) Empty CONTINUACIÓN

Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Vie Mayo 04, 2012 7:22 pm


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FÁBULA OCHO
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VISITA NOCTURNAL
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—“Luz ... Luz ... ¿Dónde está tu padre? ¿Por qué vives en esta casa?”— la figura le hablaba con pausada voz

—“Mi padre está lejos de nuestra ciudad. No importa. Eligió su destino. Lo anhelaba”— contestó ella

La habitación negro verdosa había tomado un tinte violado, y la nueva figura cobró nitidez ante los ojos de Luz, también lentamente.

—“¿Por qué no te tomaste de su brazo para impedir que se fuera?”— le volvió a decir la figura haciendo más fuerte su expresión

—“¿Para qué? ...¡Oh, madre mía!... ¿Para impedir que cumpliera sus deseos postergados... una vez más? Tal como vivió a tu lado”

—“Le di mejores alternativas”

—“No para él”

La figura detuvo su paso lento y ligero en dirección a la cama de Luz, y allí quedó erguida, con su firme estampa, congelada para siempre. Y volvió a hablar:

—“Persigue una ilusión vana”

—“No es vana una propuesta generosa, una vocación incumplida. Para lograrse a sí mismo ...tanto tiempo postergado. Impediste que él fuera un médico rural, ahora lo es”

Ambas callaron. Madre e hija, una vez más pensaban diferente.

—“¡Médico Rural! ... Perderá los progresos que desarrolló a mi lado”

—“¿Así lo crees? Yo no. El quiere llevar la salud y la protección médica a lugares apartados. Recorrer caminos y ofrecer su presencia real y activa”

—“¡Serán muy pocos sus beneficios!”

—“O muy grandes... para él y la comunidad”


Sin dudas madre e hija no iban a corresponderse nunca en ideas. Restaba entre ambas este último diálogo, tardío, pero posible. La figura difusa acercóse un poco más, y una claridad tenue pareció próxima a ambas. La hija díjole entonces:

—“¡Oh, madre mía, qué hogar tan triste nos diste! Me resta un sentimiento noble hacia ti, la pena. Por ti. Pues rechazabas en forma negativa todo cuanto existía en nuestra casa, y no admitías sus partes positivas”

—“¿Así me recuerdas... Luz de mis ojos?”

—“¿Viste aquella niña que partió? ¿Aquélla que estaba conmigo antes de que llegaras? Es un ser que lucha. Contradictorio ...sí, en verdad. Sin embargo la naturaleza puede sembrar en ella. Es una tierra abierta, mas ella selecciona a sus semillas”

La madre era ahora una imagen pura, pero alcanzó a poner un gesto adusto. Su rostro difuso volvióse más pálido por un momento, para luego recobrar el carácter y la fuerza de siempre, al dirigirse a su hija.

—“¿No formé acaso un hogar? ¿Por qué lo abandonaste?”— la figura se le acercó

—“De tu hogar no quedaron sino individuos aislados. Pero nunca lo formaste. Tomaste el anillo de boda para agregarlo a la vida que llevabas. Y acoplaste el hombre que te amaba como un objeto que se adquiere en las ferias. Nuestra casa no era nuestra. Eramos elementos de un gigantesco clan. Como las tribus nómades, sin derecho a elegir la flor que nos da la tierra”

—“¿Un clan? ¡Mi familia! ... ¿Podía acaso rechazarla?”

—“No rechazarla. Colocarla en su lugar. Andrea y yo hemos vivido limitaciones semejantes”

La conversación estaba tensa y ya no era un diálogo amable. Pero Luz expresábase con todo su dolor guardado. Su desilusión. La madre, conmocionada, díjole:

—“Pero hija ... ¿Es que no crees en la unión de la humanidad?”

—“Madre, no creo en el colectivismo aislado. Recuerdo nuestro fallido hogar y lloro. No había padre, no había madre, no había hija. Eramos elementos de una gran carpa. Pero la ciudad era más grande aún y recibía mensajes de todos los continentes. Mas nuestra caparazón estaba dura y vivíamos dentro de ella, como en una esfera de cristal, sin esquinas. La ciudad crecía y nosotros ignorábamos que los sabios del siglo anhelaban llegar hacia los anillos de Saturno. Nuestros anillos estaban adheridos dentro de la aislada carpa, y nuestro hogar no ofrecía nada al mundo”

En ese vacío, madre e hija contempláronse en silencio. La joven había expuesto sus anhelos, abiertamente, tal como antes no se atreviera a hacerlo.

—“Pero hija ¿Dónde está tu padre? No habita en esta casa ¿Dónde está?”

—“Déjalo. No te diré su lugar. He sufrido al alejarme. No me expulsaron mas era su deseo, que yo permaneciera en Córdoba concluyendo mis estudios. Me ha sido doloroso. Sin embargo acepté su decisión con respeto”

—“Siempre le has sido muy adicta”

—“Vuelve a tu camino. La vida lo dispuso. Tus años de humanidad se cumplieron. Lloré junto a tu ataúd. Sin embargo por lástima. No por el dolor mío, sino por la existencia que no supiste utilizar. Tuviste un esposo y una hija. No adivinaste nuestras bellezas. Nos ofrendaste a la carpa y nosotros hemos retornado a la humanidad”

La figura no habló más. El cuarto comenzaba a aclararse. Luz entreabrió los ojos. Era la mañana. La leche bullía en espumas sobre el fuego de la cocina.

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FÁBULA NUEVE
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LA CARTA
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Terminado el desayuno Luz se levantó de la silla. No tenía apuro.

—“Niña, se te hará tarde”— le dijo la anciana —“¿No has terminado la taza? Tienes que llevar abrigo ¿Una cucharadita de miel para la garganta? Te alcanzo otra tostada con crema antes de que salgas”

Luz sonrió. Apuró su salida del comedor y se encontró en el zaguán de acceso a la puerta. Los pasos de la anciana venían detrás suyo.

—“¿Huyes de la abuela?”— le preguntó Martín, el mayor de los nietos que habitaba la casa

El tenía un puñado de cartas en la mano, que en aquel momento le había entregado el cartero.

—“No. Al mediodía me tendrá de vuelta”— le contestó ella

—“Aquí viene una carta a tu nombre, es ésta”— le indicó dándosela

Luz la guardó dentro de un libro y descendió a la vereda. Caminaba con prisa cuando en mitad de la cuadra la alcanzó nuevamente Martín.

—“Aquí está la tostada que te preparó la abuela. Será mejor para los dos que no te la olvides”

Ella sonrió con cariño, saludando con la mano a la anciana que la contemplaba con reproche desde la puerta. Martín le hizo un guiño cómplice. Cortó con los dientes la tostada encremada y siguió su camino rumbo al Colegio Carbó.

El cielo habíase despejado. Numerosos estudiantes de blanco delantal cubrían las calles. Miró el reloj y apuró el paso. La mañana se extendió lentamente. Ella se ubicó como todos los días en su asiento individual, junto a sus compañeras de siempre. Las horas se sumaron y los profesores declamaron su rutina estáticos, como un mástil frente a aquella juventud.

Después de la tercera hora de clase, en el recreo largo, ella buscó la carta. El sobre venía escrito con una letra que no le era del todo familiar, pero tampoco desconocida. Lo abrió y se puso a leerla:

“Mi Querida Luz:

Durante el día de ayer te hemos recordado profundamente. Hoy te escribo con emoción y te ofrezco mi amistad sincera. Para nosotros era necesario alejarnos de nuestra amada ciudad. Todo había llegado a parecernos inhóspito. Aquí, desde la vertientes serranas el sol nos impresiona más intenso, y la pendiente que nos aleja de córdoba se vuelve un recuerdo nostálgico, aunque también de liberación.

Pero a medida que los meses pasan hemos depurado la memoria extrayendo sus mejores rincones y nuestra ciudad emerge con la dulzura de la cuna que no puede olvidarse. Un día habremos de volver pero no seremos los mismos. Allí nos encontraremos nuevamente, para descubrir lo que la ciudad ocultaba, cuando no supimos descubrirla en los momentos pasados.

Tu pequeña hermana Inesita te llama aún por las noches. Se cruza a nuestra cama como antes corría a la tuya. He tenido que aprender muchos cuentos para reemplazar los tuyos, y hacerla dormir. Quizás he temido estos años que vivíamos juntas, que ella se te acercara demasiado, obviándome a mí, su mamá. Pero encontraba respeto de tu parte y demasiada comprensión. Te alejabas hacia una esquina de la casa contemplándonos, y tu actitud me desconcertaba.

Hoy te aprecio de una manera especial. Recuerdo tus ojos agudos y penetrantes, muy verdes, y me pregunto por qué nos mirabas tánto. Con aquella fijeza que llegaba a atemorizarme, ocupando un solo lugar entre nosotros: el tuyo. Muchas veces me decía si aquello no era una expresión de retraimiento, de amor individual. Pero llegué a respetarte también yo, como respuesta.

Te recuerdo como eras muchos años atrás. En mis tiempos de estudiante cuando te llevaba de la mano al Colegio Carbó, ibas entonces a los grados. Yo era tu vecina que asistía al secundario, tocaba el timbre para buscarte y partíamos juntas. Luego ambas crecimos, comenzaste el secundario y yo el profesorado del Carbó, pero igual partíamos juntas todas las mañanas.

Un día pasé la puerta de tu casa. Era el entierro de tu madre. Aquel día conocí a Santiago, tu padre. El te tenía en la falda, presionándote. Aquello me conmovió. Me senté junto a ustedes para acompañarlos, y formamos a la vista de todos, sin proponernos, el cuadro de un hogar. Tiempo después Santiago y yo nos casamos.

Tu padre eligió reciclar su casa renovada para todos. Tu cuarto daba al jardín. Un ciruelo florecía en el fondo. Habías elegido vivir con nosotros, a pesar del pedido de tus tías por llevarte con ellas. Fue una alegría para él. Un apoyo en la intolerancia de los otros, quienes vieron mal su nuevo matrimonio con una joven. Sin embargo supiste antes que nosotros, prescindir de ellos.

Tuve miedo al comienzo, y ahora me atrevo a decírtelo, que tu amor hacia Santiago fuese excesivo, doloroso para mí. Que intentaras imponer tu lugar en su vida. Pero me equivoqué. Era la tuya una actitud natural y convivías con nosotros espontáneamente. Tus horas se deslizaban paralelas, a las nuestras, sin interrumpirnos. Sólo tus ojos verdes eran una llama ¿Qué significaba aquello?

Comprendo en este día, que tu alma iba abriéndose al mundo. Observabas nuestra vida como una escena. Estuviste a nuestro lado. Lo apoyaste sin pensarlo. Naturalmente, y tu amistad era la más sana. Eso he comprendido.

Pero mi vida allá no gozaba de paz. Había encontrado el amor en tu padre, un hombre esbelto, aún joven pero mayor a mí, quien creía estar acabado para nuevos proyectos médicos. Y no era así.

Sin saberlo, sin conocerlo aún, yo llevaba todos los días a su única hija de la mano rumbo a la escuela. Muchas veces durante los recreos de clase, te obsequiaba con un sánguche de salame en pan de viena, que tanto te gustaba, cual si fuera tu hermana mayor. Casi maternalmente. Sí. Era una voz del destino. Pero nuestras cercanías de edad, hoy día, sólo me permiten ofrecerte mi amistad. Inés te envía este pequeño dibujo que adhiero a mi carta. Tu pequeña hermana pregunta por Luz.

Cuando me senté al lado de ustedes en aquella tarde de luto, hubiera dudado lograr tu comprensión. Parecían unidos en un dolor y sin embargo se amparaban uno y otro de la soledad. Cuando floreció el amor, sonreíste, sólo hoy día comprendo en todo su valor, la sinceridad que encerrabas. Antes que nosotros, habías percibido el continuo peregrinaje de las vidas. Por una visión interna te limitabas a observar el mundo. Podíamos amarnos y gozar de paz. El mundo marcha continuamente.

Amiga Luz, ya hemos emigrado hace meses. El fuego arde en la estufa de piedra. La leña cruje. Inesita corretea por las baldosas de motivos floreados. El invierno aquí es más largo. Has elegido quedarte allá en la ciudad, terminado tu secundario. La tierra amaneció hoy cubierta de escarcha.

No te pregunto por todos aquéllos que se mantenían a la puerta de nuestra casa, cuando vivíamos en la ciudad, investigando con egoísmo. Sé que los saludas amablemente al encontrarlos en la calle, pero guardas tus minutos como algo propio. Sin embargo, anhelo que en tu vida recojas parte de las semillas que el Progenitor ha arrojado sobre la tierra. Porque el amor es el equilibrio de la aguja. Una variedad de tonos opacos y dulces donde los seres colocan su pequeña gota a la evolución, ya que todos debemos impulsar las velas de la Barca.

Con diciembre arribará la pausa del año, el verano, y podremos reunirnos para Navidad. Nuestro cariño va hacia Córdoba como un mensaje conjunto, y te hallará en ese rincón que habitas, o entre las calles de los estudiantes.”

“María Marta”

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FÁBULA DIEZ
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UNA PALMERA ENANA
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Luz estaba con la cabeza apoyada contra un sillón de alto respaldo, ubicado frente al ventanal de la sala. Era una mampara de hierro con vidrios de color blanco y rojo. El sol de la siesta hacía que se recortara sobre aquellos colores, la sombra de una palmera enana. El primer día de su estancia allí, sorprendióse al divisarla. Abrió el ventanal y pudo verla llorona y orgullosa en el centro de aquel antiguo patio de baldosas, emergiendo de un macetón de patas gruesas.

—“¿Es curiosa, verdad?”— le dijeron en la espalda —“Ya estaba cuando yo era niño y me balanceaba colgándome de sus ramas. La abuela me llamaba enojada. La trajo su marido de Catamarca. Era un regalo de la época. Hoy hay pocas por los campos. Han servido durante años para sostener el alumbrado. Ahora prefieren los postes de cemento, o sea que sólo queda la maceta”

Ella lo miró con sorpresa.

—“Mi nombre es Luz”

Todo era nuevo para la niña en aquel día de su llegada, varios meses atrás, como también la figura del muchacho que acercóse a ella, una huésped desconocida, rompiendo sus temores.

—“Bueno, yo soy Ramiro. El menor por ahora. Otras veces estoy en el medio o en la punta. Mi abuela tuvo doce hijos. Somos muchos nietos. A veces vivimos más de siete y no nos hablamos. Comemos en distintos horarios, por los estudios. Pero Marina nos acompaña a todos. Tiene seis años”

—“Mi hermanita Inés ha cumplido cuatro. Ayer. Apagó las velitas por la mañana. Al mediodía se fueron”— sonrió con tristeza —“Creo que por lo menos ella me extrañará”

—“¿Y los otros? Tienen su juguete ¿Verdad? Una nena de cuatro años. Nosotros creciendo dejamos de ser graciosos. Podemos quedarnos lejos. El juguete cobró vida y el titiritero se aleja. Al menos nos queda la ilusión de que el Hada de la Juventud nos tocó con su estrella”

—“Tal vez ... No había alcanzado a pensarlo con esa claridad”

La niña lo miró. El rostro morocho del joven le pareció bastante sombrío, pero la expresión suave de sus ojos servíale de contraste. Era de estatura mediana con músculos fuertes en los brazos, que traían arremangada la camisa. Pero la impresión general de toda su persona, lo hacía parecer de constitución menuda.

—“Tengo las manos con grasa de motor. Debo lavarme, no puedo darte la mano. Sabía de tu llegada a casa de la abuela, todos te esperábamos. Hasta luego”

Fue al primero de los muchachos que encontró y con el que menos hablara después. Le pareció ver que no hablaba casi con ninguno. Aún así, los otros primos le demostraban afecto. Sus ironías zumbaban por el aire, como insectos del verano, pasajeros.

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Durante aquella siesta de varios meses después, estaba en el mismo sillón. El silencio se entrecortaba cuando entraban los jóvenes y volvían a salir. Marina la llamó un momento. Ocupaban ambas el mismo dormitorio.

—“¿Esta noche me vas a contar el cuento del Pajarito y la Araña?”— le pidió la pequeña

—“¿El mismo de ayer?”

—“Sí. Pero no quiero que peleen”

—“Bueno van a jugar. Ya están jugando. Ahora debes descansar en la siesta. Yo estoy cerca de ti. Aquí al lado, en el sillón, frente al ventanal”

La nenita se retiró a su cuarto y ella se alejó apoyándose en el ventanal. Luz miraba el reflejo de la palmera enana a través de un gran vidrio rojo de la mampara.

—“Todo rojo”— pensó

La visión le ofrecía un mundo onírico donde el patio y la palmera enana componían un ensueño. Al darse vuelta encontróse con Ramiro sentado en el sillón de la abuela.

—“¡Oh! ... no te había visto”— díjole ella sorprendida —“Tu hermano te estuvo buscando. Creo que recibió una carta de tu padre”

—“¡Estoy cansado!”

—“Has ocupado el sillón de la abuela, ella no permite que nadie lo ocupe”— le advirtió Luz

—“¡Estoy muy cansado! Me cuesta llegar hasta el dormitorio ¿Pero ves mis manos? Son útiles, aprenden a trabajar. Están sucias de aceite de motor”

—“Sí, las veo trabajadoras. Es tu valor. Una valentía. Lo digo con sinceridad, Ramiro. No hay burla. El niño lindo sale a la lucha. Te has quitado el pantalón de terciopelo por este mameluco de mecánico ¿Estás seguro de no entremezclar al trabajador con el guerrero?”

—“No... es claro, dices bien. Sin embargo y aunque no me creas, a ese señor formal, al que escribió esa carta que ha recibido mi hermano, yo lo quiero... Y él debe quererme”

—“Es tu padre ... y lo tienes preocupado. Ya no estudias”

—“Trabajo...”

Por un espacio quedaron en silencio. La siesta era espesa. Un despertador interrumpió el tiempo. Era en la pieza de la abuela. El muchacho sacudió la cabeza. Un rayo de sol muy liviano tenía posado sobre el rostro.

—“Me había alcanzado a dormir”— dijo Ramiro sacudiendo su melena revuelta y ondeada —“Estaba rodeado de una multitud extraña y hacia el fondo mi hermano agitaba un papel escrito ...pero sin estampilla”

Abrió los ojos y la miró. Cuando se dirigía a alguien dilataba profundamente sus pupilas. El sol que las bañaba, acentuaba la coloración casi amarilla de sus ojos, donde el iris negro quedaba remarcado.

—“El fondo de tu corazón debe ser amplio como tu mirada”— le dijo Luz

—“¿Así me ves?”

—“Sí, abierto y no esquivo como te presentas a los demás. Eso dice tu mirada”

—“¡Oh!”— respondió él mientras giraba la cabeza —“bello cumplido para un varón de una damita que aún es una niña... ¿Tan cáustico soy siempre?”

—“Al menos, algunas veces”

—“Debo higienizarme las manos ¿No es cierto? Lo pensaste sin duda ¿Por qué no me lo has dicho? Antes de recostarme debo hacerlo ...pero estoy cansado. Aquí mismo dormiría pero vendrá la abuela y me expulsará de su sillón, siempre hay demasiado movimiento cerca suyo, a pesar de sus años”

Luz se puso de pie y lo tomó por los codos para ayudar a levantarlo. Ramiro no oponía resistencia pero tampoco intentaba erguirse.

—“¡Vamos! ...con un poco de esfuerzo te puedes levantar”— le dijo ella tratando de empujarlo por los hombros —“No es mucho el esfuerzo, lo lograrás, bastará que te empeñes”

El no intentaba levantarse. Ella se detuvo mirándole el rostro que tenía las facciones subidas de tono, con un tinte rosado. Y le colocó la mano sobre su frente.

—“¡Debes tener fiebre! Con este cambio de temperatura constante y estas heladas tardías de córdoba, cualquiera se congestiona...”— dijo ella preocupada

—“No tengo nada, pero déjame tu mano aquí, sobre mi frente”— le respondió él sujetándola con la suya —“Me alivia. Me serena. Me adormece”

—“¡Déjate de monerías que no es el momento!”— gritóle Luz —“Voy a llamar a Andrea para que te cuide, aquí no está tu madre, yo no soy enfermera ni soy tu novia. Es ella quien debe brindarte alivio y ocuparse de tu fiebre, te dará mayor tibieza que yo”

—“¡No la llames!”— reclamó con orgullo Ramiro —“Hace días que no quiere hablarme”

—“Su razón tiene. Este mediodía preguntaron por tu nombre al teléfono, tres voces femeninas diferentes. Yo no reconocí a ninguna de ellas”— sonrió Luz con algo de reproche

—“Si eran diferentes voces, no es que Andrea me haya llamado tres veces... está claro... Clarísimo”

Ramiro se levantó con un gran dificultad. Luego apoyóse en la pared ayudado por Luz.

—“¿Hace frío aquí adentro?”

—“No. Tienes escalofríos. Voy a decirle a la cocinera Juana que te lleve un caldo tibio a la cama. La abuela tiene tubos completos de cafiaspirinas. Te bajarán la fiebre”

—“Me voy a acostar, a las cinco de la tarde debo abrir el taller”

Salió por el pasillo del extremo hacia su dormitorio, mientras Luz atravesaba el patio en dirección a la cocina. Juana, otra anciana vieja como la abuela y como la palmera enana, retiraba en aquel momento una pava hirviendo de la cocina económica, para servir el mate.

A las cinco de la tarde Ramiro estaba con fiebre alta.

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FÁBULA ONCE
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EL GRAN LAGO Y LAS DOS LUNAS
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El atardecer había comenzado. La antigua casona continuaba en el seno de aquella urbe que se modernizaba, mientras Luz ordenaba pasivamente su ropa. Varios juguetes de Marina se hallaban diseminados por el suelo, y ella procuró reunirlos en un solo estante. De improviso sintióse llamada. La voz provenía de la cocina. Atravesó los macetones del patio para encontrarse con Marina acurrucada junto al fogón.

—“¡Fíjese Niña Luz! ...No quiere cruzar sola el patio... es mejor que se la lleve de la mano. Yo estoy muy atareada aquí”— le dijo en un pedido imperioso la vieja Juana

—“Vamos”— y la tomó con suavidad

—“No ... no ... que hay gente, allá bajo la palmera”

—“Ninguna Marinita. Sólo unos paquetes que ha dejado Diego. Ya los vamos a sacar”

Las dos salieron de la cocina. La niñita caminaba con pasos pequeños. Parecía adherida a la falda de Luz.

—“¿No hay estrellas?”— preguntó

—“Muchas. Pero la luna llena brilla tanto que no las deja ver”

—“¿Y nadie le apaga la luz?”— levantó su carita mirándola

Al pasar junto a la palmera continuó su camino olvidándose de ella. Luz le acariciaba los cabellos rubios con ternura.

—“Hubo un niño que quiso cubrir la luna llena con un paño de lana, para que no ocultara las estrellas”— comenzó a relatarle

Se interrumpió al llegar adentro. Fue directamente al sillón y la sentó a su lado. La pequeña levantó su carita y aguardó la continuación del relato.

—“El niño había subido por la cuesta más alta del barranco”— continuó Luz

—“¿Junto al Parque? ¿Allá donde está el zoológico?”— volvió a preguntar Marina —“Un día me llevó Ramiro. Había que subir por los costados para llegar a la jaula de los tigres ¿Por qué en la sierra no hay esas escaleras largas para subir hasta arriba?”

—“Algún día habrá y no tendremos que escalarlas tomándonos de las piedras”— prometióle Luz

Marina apoyó la cabecita en su brazo. Un silencio expandido por el atardecer hizo que la imaginación de Luz creara un mundo de fantasía, para que la pequeña oyente.

—“Pero este niño del que te hablo se fue hacia el otro barranco. Del lado opuesto. El que había antes de llegar a la estación de Alta Córdoba. Ahora está cubierto de casas y calles de pavimento. Pero hace mucho se llamaba “La Bajada del Negrito Muerto”. Y el niño subió allí al sitio más alto. Caminó toda la noche entre las barrancas. Se cayó en algunas, y volvió a subir”

—“¿Y nadie lo ayudaba a levantarse?”

—“Sí. Otro niño como él, cada vez que caía lo encontraba a su lado”

Marina levantó su cabecita sorprendida. Había perdido la somnolencia que le diera la sopa servida por la vieja cocinera.

—“¿Y quién era ese otro niño?”— preguntó

—“El le preguntó ...Yo... le respondió el otro ...Soy el habitante más antiguo de la barranca y puedo conducirte por todos sus caminos”

—“¡Qué lindo!”

—“Entonces el primer niño le señaló: ¡Quiero llegar hasta allá!”

—“¿Quería ir más lejos?”

—“Si. Y hacia allí lo condujo, al extremo desde donde podía observar la ciudad entera. Cien luces brillaban abajo suyo y la luna sobre su cabeza”

La pequeña saltaba en el sillón muy eufórica. Luz trató de calmarla subiéndola a su falda. Luego continuó relatándole:

—“¿Querías ocultar toda la luna? ¿Y para qué? Mira cuántas estrellas existen todavía sobre la tierra?”— le dijo el otro niño —“En cada una puedes hallar una casa, un papá, una mamá y muchos niños amigos”

Marina abrió grandes sus ojos mirándola de frente. Estaba fascinada. Luz continuó:

—“Pero” ...volvió a hablar el primer niño... “Llamé a tantas puertas y ninguna me abrió. Les mostraba la mano dándoles el molinito de papel glasé que había construido en mi escuela, mas no lo quisieron.”

—“¡En el Jardín de mi escuela, hicimos un molinito de papel!”— comentó emocionada Marina

—“Entonces el segundo niño quedó en silencio por un espacio largo. Después lo tomó de la mano y mirándolo suavemente le preguntó: ¿Siempre has vivido en esta ciudad?”

—“¡Yo siempre!”— la interrumpió Marina —“Nací acá en el centro de Córdoba, me dijo la abuela”

—“Bueno ...este nenito también, pero el segundo niño continuó diciéndole... Mira, yo vivo en este rincón del mundo desde hace más tiempo. Te mostraré como era tu ciudad... Y extendiendo la mano nuestro amigo, el primer niño, pudo ver que sus pies se mojaban con el borde de un lago gigantesco... Entonces el otro niño le dijo: La otra orilla se encuentra allá lejos, donde se levantó después la jaula de los Tigres.”

—“¿Y mi papá era chico entonces? ¿El lo conoció?”— preguntó con asombro la nena

Luz se admiraba al ver de qué forma la pequeña hacíase protagonista de sus cuentos, entrando dentro de ellos en forma inmediata.

—“No Marina. Hace más tiempo todavía. Cuando la abuela nació ya no quedaba más que La Cañada para reunir el agua de las lluvias. Pero en su tiempo eran más fuertes, inundaban las calles y rompían los adoquines”

—“Ella dice que todo el patio se inundaba. Hasta el dormitorio del fondo. Una noche bajó sus pies de la cama y el agua le llegaba a los tobillos”

—“Sí, mi nena. Pero ya se había secado el Gran Lago que cubría el centro de nuestra ciudad. Sin embargo el niño esa noche lo vio, pues el segundo niño se lo mostró en todo su tamaño. Y sobre sus aguas reflejábase la luna llena. Era muy bonito”

—“¡Qué bonito!”

Marina parecía ver el Gran Lago como si estuviese frente a sus ojos. Y esa capacidad de encanto, hizo en Luz brotar su imaginación.

—“¿Lo estás viendo? Hay dos lunas, una en cielo y otra en el lago”

—“Muy lindas, si busco mi salvavidas floto hasta la luna del Lago”

—“Entonces el segundo niño siguió hablándole: ¿Ves allá lejos una luz rosada que brilla? Flota sobre la superficie del lago. Puedo dártela si bajamos, será tu estrella ... ¡No! Pues nos ahogaremos en el fondo del lago, le contestó asustado el primer niño”...¡No tengas miedo!... insistió el segundo niño ...Ya no hay más lago ¿Ves? Está la ciudad de nuevo iluminando el antiguo foso que dejaron las aguas. ¿Vienes conmigo? Voy a darte mi ofrenda... Y los dos niños bajaron de la mano hasta el límite de la barranca, junto al puente la greda de las casas de los hombres, en aquel barranco”

—“¡Se fue el Gran Lago con las dos lunas! ... Ya no me gusta tu cuento”

—“Pero todavía sigue la historia de los dos niños y la estrella prometida”— insistió Luz

—“No. No. No me gusta. Me voy con la abuela a dormir con ella”

Y para sorpresa de Luz, la pequeña bajó del asiento para ir en busca de su abuela. Los pasos de ambas escucháronse en el dormitorio de la anciana.

—“Esta noche”— pensó Luz —“Marina flotará por el Gran Lago para ir al encuentro de sus dos Lunas”

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FÁBULA DOCE
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LAS PERLAS
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Los días transcurrieron en la misma celeridad y serenidad, que otorgaba la antigua casona de la abuela, a sus habitantes juveniles. Con toda su ornamentación llena de recuerdos. Las grandes macetas del patio, donde lucíase la palmera enana como emblema. La inmensa mampara de vidrios coloridos. El comedor de mesa oval con su docena de sillas. La sala carmesí con sus bibelots, cuadros y retratos. Y cada dormitorio con su ropero de lunas espejos, de gran porte.

La abuela esperaba siempre a Luz para la hora del almuerzo, tras su regreso del Colegio Carbó, como un ritual extendido del año escolar. Sus nietos a esa hora meridiana de las 12.30, no se hallaban aún en la casa. La niñita iba a Jardín de Infantes volviendo cerca de las 11 hs y era atendida por su niñera Mercedes, quien la llevaba y traía del Jardín ocupándose de su almuerzo.

Todo estaba bien previsto y organizado. Pero la presencia de Luz había traído cambios a la vida de la pequeña, con esos cuentos que nadie conocía, ni tan siquiera ella, pues iba creándolos a medida que avanzaba el relato. Pasados unos días, Marina sentóse a su lado al atardecer, a fin de conocer de qué modo seguían las aventuras de los Dos Niños.

Pues la niñita estaba inquieta, como toda pequeña que vive con una abuela entre primos mayores. La falta de sus padres, debido a un doloroso accidente, era algo desconocido aún para ella. Y la familia siempre iba a tratar de mantenerla alejada de aquel dolor. Por ello era una pequeña feliz, alegre, y encontraba en Luz una especial fascinación. A la cual esta joven aumentaba con sus relatos. Marina poseía una memoria llamativa. Después de varias noches, de otra sopa tibia, de otro obscurecer vespertino, cuando su abuela prendió la radio para escuchar su último noticioso, exigió a Luz:

—“¡Mala!... me prometiste el cuento del Gran Lago”

—“Bueno ... Bueno ... Marinita. El cuento del Gran Lago comienza con los Dos Niños que están de pie sobre el barranco, viendo hacia abajo las luces de Córdoba encendidas, en una noche de luna llena. Porque Córdoba es una hondonada ¿Sabías? Sí, así es. De modo que si desde las barrancas, llenas esa hondonada de agua, se convierte otra vez en el Gran Lago que antes existía”

—“¿Cuándo?”

—“Hace mucho ... muchísimo tiempo”

—“Yo nunca los vi”

—“Yo tampoco”

—“¿Cómo sigue? ¿Qué más hicieron esos niños?”— solicitó con mimo la nenita

—“Sí, sigue”— expresó Luz —“Estaban los dos niños en la punta del barranco, mirando hacia abajo la ciudad de Córdoba toda iluminada en una noche de luna llena”

—“¿Y ya no está el Gran Lago?”

—“No. Ya no está”

—“Lástima”

—“Y el segundo niño, quien habíale prometido una estrella, le dijo así al primero: ...¿Vienes conmigo? Voy a darte mi ofrenda ... Y los dos niños bajaron de la mano hasta el límite de la barranca de greda roja, junto al Puente Centenario, que separaba las casas de la gente”

—“¿Dónde era? ¿Había árboles?”

—“Algunos ... estaba el Parque de las Heras, igual que ahora”

—“¿Con las hamaquitas celestes y los toboganes? ¿Con las fuentecitas blancas de la entrada? ¿Con esos sapitos de piedra que pisamos al saltar dentro de las fuentes todos los chicos?”

Las preguntas de Marina ponían las cuentos en tiempo real, pues necesitaba entrar en ellos. Luz debía colorear muy bien el ambiente relatado.

—“A lo mejor, pero ellos no iban a jugar. No. Se acercaron a uno de los viejos faroles coloniales llenos de ribetes, que emitía aquella luz color rosa. El primer niño, nuestro amigo, esperó abajo, mientras el otro niño recogía la lámpara que estaba recubierta de una capa de polvo. Luego de bajar la estrelló contra el suelo y su contenido se desparramó alrededor de ellos”

—“¿Y qué tenía, gas o kerosén?”

—“Nada de eso Marina. Estaba llena de unas perlas rojizas y brillantes.”

—“¡Huy!”

La expresión de la nenita iba acompañada de gestos muy expresivos. Colocó sus manos sobre las mejillas y púsose a saltar en el sillón, pero sin pisarlo con los pies. Luz le acarició el rubio cabello tratando de calmarla. Ella era toda emoción ante lo fantástico, más aún, cuando penetraba dentro de los cuentos.

—“El primer niño las tomó para guardarlas en sus bolsillos y una substancia pegajosa se adhirió a sus manos”— prosiguió Luz —“¿Qué tienen? ... le preguntó al otro niño, el cual le contestó: ...Están llenas de un líquido precioso. Es miel de camoatí. La miel rosada de los montes. Tienen estas perlas un orificio en un extremo, por donde podrás beberla. Y además de su dulzura poseen un soplo mío en su superficie”

—“¿Un soplo? Yo soplé seis velitas en mi cumpleaños”

—“Sí, algo parecido, Marina ..sigo el cuento... Entonces, opinó el primer niño, si tengo los bolsillos llenos de perlas y me son demasiadas, voy a compartirlas con los demás habitantes de la ciudad, para que tu soplo se irradie por aquellas luces que dibujan la noche sobre la tierra, como un segundo firmamento.”

Las frases e ideas de Luz en su entusiasmo por crear imágenes, habíanse vuelto complejas para Marina. Pero la pequeña encontrábalas hermosas y se puso a aplaudir. No sabía aún lo que era un firmamento, ni un soplo, ni una irradiación, pero sentíase feliz oyéndola.

—“Y así diciendo fue a tocar las puertas de todas las casas. En algunas llamó una vez y bastó para que le abrieran. En otras tuvo que imponerse a golpes fuertes, y en las últimas nadie respondió. Una multitud comenzó a rodearlo... ¿Ven estas perlas? ...les dijo él... Es miel rosada y contienen el soplo del niño más antiguo de estos parajes. El vivía ya cuando nuestra Córdoba era sólo un futuro, y su base el lecho de un milenario lago. Nosotros aún no estábamos ¡Pero recojan cada uno su perla y será feliz! La luz de la luna no opacará las estrellas en medio de la noche porque tendremos una luz propia”

Luz en su entusiasmo por el relato no advirtió la presencia de Diego, quien escurrióse detrás suyo sentándose en un taburete del piano —siempre cerrado— cerca suyo. Con su guardapolvo blanco de estudiante de medicina, la oía muy interesado. Ella continuaba:

—“¡Bebamos un sorbo de esta miel! Alcanza para todos. Podremos caminar entre la multitud de seres de una urbe sin desconcertarnos. Podremos subsistir sin emprender la huida hacia la sierra, en busca de aire puro ...La multitud lo miraba asombrada... No vemos las perlas ...le dijeron... ¿Has visto un niño? ¿Cómo era? ¿Conoce toda la historia de estos rincones y habitaba junto al Gran Lago? Entonces has conversado con un Angel y estás iluminado”

—“¿Un Angel?”— expresó con sorpresa Marina despertando de un entresueño —“¡Quiero ver al Angel! ¿Yo no puedo verlo?”

—“Tampoco yo, nenita. Lo vio el primer niño. Todos se acercaron a él y se arrodillaron frente suyo tocando la frente con el suelo. Luego le colocaron una corona con flores de aromo. Algunos albañiles comenzaron a levantar una pared y en poco tiempo lo rodeó la construcción de un templo. El niño volvió a llamarlos con los ojos cubiertos de lágrimas... ¡No. No me encierren, soy un niño y quiero jugar! Les ofrezco este precioso dulce. Todos sorberemos un poquito ¿No quieren? Yo necesito jugar mucho todavía”

La pequeña Marina ya no podía penetrar en aquel cuento de ensueño, y buscó el sueño donde finalmente fue cayendo. Atrás de ellas, Diego seguía muy interesado el relato. La nena mimosa estaba en la falda de Luz. En el asiento vacío se acomodó Diego, quien le dijo:

—“Sigue, quiero oír la continuación, me ha gustado mucho”

—“¡Me has sorprendido, Diego!”— dijo sobresaltada Luz, algo enojada, pero decidió continuar

—“Alrededor del niño las paredes se elevaban muy altas y ya habían comenzado a poner las vigas para el techo, cuando de improviso descendió desde arriba el otro niño. Los dos se abrazaron y comenzaron a elevarse, huyendo de la multitud. De sus bolsillos cayeron todas las perlas menos una. “Guárdatela” ...le dijo el Angel... Es tuya. Las otras quedarán diseminadas por las calles de nuestra ciudad, y el que desee y busque, podrá sorber la suya”

—“¿Nada más? ¿No tiene un cierre? En un cuento el final es siempre muy aguardado”— le observó Diego

Luz salió de su temor y decidió continuar. Ella era espontánea creando ideas, pero ahora debía pensar ese final, que Diego le requería. Y así siguió:

—“Me equivoqué ...murmuró el primer niño... ¡Tenía tantas! pero no las veían ¿Por qué venían hacia mí los enfermos y los tristes? Querían que los tocara con mi mano. Yo sólo podía extenderles a cada uno su perla rosa, llena con la miel de camoatí de los montes. Ahora atravesarán las sierras para cazar un enjambre silvestre, llenándose de picazones ¡Y había aquí para todos! No ... No quiero que encierren otra vez. Quiero ir a jugar. Las perlas rosas estarán desparramadas durante el día y la noche ...¡Me voy solo con la mía!... Y dándose ambos un beso muy dulce, los dos niños se despidieron”

Diego juntó sus dos manos aplaudiendo. El rostro de Luz tenía un tinte rosado.

—“Luz”— dijo Marina con los ojos semicerrados por el sueño —“quiero una cucharadita de miel”

—“Bueno, nenita mía. Junto con una tajada de pan. Te la voy a llevar a la cama”— le contestó ella

—“¿Y el cuento de la arañita? Me prometiste...”

—“Sí. Cuando estemos acostadas”

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FÁBULA TRECE
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EL PLATO VACÍO
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Algunas después el sol continuaba mostrándose a los jóvenes cordobeses. Las heladas tardías habíanse disipado. El mediodía dejaba deslizar la aguja. La abuela se hallaba en su habitación. Luego de una pausa llamó a Luz.

—“Niña ¿Te di una carta esta mañana?”

—“Sí abuela, la puse en el correo. No se preocupe”— respondióle Luz

—“¿Ves? Estoy hecha una vieja tonta, pierdo la memoria. Le escribí a mi hijo, el padre de los muchachos, porque no quiero que me reprochen sus problemas. Ellos han sido enviados a mi casa para estudiar”

—“Eso ya lo sabemos, señora”

—“Tal vez yo hubiese pensado igual que él, pero los años me ha enseñado la tolerancia. El mundo es populoso y amplio. Hay cantidad de rincones. Pero mi hijo insiste. El estudio tiene un valor propio, y el documento lo indica. Ramirito es noble... sin embargo no quiere estudiar”

—“No se preocupe, señora. Ramiro tiene conciencia de su propia vida. Además de que yo creo, que usted siempre ha sabido respetar, las decisiones ajenas”

—“¿Y Marina?

—“Está dormida. Duerma usted también, ya me voy”

Luz se retiró tratando de silenciar sus pisadas. La siesta había penetrado en la casona. El zumbido de una máquina de escribir se percibía a través de las puertas cerradas, desde el escritorio de Diego. Luego calló a su vez. La niña se ubicó en el sillón frente a la mampara, apoyándose en su respaldo. El sol que la bañaba fue adormeciéndola. Alguien la sopló en la cara.

—“¿Dormías?”— le preguntaron

—“...Apenas”— ella se restregó los ojos.

—“¿Te he molestado mucho?... perdona”

—“No Martín, no es nada. A mí no me gusta dormir la siesta. Es como si me quedara sin sol”

—“Claro, durante la mañana estás en las aulas de clase. Muchas tardes en la Alianza. Pero quería preguntarte... ¿Es verdad que la abuela le ha escrito a mi padre?”

—“Sí”— respondió Luz con sorpresa

—“¡Es raro! ...Ella que nunca interviene”

Martín pasó su mano por el entrecejo y se puso a caminar.

—“No lo tomes a mal. Está asustada como una criatura, teme que la reten a ella por desconocer la lección. Además los quiere a ustedes con infinito respeto ¿Hay mejor amor?

Luz le hizo un lugar en el asiento, que era doble.

—“...Sí... es un afecto que no valoramos. Si esta abuela nos impusiera esclavitud nos postraríamos como insectos. Bajo estas paredes cada nieto que ha pasado por ellas ha sido responsable de sí mismo. Un abismo duro... ¿Qué podemos hacer por ella? No ama las ofrendas”

—“Nada más que estar aquí. No te preocupes Martín ¿Qué temen todos ustedes con la llegada de tu padre? ¿Es acaso un inquisidor?”

—“No”— le contestó él sonriéndole —“Ya lo conoces, ha sido muy amigo de tu padre y tiene su misma profesión ¿Sencillo, verdad? Afable. Sin complejidad. Sin conflictos. Por momentos encantador... ¡Pero portador de miedo! Lo abate el riesgo. Por ello dejó a la docta Córdoba yéndose a un lugar muy tranquilo, a su medida. Tampoco necesitó nunca de la lucha, pues en su generación había que buscarla voluntariamente. Por fantasía. Todo era más sereno. Pero él no es consciente de que su propia sencillez, ha sido la llave que lo colmó de simpatías en su camino”

—“¡Entonces no hay problema!

Ella hizo que el muchacho quedara pensativo. Ambos siguieron meditando, sin otras palabras sobre la pronta llegada. El silencio fue interrumpido por Luz:

—“¿Has comido?”

—“Todavía no. Pero Juana me ha servido el almuerzo. Ya voy para el comedor ¿Me acompañarías?”

—“Sí ... si quieres”

Cruzando la habitación llegaron al comedor y Martín se sentó frente a su plato. Luz caminaba detrás suyo, observó el día a través de la ventana, y luego tomó asiento para hacerle compañía. Pero ella ya había almorzado con la abuela.

—“Este año finaliza sin darme cuenta. Detrás de él viene una incógnita”— comentó él

—“No veo por qué. Pareces muy decidido y en posesión de un centro. Hasta tienes elegido tu costado personal, dentro del círculo que describe nuestra sociedad”— le respondió ella

—“¿Es un reproche? No vale la pena que me lo digas. Quizás sea que admito una duda. Pienso que el hombre es débil y en su madurez termina aniquilando sus ideales. Careció de fe y tiene miedo a la transformación. Admite la mano que lo amordaza y lo protege contra lo nuevo. Es que él ya no cree en nada nuevo, porque la historia evolucionó con lentitud dentro de sus expectativas”

—“Dependerá también, cuáles fueron sus expectativas”— intervino Luz

—“En sus años de furia juvenil se agotó en los corredores estudiantiles. Un hombre débil vive dentro de cada joven que agita panfletos. En su solapa brilla una cinta morada y está pronto a dar su sangre por ese papel escrito”

Martín se detuvo, comprendiendo que su crítica estaba muy exaltada.

—“Es un juicio demasiado severo el tuyo”— sostuvo la jovencita —“Y causa temor a alguien como yo que aún no ha ingresado a la universidad”

—“Porque sostengo que los principios en que se basa son puramente teóricos, para nosotros. No realidades palpadas aquí. Hemos pasado por liberalismos y facismos copiados de afuera, con malas consecuencias. No pertenecen a nuestra realidad ¡Córdoba está tan lejos!...”

—“¡Si! ... Lejos y aislados del centro neurálgico del mundo, en eso concuerdo”— comentó con fuerza Luz —“Pero también somos sus espectadores. Vigilamos. Somos sus grandes guardianes”

—“Te ha picado ya el bichito del idealismo. Pero claro, yo soy un egoísta ¿Quieres que adivine lo que piensas? Si a los veintiocho años carezco de esa audacia, qué me esperará a los cuarenta y ocho. No creas que mi posición es fácil. Tengo que pasar junto a aquéllos, con quienes he probado el mismo dulce durante la infancia, como si fuera un extraño. Pero pasará ¿No lo crees?”

—“Me resulta difícil creerlo”

—“Y si no... ¿Podrías decirme que sitio ocupan ahora, u ocuparon, aquellos estudiantes que se amotinaron frente a un Hospital, cuando la reforma universitaria del 18. La chiflatina todavía resuena en alguno que otro cerebro. Te lo diré: Llevan la mirada adusta y el índice imponiendo disciplina. Pero es extraño, era uno de los antiguos y activos participantes. Y seguro estoy que ahora siendo abuelo fruncirá el ceño sobre la cinta morada de su nieto. El propio Deodoro salió más adelante defendiendo a un cruel violador y asesino, logrando liberarlo, pero Martita Stutz nunca tuvo tumba”

—“...Puede ser... Tu pesimismo es tan hondo que debe ser sincero”

Ella continuaba mirando por la ventana. Juana trajo desde la cocina un buen plato muy substancioso de “bife a la criolla”, que Martín comía encantado.

—“¿Te ofendo? Aunque no te hayas ubicado aún en ese camino, sientes una necesidad imperiosa de tomar las banderas. Debes hacerlo ¿Sabes? Tengo miedo a mi propio derrumbe. Mi realismo es tan cáustico que nunca las tomaré”

—¿Ni siquiera como una experiencia? ¿O por curiosidad?”

—“¿De qué me valdría una revolución sin continuidad? Ya que carezco de su fe. Mi condición es aún más austera, de lo que hoy día son aquellos estudiantes reformistas del 18... He hablado con muchos de ellos. Cincuenta años pasaron en Córdoba como un soplo, con todas sus anécdotas, y la violación de iglesias en semana santa llevándose las telas moradas que cubrían los santos. Lo que se convirtió en su bandera ¿Te lo contó tu padre?”

—“Sí... pero fue en tiempos de mi abuelo, que también era estudiante del 18”

—“Mira, en la Biblioteca Mayor me encontré con uno de ellos en estos días. Cabeza cana, traje elegante. Persona muy culta y agradable. La multitud se dispersó y los tiempos pasaron. Está viejo, es un profesor jubilado y respetado, pero no fue nunca un revolucionario auténtico. Lo incluyeron en la misma barca, como a muchos de ellos, sus compañeros... ¡Porque es muy fácil seguir la estela de la juventud, a la cola del cometa que nos arrastra! Lo he podido hacer también yo, si no ejerciera el uso de la mente y el derecho a la duda. No estaría acorde con mi sinceridad”

—“¿Sabes Martín?”— lo interrumpió Luz con brusquedad —“¡Hablas tanto! Y es sereno tu pensamiento. Arrastra y te justifica. Podrías elegir cualquiera de las ramas del árbol y encontrarías las palabras necesarias para definirla”

Luz le dijo aquello, cuando él se proponía a seguir hablando.

—“¿Es otro reproche?”

—“¿Por qué no te detienes un poco abriéndote a la naturaleza. No te rechazo en cuanto a lo que describes. Puedo hasta aceptar tu pensamiento. Lo comprendo y lo conozco. Muchas veces te has acercado para exponérmelo ...Y no tengas miedo que no me voy a transformar en una desconocida... Te aprecio ¿Pero por qué no callas un poco buscando en el interior de los otros? Cada ser es un mundo. Mi observación va hacia tu propio foco”

Martín se quedó callado. Iba acabando de comer con lentitud.

—“...No está mal...”— expresó luego

—“¿Tienes todo decidido ya?”

—“Falta lo principal, que termine este último año. Después, un pequeño reposo en algún lugar de la sierra, un sitio sereno como el Río San Antonio. También algo de música y alegría. Y un libro de idiomas bajo el brazo, creo que alemán. No es poco. Además admitido que puedo recibir y dar mucho”

—“Nadie te lo niega. Todos buscamos un alimento interior”— Luz le hablaba con serenidad

—“Tienes una manera de ser muy dulce, y aunque no lo cread, también severa. Por una parte me sugestionas y luego me atemoriza”— observó él

El plato había quedado vacío.

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FÁBULA CATORCE
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SIESTA Y SOBREMESA
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—“Yo te lo llevaré a la cocina. La vieja Juana ha dejado todo limpio ya, y me gusta ayudarla un poco”

Dijo Luz levantándose y extendiendo la mano para retirar aquel plato vacío. Pero Martín se la alejó.

—“¿Y crees que ella se quedará conforme? Te equivocas Luz. Si la privas de su tarea será una ofensa. Esa mujer necesita de su propio esfuerzo para ella misma ...Como todos nosotros... Hasta podría creer que la energía de aquellos a quienes rechazo, puede haberles sido beneficiosa, a ellos”

—“¿No puedes olvidar tus pensamientos?”— preguntó la niña

—“No Luz, puesto que me toca convivir en las mismas aulas. En los mismo recintos de estudiantes”

—“Es verdad”

—“Pero tuve una etapa anterior... Un día, hace quince años, cuando yo tenía menos que tu edad e iniciaba el secundario en el Monserrat, con trece años... salí a la calle gritando en voz fuerte. Era septiembre del 55. Todo era una fiesta. Nuestro último dictador de ese momento quedaba alejado del escenario. Nosotros, los que pertenecíamos a la clase media, habíamos sufrido muchísimo con él y sus seguidores. En especial el gobierno de Córdoba de ese entonces, era vergonzoso, corrupto. Y por ello yo festejaba su caída ¡Se había acabado la UES! Verdadero recinto de atropellos para los estudiantes secundarios que no nos asociábamos a ella”

—“Lo conozco bien debido a mi familia, los profesionales no tenían garantías. Mi tía Hilda que era una maestra del primario, viuda con hijos, fue cesanteada y colocaron su foto en los diarios. Porque estaba prohibido opinar en contra, y ella señalaba los defectos en la enseñanza. Mi padre tuvo que dejar el Hospital Clínicas, porque reclamaba sobre la deficiencia hospitalaria”— recordó Luz

—“Ese gobierno caído era un delirio... Un circo montado contra la clase media. Mi tío Chicho, juez en Bahía Blanca, también fue cesanteado porque se negó a dar autorización de desembarco a una carga con pescado vencido. Una semana después ese mismo barco con pescado en mal estado, ancló en el puerto de Buenos Aires. Luego del 55 pudo continuar su carrera judicial, en Catamarca. Hubo otros casos, el de mi primo Cacho que fue expulsado de la universidad por sus críticas como estudiante, recién después de caer ese gobierno corrupto pudo rendir la última materia y recibirse”— le confirmó Martín

—“También mi padre, pudo retornar al Clínicas”

—“Fue un tiempo duro. Frente al abuso yo también participé en la caída de aquel régimen absurdo... con mis trece años. Las calles de los estudiantes me ofrecieron muchas emociones. Vi sus correteos. Las bolitas de vidrio que arrojaban al paso de la caballería policial que se arrojaba sobre ellos. Y la chiflatina con pitos de carnaval al incapaz del intendente, un día y hora prefijados”

—“Yo era pequeña. Recuerdo una noche de insomnio, en septiembre del 55. Toda la casa a obscuras y la familia en el comedor rezando. Entonces oyóse un zumbido lejano que se acercaba hasta transformarse en un ruido inmenso y portentoso. Una escuadrilla de aviones sobrevolando a Córdoba que venía a bombardearnos. Luego el enorme ruido fue pasando y tranformóse otra vez en un zumbido que desapareció. Era una pesadilla”

La niña evocó aquello e hizo silencio. Pareció recrear el momento y ese escenario, ahora olvidado. Martín hizo su propio relato:

—“Toda la ciudad estaba a obscuras. Los ciudadanos habíanse encerrado en sus casas como tortugas dentro del caparazón. Los estudiantes eran voluntarios que andaban armados por las calles. Era una ciudad sitiada y dramatizada, pero decidida al triunfo. Apagaron las luces de la ciudad, en todas sus calles. Algunos focos altos fueron rotos con palos. Las radios ordenaban dejar la ciudad de Córdoba a obscuras, para evitar el bombardeo. De pronto los que estábamos en la calle, vimos que se iluminaron las estrellas del cielo, como si fuera un descampado”

—“Lo viviste”

—“Obscuridad y estrellas. Como la primera noche que vivió aquí don Jerónimo Luis de Cabrera, cuando fundó esta ciudad. Un escenario primitivo. Natural. En ese silencio de sepulcro, pero sin ranas y sin grillos, muertos hacía mucho tiempo por el cemento de las calles... comenzó a pasar la escuadrilla que venía desde Buenos Aires a bombardearnos... Comenzó por un avión. Fueron dos. Cuatro. Ocho ¡Todos finalmente!”— relató Martín

—“Recuerdo quem papá nos abrazaba y besaba cuando volvió a hacerse el silencio!”— recordó Luz

—“Porque aquel jefe de la escuadrilla de aviones, tan homenajeado luego por Córdoba, no quiso bombardear a sus compatriotas”

—“¿Brindaste en la misma copa el triunfo?”

—“Lo hice. En especial mi abuela. El desfile triunfal pasó delante de su casa por Avenida Colón, y ella estaba allí con su pañuelo al aire saludando. Era una mezcla de civiles y soldados. Arriba de los tanques que no habían sido usados durante esos días de contienda, iban los estudiantes y la abuela me hizo subir a uno de ellos... Se cumplió para ella el dicho en forma total: “Siéntate en la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo”

Martín estaba emocionado con su relato, pero luego se puso sombrío nuevamente. Entonces continuó:

—“¿Pero cuántas veces ha pasado lo mismo? Luego, todos ellos partieron ¿Dónde están hoy día?”

—“Ya lo dijiste antes, eran clase media, que deseaban realizarse en sus profesiones con libertad, como mi padre”

—“Tema olvidado luego de quince años. Y ahora en esta década del 70 los nuevos estudiantes ensalzan aquel gobierno corrupto que prohibía opinar. Pero yo no puedo olvidar. No lo haré. Tengo buena memoria. Yo no me he movido. Mi apatía les señaló un tibio ¿Pero insisto en el tema, verdad? La armonía no llegó a incubarse de lo contrario los ignoraría. ¿Y si más tarde mi brazo fuese el más abierto para colaborar en una nueva construcción? Pero son sueños”

Luz se quedó pensativa mientras lo observaba. No sabía si con Martín se encontraba ante un pensador o un dramático. Sin duda lo segundo debíase a sus primeros años de estudiante, con todas aquellas malas vicisitudes a su derredor. Luego le dijo:

—“Podrían darse las dos cosas ¿O sientes palpable tu realidad? ¿Cuándo la tocaste? Es otra aventura”— ella dijo esto último con voz pausada

—“En realidad sí. Es un riesgo. Voy solo y sin embargo no creo ser el único. Debemos estar aislados y nos resulta difícil encontrarnos. Pero es que mi indagación puso los ojos en aquel horizonte hace ya mucho. Quiero además, acercarme para beber y aniquilar en lo posible nuestra vanidad”— le contestó Martín

—“¿Qué vanidad?”

—“Una eterna y que debe darse en todos los confines. La del pordiosero y el conde. Uno se ilustró en los caminos y el otro escribió sus prosas en un magnífico palacio. Pero eran muy semejantes al salir del seno materno. Alimentados sólo por la placenta. No tenía ninguno más talento que el otro. Sin embargo, cada uno hizo de su procedencia un foco de vanidad. Confundiendo a sus seguidores. Llevándolos a la discordia”

—“Lo he visto en el Carbó. Hay compañeras que exhiben esos dos méritos. Los oponen. Y son muy vanidosas”— reflexionó ella

—“Sudamérica es pobre, mal administrada y hambrienta. Sus riquezas se guardan, se acuñan para un futuro. Pero como tal, como expresión de una tierra en simiente, es muy vanidosa”

—“¿Estás seguro?”

—Sí... ¿Cuántas veces lo hemos escuchado? No tienes más que dilatar el oído. Cuesta poco y se descubre pronto. Se dice que el primer mundo es poderoso pero carece de visión. Los europeos están viejos, aún los que recién nacen. Les pesa demasiado el pasado y no encuentran ideas nuevas. Sólo solucionan el instante dado, la materia económica con la cual nos ahogan...”

—“Pero somos sus herederos, no lo niegues”

—“Y de los yanquis con los cuales compartimos la mitad del continente, decimos acá que son pobres de espíritu y su sensibilidad es escasa. Demasiado músculo. Un brazo de atleta y una cabeza de mosquito ¿Es así?”— insistió él

—“¿Es ésa la vanidad sudamericana?”— preguntó ella de nuevo

—“Por ese lado transita. Es como un rechazo global al hemisferio norte. El primer mundo. Uno por burdo y otro por anciano. No llenan nuestras expectativas ¿Es así? Tenemos nuestra energía del espíritu. Nuestro devenir será una cadenas de joyas engarzadas ¡Pero falta mucho!”

El joven quedó pensativo con sus propias palabras. La niña intentó preguntar algo más, pero adivinándolo él siguió su monólogo:

—“Mira, no es que lo rechace. Es una voz y la dejo en su lugar. Pero yo tengo por delante treinta años de vigor. Debo desarrollarlos ahora. En mi tiempo, no en el próximo. No reniego de mis hermanos. Soy yo mismo, además, quien está en juego. Un elemento entre ellos. Un sudamericano vanidoso también. Orgulloso de su espíritu. Pero quiero oportunidades para mí. Me las brindan desde allá, desde ese continente gastado, y aunque es triste, las acepto”

—“¡Acéptalas! Puede que estés en tu lugar. Aunque en algunos moleste un poco. Pero te diré, yo creo que es por envidia ¿O por vanidad?”— volvió a preguntar Luz

—“La vanidad se extiende y es expresión de pequeñez. De agotamiento. Cuando un hombre tiene el heroísmo de salir a la lucha expone su talento y su felicidad ¿Cuánto más fácil puede resultar a un artista gozar del prestigio limitado de su círculo familiar? Podrá hacer los retratos de las hermanas y los sobrinos. Luego vendrán las vinculaciones inmediatas a solicitar el suyo. Pintará un ramo de flores para colgar en un extremo de la casa. O una imagen mística en el centro del dormitorio. Todo esto representa el triunfo fácil”

—“¿Y piensas que la vanidad lo consiguió?— Luz ya no miraba para la ventana

—“Sin duda. Aunque se introduzca en el modernismo. Alguien podrá decirle en este tiempo presente ...¡Píntame un cuadro abstracto para colocar en la sala que hemos comprado! Hará juego... Y es fácil, no hay riesgo”

—“¿Existe otra alternativa?”

—“Sí la hay. Porque alguno al menos, sale a la lucha y se expone. Sufre por años y al final le obsequian una flor. Se la merece. Expande un perfume en todas direcciones”— él quedó callado mientras la miraba

—“Bueno”— dijo Luz —“¿Pero dónde está ese fabuloso artista de nuestras tierras? Quiero aplicarle tu alegoría”

—“No puedo señalarlo con exactitud. No quiero. Esta alegoría alcanza otras profesiones. Médicos. Abogados. Ingenieros. Políticos...”

—“¿Y si comenzaras desde aquí? Sin expatriarte. Podrías devolverle a la tierra que te acunó, algo de su ternura ¿No dices que somos más ricos en aquello que no se pesa en monedas?”— ella lo miró sonriente

—“¿Estás segura que lo dije yo? Pienso que lo he recogido. Mi opinión es que existen diferentes pueblos. A ello atribuyo la clara división de un solo continente geográfico, con dos estados bien definidos. Pero yo me dirijo hacia el viejo continente, gastado, y sin embargo en pie. A Alemania, más precisamente. Me ofrece mejores medios de los que aquí tengo, si yo le respondo con honradez. Además quiero alejarme por algún tiempo del centro donde he nacido. Soy el niño prodigio, buen alumno, de una familia con tradición ¡Y estoy cansado de serlo!”

—“¡Está bien Martín! ... No te exaltes conmigo”— ella había levantado sus ojos verdes, muy abiertos, aunque la expresión era sonriente

En aquel momento entró Juana en el comedor, retirando el plato vacío. Luz quiso alcanzárselo. Martín la retuvo.

—“Ya te dije. No la prives de su propia tarea”

—“....Debe ser, sin duda”

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Alejandra Correas Vázquez

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