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SAGA DE LA FAMILIA VÁZQUEZ DE OPORTO

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SAGA DE LA FAMILIA VÁZQUEZ DE OPORTO  Empty SAGA DE LA FAMILIA VÁZQUEZ DE OPORTO

Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Vie Mar 28, 2014 7:44 pm

SAGA DE LA FAMILIA VÁZQUEZ DE OPORTO
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por  Alejandra  Correas  Vázquez

Tala Huasi – Sierras de Córdoba 2014

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TRÍPTICO

1- LUSITANIA
2- EL  LEÓN ALADO
3- LA BELLA CAUTIVA


El siguiente trabajo se halla enmarcado en el período histórico correspondiente a los siglos XV, XVI Y XVII, cuando por razones políticas concernientes al reinado de la Casa de Austria, una numerosa población de lusitanos se estableció -tres siglos y medio atrás- en lo que hoy es el centro del territorio argentino. Los sucesos aquí descriptos pertenecen a la historia oficial, pero van acompañados por la memoria familiar guardada en el cofre de recuerdos, en lo relativo a la biografía del personaje central antepasado de la familia colonial Vázquez de Oporto, cuyos descendientes forman hoy luego de trescientos años, parte activa en la ciudadanía de Córdoba, república Argentina.

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PRIMERA  PARTE

1 —LUSITANIA
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LA  CASA  DE  BORGOÑA
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Portugal en sus seis siglos de oro, no era una nación territorial de Europa, o mejor diríamos, geográficamente europea. Sí lo eran sus habitantes, con una herencia de origen mayoritaria celta, más un aporte vikingo en la invasión del año 900. Pero estos habitantes a partir del siglo XII, cuando comenzó a reinar en ella la Casa de Borgoña desarrollando su marina, fueron repartiéndose por todos los continentes. Como hiciera Fenicia en la antigüedad.

El escaso territorio que le dejara el reino de Castilla dentro de Iberia, luego de varias guerras medioevales (al apoderarse de Galicia que era la tierra fértil lusitana) arrinconó a Portugal contra las secas montañas. Perdiendo de esta manera toda posibilidad de elaborar alimentos para una población en gran crecimiento demográfico, y quedándole solamente la costa como expansión. Este hecho produjo que Lusitania se lanzara al mar con su famoso pendón, donde en cada costa que arribaran estos marinos bandeirantes, colocaban su emblema, al grito de: “¡Acá reinarás Portugal!”

Portugal estaba pues allí, donde se hallara su enseña y sus lusitanos. No importaba en qué continente. Incluso se interesó en gran media por el desarrollo de esas tierras portuguesas nuevas, lo que hoy constatamos con el esplendor de Brasil frente al Portugal actual. Con los fenicios ocurrió algo semejante, pues Cartago llegó a mayor crecimiento y riqueza que Tiro y Sidón, en el pasado. Es evidente que los grandes pueblos marinos no fijan su existencia en un solar, en un territorio, sino en su expansión marítima.

LOS  GENOVESES
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Recurrió para lograr esta hazaña Portugal, a la marina genovesa, destacada en el medioevo como valiosa constructora de barcos. El rey lusitano Henrique el Borgoñón contrató a la marina de Génova para crear la marina portuguesa, en el siglo XIII, y es por ello que Cristóbal Colón es a la vez portugués y genovés (al mismo tiempo que sospechado de judaísmo).

Los genoveses vieron en ello su gran oportunidad e instalaron astilleros por todo Portugal, quien en ese momento tenía aún importantes bosques de buena madera para construir los barcos. Génova vivía en conflicto constante con las otras repúblicas italianas, que la ahogaban en su expansión marina. Aquella sociedad dio frutos excelentes.

LA XUNTA DOS MATEMÁTICOS
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Pasaron doscientos años. El destacado príncipe Henrique el Navegante, hermano del rey, impulsa la navegación lusitana a niveles internacionales. Cuando este notable príncipe fallece, Portugal era ya dueño del mar. Pero la “Xunta dos Matemáticos” que dirigía a esta gran marina, no aceptó la propuesta de Cristóbal Colón, a pesar del apoyo y amistad personal que le brindaba el Rey Juan... De todas maneras a su regreso de América, Colón volverá primero por Lisboa donde fue agasajado por su amado rey Juan, con una gran fiesta pública ¡Ambos habían triunfado al fin! Fue en sus manos donde el Gran Almirante dejó los más importantes documentos de su viaje.  

Pero al mismo tiempo ocurrió la expulsión de los judíos de España en ese año 1492, y la Inquisición se hizo cargo de su cumplimiento. Se le exigió desde el Papado a Portugal que dejara entrar en su territorio al Santo Oficio, tema que causó oposición. Entre gallos y medianoche, Don Juan de Portugal en 1495, sacó un as de la manga y “bautizó” por Decreto Real a todos los judíos de su reino.

Luego de bautizar por este decreto a todos los judíos lusitanos, Don Juan de Portugal pudo contestar amablemente al Papa que en su católico reino de Lusitania “no había judíos”. Toda la nación y las colonias portuguesas de ultramar, respiraron con tranquilidad. Se les extendió el certificado oficial firmado por el rey correspondiente a cada uno (sin haber pasado por la pila bautismal), pero nadie los vigilaba para evitar que se circuncidaran, o constatara que ninguno de ellos comían chancho, según la ley mosaica.

LA  ORDEN  DE  CRISTO
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Entre comicidad e ironía, según los distintos comentaristas, estos reyes lusitanos sentaron siempre aquellos precedentes insólitos. Antes de la guerra inminente por la independencia de Brasil, sus reyes lo independizaron de Portugal. Anteriormente, cuando el Papa les reclamó a los Templarios (para encarcelarlos), estos curiosos monarcas portugueses los colocaron en la “Orden de Cristo”, una corporación de navegantes creada específicamente para ellos, y los enviaron a alta mar.

En ese mismo momento comenzaba también la sociedad marítima luso-genovesa. Y si unimos las dos ideas, resulta con evidencia que esta sociedad era de corte templaria. Los genoveses aportaban su excelente armado de barcos. Los Templarios, como siempre se ha sostenido, poseían planos marítimos y “portulanos” que es la ruta de viaje. Esta por tanto, puede ser también la explicación para el misterioso plano de “Piris Reis” (que traducido del portugués significa Rey Peres) donde figura toda América. Piris es un apellido muy corriente en Brasil.

Al parecer lo mismo hicieron con “sus” judíos, que eran sus banqueros. Quienes también en muchos casos, ejercían la profesión de pilotos y cartógrafos marinos. Los judíos lusitanos fueron los primeros hebreos realmente europeizados, en vestimenta, parentesco con familias nobiliarias, y títulos de nobleza con escudo (que por cierto compraban al rey). Tenían como contables una participación importante en la empresa marítima portuguesa. Pero para evitar nuevos enfrentamientos con el Papado —después del “bautismo por decreto”— convencen a muchos de ellos de ir ...¡a Alta Mar!... O sea a las colonias de Portugal repartidas por África y Asia.

Ya los lusitanos habían recorrido la costa africana y en poco tiempo el almirante Vasco de Gama llegará a la India, en donde los portugueses con sus familias quedarán instalados con pie propio hasta el siglo XX. Fue desde allí, al unirse las coronas de Portugal y España en 1585, en la persona de Felipe II (hijo de la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Caros V) que numerosas familias lusitanas católicas en su mayoría (pero también algunas de aquéllas bautizadas por decreto del rey Juan) arribaron al Perú. Navegando para ello desde Oriente.

DE ORIENTE A OCCIDENTE
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Y hacia allí fueron. Procedentes del Océano Pacífico. Procedentes de la China, de la India y el Africa (periplo portugués) desembarcando en el puerto de El Callao para ofrecer sus servicios al Virrey del Perú, al unirse las dos coronas. Ni lerdo ni perezoso, este hábil virrey conocedor de la experiencia en rutas de estos lusitanos de alta mar, los enviaría hacia la Real Audiencia de Charcas del Alto Perú, en la actual Bolivia. La cual buscaba por entonces cartógrafos para explorar continente adentro, tierras no conocidas y no demarcadas.

Era al sur de la provincia del Tucumán (llamado el Tucumanao), donde más se los necesitaba. Una pampa de buen clima, un vergel natural y virginal, pero amenazada siempre de Malones. Esto es, la horda salvaje de los indios patagónicos. Peligro que ellos ignoraban y del cual las autoridades virreinales españolas se ocuparon en no informarles nada. Los lusitanos de esta forma, desconocían el peligro en ciernes.

Y hacia allí los enviaron, con sus trajes elegantes. Con sus modales sofisticados, aprendido al contacto de mandarines chinos y rajaes hindúes. Con su lenguaje alambicado. Con sus escudos y títulos nobiliarios de Alta Mar (reales o no). Con sus herencias judías en algunos de ellos (ciertas o no). Y esa emigración hacia lo desconocido, a la “aventura” que siempre fuera su fuerte, los entusiasmó de la misma manera que un día de 1438 partieran de Portugal despedidos por el príncipe Henrique el Navegante, en busca de las especies. Y nunca regresaron.

Lo que para ellos era una aventura más, sería definitiva. De tierra adentro, de continente adentro, ya no se sale. Es una ley. Para este grupo numeroso de familias lusitanas, sería la última aventura.

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SEGUNDA  PARTE
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2 . EL  LEÓN  ALADO
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SOBRINO  Y  TÍO
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         Cuando en 1581 las cortes portuguesas reunidas en el convento de Thomar reconocieron como rey de Portugal a Don Felipe II, de la Casa de Austria (quien heredaba este trono de la dinastía Avís o Borgoña a la que pertenecía su madre) muchos lusitanos vieron expandirse el escenario de sus posibilidades en el Nuevo Mundo.

Fue así como don Felipe de Habsburgo y Avís, (o Felipe de Austria y Borgoña) gobernó “un reino adonde no se ponía el sol”. Pero el trono lusitano llegó a sus manos por la desaparición imprevista, dentro de África, de su díscolo sobrino Don Sebastián de Portugal. Un joven imberbe y talentoso, pero muy rebelde, que no obedeció a su tío y tutor, a quien don Felipe amaba como hijo propio y deseaba declararlo su heredero.

Sebastián de Portugal con su rubia y bella estampa, amado por todo el pueblo lusitano, desapareció en tierra africana. Nunca fue hallado su cuerpo, por ello dudóse de su muerte. Siendo las dos teoría existentes (aún hoy) sobre su desaparición : la primera que murió en guerra, y la segunda (más apropiada para él) que se internó en un monasterio sufí. Era lo bastante soñador y místico como para ello. El pueblo portugués constantemente creyó que seguía vivo y aguardaba su retorno.

De una manera u otra, su tío muy a pesar suyo y con gran disgusto de su parte, debió hacerse cargo de conducir a este difícil reino de navegantes que nunca estaba en el mismo lugar (para él practicante del quietismo, a quien gustaba la soledad del Escorial en medio de montañas)…

LUSITANOS  DE  ORIENTE
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Marinos de alta mar, los lusitanos hallábanse radicados desde el tiempo del príncipe Enrique el Navegante –anterior a Colón– en naciones de la costa africana y arábiga. Y llegarían poco después al extremo oriente, China, India e Indonesia, donde estos buenos marinos mercantiles colocaron colonias portuarias de gran éxito y prosperidad. Iban a sobrevivir hasta el siglo XX Timor, Macao y Goa,. amén de numerosas islas marítimas dentro del mar Índico y el océano Pacífico.

           Desde estas colonias ultramarinas portuguesas, sus navegantes ávidos de empresas comerciales, pudieron establecer una escala naviera importante con las colonias españolas de América del Sur. Y muy especialmente su avance empresarial se produjo con el aislado Virreinato del Perú… El cual había fundado en aquel tiempo (1573) entre otras ciudades a Córdoba de la Nueva Andalucía (hoy ciudad argentina) en el interior del continente sudamericano, como sitio de frontera, del mentado virreinato. Su ciudad más austral.

          Unidos los dos reinos en una sola corona, los habitantes de las Indias Orientales y Occidentales se beneficiaron ampliamente. Unos por derechos navegables y comercio libre. Otros por su posibilidad de apertura hacia el mundo exterior, para salir del aislamiento continental al cual este virreinato sudamericano estaba sometido desde su creación.

La ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía, hasta  entonces sola y muy aislada, mediterránea, por supuesto, dijo que sí.

          Los lusitanos llevaban dos generaciones asentados en tierras de Extremo Oriente (y algunos de ellos hasta tres) con todas sus increíbles vicisitudes. Su dificultad de adaptación a los códigos hindúes —sus castas— o la dureza de la política china. Pero más que nada, para empeorar su situación allí, viéronse desbordados por una gran invasión mongólica (que China recibía a diario como quien recibe un maná). Unido a ello hallábase la xenofobia mongol contra el hombre blanco, lo que los convertía siempre en víctimas propiciatorias.

Aventureros a ultranza como eran los portugueses de esos siglos, ningún camino los amilanaba. Remontaban de continuo los inmensos ríos de la China. comisionados por los propios Mandarines …Pero... ¡Guay!... los mongoles odiaban desde los confines de Rusia hasta la China a cuanto hombre de piel clara, ojos celestes y cabellos de oro, se atravesase por su camino.

           Resultaba para mal de ellos que los marinos portugueses seleccionados por el príncipe Enrique el Navegante para constituir su flota, eran precisamente del norte portugués o sea la zona celta (la Galicia Portuguesa)  y no habíale faltado tampoco por el año mil, una invasión vikinga. Eran rubios, muchas veces pelirrojos, pecosos y siempre de ojos celestes que heredarían sus descendientes.

Todo permite creer que avance mongol sobre China en siglo XVI coincidió con la presencia de Felipe II como rey de Portugal. Fue así que numerosos miembros de esta colectividad lusitana con sus familias europeas, asolados por aquel hostigamiento xenofóbico de los mongoles y cansados ya de sufrir con ellos, anhelaron abrirse un nuevo camino en las Indias Occidentales españolas. Y decidieron dejar atrás suyo a las difíciles Indias Orientales adonde habían nacido (y habíanse enriquecido)... ¿Pero cómo hacerlo?

LA  CASA  DE  AUSTRIA
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          Lo primero era reconocer al monarca recién coronado de la Casa de Austria como rey de Portugal, como a su legítimo rey ...¡Y que les creyeran!...

Pues era sabido que los “bandeirantes” portugueses de Brasil habían comenzado una guerra durísima contra el rey Felipe, a quien rechazaban por completo. Por ello, la tarea diplomática más dura que ellos tenían por delante, debido a los acontecimientos del momento, era convencer a los españoles de su adhesión a la Casa de Austria. Pero la diplomacia fue el arte sumo de los lusitanos, talento que permitióles acceder a la confianza de chinos e hindúes sin disparar una sola bala. Simplemente navegando y traficando. Sin aprestos bélicos. Comerciando. Si embargo los sucesos internacionales eran malos para ellos. Veámoslos.

           El duque de Alba posesionado de Portugal como gobernador, había creado dentro de este país casi una guerra civil (hecho que repitió en Flandes). En Brasil los “bandeirantes” disconformes con el nuevo rey, avanzaban sobre la selva amazónica con sus famosos pendones multicolores al grito de : “¡Aquí reinarás Portugal!”

Y clavaban en tierra española su bandera ante el asombro de los indios guaraníes. Quemando por cierto cuanto pueblo jesuítico encontraban a su paso

…¡Cientos de Misiones quedaron arrasadas!...

LA  FILIPINA  ESPAÑOLA
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Y ése fue el momento crucial que tocóles a estos portugueses ultramarinos de Oriente, para llegar a la Sudamérica española, por la costa del Pacífico... El instante elegido no podía ser peor.

          Llevaban un largo periplo de navegación con casi dos siglos a cuestas, desde que partieran del castillo de Guimaraes (al que muchos de ellos ni siquiera conocían pues ya eran indianos orientales) cuando los despidiera en la mitad del siglo XV su príncipe Enrique el Navegante con la mano en alto. Aún no se había descubierto América, al salir ellos de Portugal rumbo a Oriente, y en aquel momento el Reino de Granada era todavía poderoso, donde la familia de los Abencerrajes determinaba su esplendor en una España arábiga.

Nunca desde entonces habían retrocedido, ni vuelto por sus pasos. Tampoco lo harían ahora. Estaban en alta mar y la costa española de Filipinas parecióles, desde lejos muy poco hospitalaria. O nada en absoluto. Con sus cañones vueltos hacia los barcos, como esperando rechazar su llegada.  
   Sonó desde la costa un cañonazo de alerta. Dos. Pero el almirante portugués era un hombre avezado que sabía controlar la conducta humana. Había decidido dar una nueva morada a sus hombres, quienes viajaban junto con él llevando a todas sus familias. Entre ellos participaba de esta empresa el cartógrafo lusitano Don Francisco Vasques de Oporto, su mano derecha en este riesgoso viaje.

Aquel era un éxodo voluntario de familias portuguesas desde Oriente a Occidente y el almirante estaba dispuesto a lograrlo. Llevaba muchos barcos en su flota cargados de esperanzas, y ningún cañonazo iba a amilanarlo...

          ¡Y encontró la solución!

          Venían desde la China con su carga de sedas y biombos, nácares y muebles decorados orientales, que ellos esperaban trocar por otros productos. Habían comerciado largamente para los Mandarines. Constituían una nación navegante en marcha hacia otro destino… El cual por cierto, parecíales ahora muy incierto, debido a los cañonazos españoles.

¡Fue entonces cuando el Almirante lusitano tuvo una idea genial!: Dio orden de buscar a uno de esos biombos chinos que llevaba en la carga de su bodega, forrado de seda y adornado con un dragón que echaba chispas. ¡Un diseño de felino alado y feroz! ...pero muy parecido a un león... al menos desde lejos. Y dio entonces la orden de izarlo al mástil de la nave.

         Desde la costa española filipina los vigías estaban realmente alarmados al ver aquella flota numerosa de barcos portugueses, y llamaron a sus jefes. El encargado del puerto ordenó dar los dos cañonazos …¡El tercero sería la guerra!... La que ya había en Portugal y en Brasil, pero de improviso ante sus ojos incrédulos, la enseña izada lo impactó con fuerza...

Y la miró detenidamente con sus anteojos largavistas. Todos ellos fueron pasándoselos unos a otros. Dudando. Sorprendidos.

——¡Sí! ... es un león.
——Un león algo extraño... pero es un león al fin de cuentas.
——Un León... El león de Castilla y León.
——Entonces son amigos… Sí, son amigos
——¡A dar vuelta los cañones!— orden que rápidamente se cumplió

         El león del Reino de León, el león hispánico por excelencia, el de Castilla la Vieja, estaba allí frente a ellos. Algo cambiado. Con luces, alas y fuegos, pero poco importaba ya. El mensaje había llegado. Los portugueses estaban al fin en Filipinas, frente a China, conferenciando con el gobernador español. Y nadie ya los reembarcaría de retorno. Con sus ornatos y su mobiliario. Sus familias elegantes y su ostentosidad lusitana, dispuestos a continuar exploraciones insólitas... Pero ahora con un devenir muy diferente.

EL  VIRREY  DEL  PERÚ
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         El gobernador de Filipinas los envió hacia el Virrey del Perú con una carta de presentación sellada y firmada por él. La flota lusitana escoltada por una nave insignia hispánica arribaba poco después al puerto del Callao. Los navegantes portugueses continuaron su periplo por el océano Pacífico (luego de acomodar en tierra firme a sus familias) y ampliaron su derrotero desde la costa peruana hasta la chilena, beneficiando con el tráfico entre Sudamérica y Oriente, a esta parte aislada del continente austral.

Cambiaron su circunstancia de vida haciendo posible la sobrevivencia, en aquellos siglos, de la empresa colonizadora sudamericana, agobiada hasta entonces por su aislamiento.

ENCOMENDEROS  LUSITANOS
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            Aquellos marinos lusitanos que viajaron desde Extremo Oriente hasta el Virreinato del Perú (protegidos por un dragón chino que hizo las veces de león castellano), tuvieron distintas y diversas oportunidades a partir de allí. Se les sucedieron oportunidades nuevas y seguras, ofertas de arraigo por cuenta del Virrey y de la Real Audiencia de Charcas.

Entre ellas arribar como Encomenderos a la gran Provincia del Tucumán, que era la frontera sur de este virreinato. La cual conformaba en su extensión total, siete provincias argentinas actuales. Y como misión especial radicarse en el apartado Tucumanao (zona entonces virgen y precultural donde los nativos vivían en cuevas desnudos, región que hoy pertenece a Argentina) y donde habían fundado recientemente la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía.

¡Y ellos, los marinos lusitanos de alta mar, anclaron finalmente en tierra firme!... Luego de dos siglos de periplos y peripecias.

De este modo el cartógrafo lusitano mano derecha del almirante, Don Francisco Vasques de Oporto, hispanizaría su apellido agregándole Z (Vázquez, como lo usan sus descendientes). Y comenzó una nueva tarea para él, la de demarcar caminos de tierra como antes lo hacía por el mar, para entrelazar al Tucumanao cordobés con el Alto Perú, donde tenía su asiento la Real Audiencia de Charcas y la bellísima ciudad de Potosí.

Sin embargo él no iba a olvidar sus orígenes navegantes, pues en los 40 años que realizó esta tarea tuvo el privilegio de reencontrarse cada 3 años en el puerto peruano de El Callao, con su antigua flota… En esas ceremonias  secretas y casi místicas (ora paganas) de los marinos de antaño.

Su tarea sería recompensada (o pagada) con una Merced Real en el territorio cordobés, cuyo nombre se conocería en los siglos siguientes como “Merced de los Vázquez” (Hoy Departamento Río Segundo, donde se hallan Villa Nueva y Villa María). Su descendencia futura, universitaria, iba a recordarlo siempre como perteneciente a un tiempo pretérito de grandes aventuras por mares orientales y exóticos países de ese imperio donde no se ponía el Sol.

¡Y anclaron finalmente todos estos lusitanos de Alta Mar en tierra firme! …convertidos ahora en marinos de agua dulce y en súbditos de la Casa de Austria, donde Córdoba del Tucumán o Córdoba de la Nueva Andalucía, la ciudad más austral del Virreinato del Perú, los recibiera con los brazos abiertos… Luego de dos siglos de peregrinaje por los mares del mundo.

Recordando con alegría al príncipe don Enrique el Navegante, su mentor, y con dolor al joven Sebastián de Portugal siempre bello, soñador e imprudente. Pero que dio sin saberlo un giro completamente distinto a sus lejanos súbditos de ultramar.

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TERCERA  PARTE
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(Relato histórico basado en la tradición familiar
de la familia Vázquez Cuestas)

3 — LA  BELLA  CAUTIVA
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EL  TUCUMANAO
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Este periplo de navegación europeo, africano, asiático y americano, fue descripto de generación a generación por las familias coloniales de luso-origen a sus descendientes durante cuatro siglos, en Argentina, y en especial entre las familias vernáculas cordobesas con tres siglos y medio de residencia.

El arribo al puerto de El Callao en el Virreinato del Perú, cruzando el Océano Pacífico desde las colonias portuguesas de China e India, y otros numerosos islotes oceánicos como Timor, demandóle a los lusitanos de ultramar —acompañados por sus familias— una larga travesía con todas sus peripecias. Eran los finales del siglo XVI.

No fueron demasiado generosas con ellos las autoridades virreinales del Perú, pues enviaron a gran cantidad de estos nuevos habitantes con sus familias completas (que eran gente de alcurnia y profesionales habituados a las elegantes cortes orientales) más allá de Salina Grande, específicamente al “Tucumanao”, zona precultural, que era la frontera del Tucumán.

Con toda evidencia viéndolo desde hoy, Siglo XXI... “se los querían sacar de encima”. El Tucumanao estaba situado al pie de la prehistoria sudamericana, donde los nativos vivían en cuevas. Eran hombres de las cavernas subsistentes en ese estado primigenio, desnudos, en plena Edad Moderna, cuando ya Europa había pasado por el Renacimiento.

Estamos a finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, cuando se reparten las Mercedes Reales para poblar el Tucumanao (territorio incluido dentro de la provincia del Tucumán). Más de la mitad de ellas son otorgadas a portugueses, siempre y cuando se radiquen allí con sus familias completas. Lo importante para este rey Felipe II era poblar y fundar ciudades. El Tucumanao (que hoy es el centro de Argentina) en ese entonces era una inmensa tierra inexplorada, dependiente del Virreinato del Perú, pero que hasta ese momento sólo figuraba en el mapa de Diego Homen como “Icógnito Regno”.

Los lusitanos llegaron allí luego de seis meses de tránsito en carretas desde el Alto Perú (hoy Bolivia) con pesados bártulos. Baúles con vajilla. Mobiliario. Arcones con ropas. Bolsas con semillas. Jaulas con gallinas. Y arriando ganado vacuno.

Hay una muestra engañosa que ofrece la cinematografía actual, donde las familias pioneras van cómodamente en las carretas llevadas por un ágil corcel. Pero nada de esto es verdad, sólo una ficción. En la realidad esas personas iban caminando a pie junto a las carretas, que estaban pesadamente cargadas y tiradas por yuntas de bueyes. Podían llegar a ser seis u ocho bueyes, según el peso de la carga. No había espacio libre en esos carretones para los seres humanos. Debido a ello ninguna persona mayor hacía tal viaje, sino matrimonios jóvenes con hijos en edad de caminar. Llevaban unos pocos caballos que trotaban a la par de las carretas, con jinetes bien armados.

Atravesaron el Altiplano. Pampas y Punas. Forestas. Lluvias. Selvas. Churquis. Gredales. Salinas. Sequía. Pantanos. Vientos. Sierras ariscas...

¡Siglos de mar se eclipsaron de un solo golpe!

Ya nunca más verían a los delfines ni a los tiburones. Ni los bancos de perlas o de corales. Ni los puertos de Oriente. Ni el límpido cielo de los mares del sur. Una inmensa llanura sudamericana, tan extensa como el propio océano, iba a atraparlos para siempre. Como si la vara de Moisés que abrió el Mar Rojo y retiró sus aguas, se hubiera perpetuado sin retorno.

Así llegaron estos pioneros que trocaron el delfín por el ombú, a la gran pampa de Río Segundo (nombre actual). Con olor a barco y ballenas. A mar y mareas. Con color a perla y coral. Atrapados en el interior de este continente, en el Cono Sur de Sudamérica, para ingresar en un “improntum” dentro de su historia. Y siempre como buenos pilotos de alta mar con sus sextantes, brújulas y cuadrantes, que habíanlos guiado hasta allí haciéndoles posible “navegar” por ese mar de tierra.

Un llano inacabable. La pampa inmensa y virginal. Fértil y abandonada desde siempre. Desconocida. Peligrosa. Habitada por gente prehistórica. Donde ni siquiera el Inca habíase internado, para develar su misterio. Negándose a llevar por esas tierras su fuerza imperial y cultural.  

Eran familias enteras acostumbradas a vivir en ciudades mundanas, con todo el ornato de Portugal. Y se internaron en el interior del continente sudamericano, sin salida al mar. Cargando el barroco mobiliario portugués. La afectada elegancia lusitana. El ropaje varonil bordado con su gola al cuello. Las largas vestiduras de encaje de sus mujeres. Los enormes arcones. Las pesadas carretas... ¡Que vaciaron en ese escenario salvaje!

FINISTERRE
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Hijos de Lusitania. Sofisticados. Elegantes. Enjundiosos. Casi soberbios. Acostumbrados a los lujos orientales, de las cortes que visitaban en tiempos del Rey Juan. Separados ahora del mundo. Aislados. Muy solos. Arrinconados en ese descampado. Con pretensiones nobiliarias nunca confirmadas, y acusaciones marranas (judías) tampoco confirmadas. Y habrían de transformarse a partir de ahora en un pilar fundamental, para la empresa del Virreinato del Perú, como toda ocupación de frontera hecha con ahínco.

Los lusitanos fueron los primeros europeos que en estas tierras colocaron familias. Centros de producción. Ganadería. Tambos. Curtiembres. Sembrados. Molinos. Familias pioneras que vinieron en épocas de una dureza increíble, después de atravesar varios océanos: Atlántico, Indico, Pacífico. Navegando.

Este finisterre salió de la prehistoria mediante sus encomenderos portugueses, que hicieron progresar a las “Mercedes Reales”. Esto es, tierras del rey confiadas en administración a un encomendero, con sistema hereditario. Su carácter era el mismo del Vasallo con el Monarca medioeval, que fue el nacimiento del feudalismo.  

Ellos eran hombres de alta mar. De puertos. Herederos de antiguos navegantes, cuyo ancestro era el propio dios Neptuno, confinados ahora para siempre (con todos sus descendientes) en este desconocido Tucumanao... “Incógnito Regno”.

Tucumanao. Final del Tucumán. Final del Imperio del Inca. Final del extensísimo Virreinato del Perú, en los siglos decimosexto y decimoséptimo. Final del mundo ilustrado y progresista. Límite entre civilización y barbarie.

¡Finisterre!

Final de ruta. Final de los caminos que trajeran desde tan lejos a aquellos hombres y mujeres, quienes soportaron este destierro sudamericano con el estoicismo que otorgan las fuertes convicciones para sobrevivir.

Finisterre final...

Y así finalmente, o por fin, pusieron aquellos marinos su ancla en tierra firme, alejándose de todo su aventurero pasado. De todos los racismos, desencuentros religiosos, o misterios desconocidos —ocultos— que los llevaron a esta emigración hacia el centro de la futura Argentina.

UN  CARTÓGRAFO  LUSITANO
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Así comenzó su vida sudamericana el cartógrafo lusitano Don Francisco Vázquez de Oporto.  Era un hombre joven y muy alto, pelirrojo y de grandes ojos azules, bronceado por el sol de mar. Desmontó de su caballo que trotaba al lado de los carretones, blancos de sal por el gran Salinar, y rojos de greda por la larga travesía desde el Alto Perú.

Estiró sus brazos y sus hombros con la sensación del marino que ha arribado a puerto. Fue poniendo en el suelo de aquel Tucumanao sus piernas cubiertas por unas larguísimas botas de hidalgo portugués. Acomodó su elegante traje que hallábase desgastado por la lentitud del viaje. Retocó su gola arrugada, que habíale protegido la garganta de tantas ventoleras gredosas, tan diferentes para él a las brisas marinas.

¡Y por fin descendió a tierra! …

Puso sus pies en tierra firme, luego de aquella gran travesía. Hizo descansar a su caballo muy cansado, al lado de los carromatos crujientes y recargados.

Y bajó a puerto seco...

Como antes descendía desde la borda de los navíos en playas orientales en busca de sedas. En playas de Oceanía en busca de perlas. En playas africanas en busca de marfiles. En playas de Melanesia en busca de corales

...¡Y pensó en su Rey!... Don Felipe II de Austria y Borgoña, quien encerrado en su celda del Escorial con ayunos de varios días… ¡habíalo colocado a él en esa increíble llanura de Río Segundo!.. para poblar el Tucumanao.

Pampa. Soledad. Ombú.

Don Francisco, el lusitano, marino, fue uno de los primeros pioneros en contemplar la pampa inacabable de la futura Argentina. Tal cual fuera antes de que el hombre comenzara a trabajarla. En estado virgen.

El era un cartógrafo portugués contratado (debido a su profesión) por el virrey del Perú para trazar caminos desde el Tucumanao hacia el Alto Perú. Como pago a su tarea que realizaría durante los 40 años siguientes, se le concedió una Merced en el lejano Tucumanao.

Lucía un anillo de sello con escudo y había nacido en Calcuta, ciudad de la India bajo pabellón portugués en el siglo XVI. Al unirse las dos coronas decidió abandonar con su familia ese difícil Oriente, lleno de reglas nunca entendidas por los europeos. Fue de este modo que arribó al Virreinato del Perú, y una vez allí fue recibido con interés por las autoridades españolas quienes valoraban su conocimiento en cartografía. Sería comisionado para ponerla en práctica y radicarse finalmente en el Tucumanao.

Su abuelo decía él, era conde en Portugal, siendo él un segundón de la nobleza lusitana. Un hidalgo. Sus rivales en cambio lo señalaban como marrano (judío). Fuera por realidad o porque en el territorio sudamericano a todos los judíos se les decía “portugueses” (según consta en las Actas Capitulares de Córdoba) lo fueran o no, él llevó o aceptó siempre este estigma dentro de un reino católico. Lo admiten sus descendientes. Pero ni el conde apareció ni el marrano. Apareció sí, en cambio, el ancestro patriarcal de una larga familia cordobesa de Argentina, aún subsistente con muchas ramificaciones, luego de cuatrocientos años.

LAS  MERCEDES
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La prosperidad que produjeron las Mercedes en esa tierra olvidada del Tucumanao ( inmensamente fértil) luego de veinte años de durísimo esfuerzo, en condiciones casi ilímites, enriquecieron finalmente a la familia Vázquez de Oporto, como a las demás familias lusitanas instaladas en este Finisterre.

Pero nunca olvidarían las difíciles condiciones del comienzo, cuando arribaron al Tucumanao luego de aquella gran travesía, llena de dificultades y peripecias. Una vez llegados allí advirtieron de pronto con sorpresa, que no existían allí albañiles, ni alfareros, ni mano de obra alguna. Comprendiendo de inmediato con asombro que ellos mismos deberían proveerse de viviendas.

Nadie les había advertido tal situación. Como quiera que sea, ya no podían retroceder. Estaban demasiado lejos de Calcuta, de Timor, de Macao... y sobre todo de Portugal.

Con escudos de nobleza reales o no. Circuncisos o católicos, la situación era igual para todos. Con sus modales atildados y su diálogo enjundioso. Con sus formas diplomáticas afectadas (al haberse acostumbrado al trato con mandarines y rajáes orientales, cuando eran emisarios de la corte portuguesa). Exhibiendo todas esas exquisiteces con las cuales habían arribado hasta allí, la situación estaba ahora por completo cambiada. Debían hallar su sitio propio en aquel solitario Tucumanao. Dispuestos a sobrevivir, sacarían a esta región perdida en al mapa de Diego Homen, de su aislamiento histórico.

Pero primero que todo, con urgencia, se necesitaban techos para poder vivir.

LOS  PIONEROS
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Las damas vestidas de lujo amasaban el barro para hacer los adobes. Los hombres de gola elegante, levantaron las primeras paredes. Pues no contaban con otro apoyo para lograrlo, que sus propias manos. Bajo los árboles coposos protegieron el bello mobiliario traído de China, las vajillas de la India, y los arcones con rica vestimenta.

Favoreció a todos estos portugueses del Tucumanao, el haber llegado al mismo tiempo en una travesía conjunta, lo que les permitió ayudarse entre sí ...¡No en vano eran marinos de una misma cofradía!... “La Orden de Cristo”.

Los lusitanos formaron un grupo coherente, que habría de emparentarse en forma sucesiva por matrimonios a lo largo de generaciones, como intentando conservar la estirpe original. Este alambicado juego de uniones mantuvo su identidad de portugueses, viajeros de los países y aventureros de los mares.

Ellos llegaron a sus Mercedes ubicadas en soledades ajenas a todo hombre civilizado, y a toda forma cultural anterior, entre los siglos XVI y XVII. Fueron los primeros europeos en contemplar la pampa inacabable donde terminaba la provincia del Tucumán y el virreinato del Perú. Aquello que en definitiva sería siglos más tarde, el centro de Argentina. Y comenzaron con paciencia su rescate, como tierra civilizada para el devenir, en esas soledades indómitas.

Como quiera que sea, ni el Virrey del Perú, ni la Real Audiencia de Charcas del Alto Perú (que habíanlos mandado hacia allá sin duda para “librarse de los incómodos portugueses” que ahora compartían al mismo rey) tenían la más remota idea de qué era ese Tucumanao.

Ninguna idea clara, ni siquiera aproximada, ni de la extensión, ni de la ubicación de estas tierras regadas por el caudaloso río Segundo. Hasta desconocían el nombre de los ríos de este extenso Tucumanao, y ni siquiera les dieron uno propio. Se llamaron en total: Ríos Primero, Segundo, Tercero, Cuarto y Quinto. Hoy les hemos recuperado sus nombres originales indios.

EL  ENCOMENDERO
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Veinte años fueron un período de vida suficiente de adaptación para el cartógrafo portugués Francisco Vázquez de Oporto, ahora transformado en Encomendero. El viajaba de continuo, demarcaba caminos, guiaba caravanas comerciales hacia el Alto Perú, y reuníase cada cuatro años con su antigua flota en El Callao, en esas ceremonias secretas propias de todas las tradiciones marinas.

Había sido muy joven al desembarcar en El Callao, pleno de emociones y de vitalidad. Fascinado ante lo desconocido que se le ofertaba ...¡Y vaya si era desconocido!... Nadie lo conocía, pues sólo era el “Incógnito Regno” de los mapas. Ahora con 20 años pasados desde su llegada, la pampa sobrecogedora habíalo serenado. Pero aún conservaba su barba rojiza y sus ojos celestes. Su altura elevada, su pecho ancho como un velamen y su voz fuerte, casi estentórea, propia de un marino. Con ella especialmente, se servía para dar las órdenes a sus caravaneros.

Orgulloso y elegante, muy meticuloso en el vestir, partía anualmente con su comitiva de carretas hacia el Gran Mercado de Charcas en el Alto Perú. Un sitio centralizador de todo el comercio, que aún hoy es inmenso y sigue vigente. Sobre su gran portal de entrada en hierro forjado, podemos admirar todavía el águila bicéfala de la Casa de Austria, que continúa siendo el escudo de este histórico mercado colonial.

Llevaba productos de la tierra, de su Merced propia y de las vecinas. Charqui. Cueros secos. Harina. Bizcochos. Hombres armados a caballo, prestos a cualquier mal acontecimiento del camino. Y sus adictos negros africanos, fieles guardaespaldas, traídos desde la colonia portuguesa de Angola.

Luego de una residencia de veinte años, él conocía ya muy bien sus complejas y largas rutas. De posta a posta, instaladas en el extenso camino, viajando siempre con un sentimiento de permanencia sudamericana.

Las Mercedes Reales no eran propiedades auténticas, pero habíanse transformado debido a la gran lejanía con la capital virreinal de Lima, en un Señorío, con el Encomendero como patriarca del mismo. El era su administrador, se le había “encomendado” dirigir esta inmensa propiedad del rey. Y a veces ejercía de juez, en otras también por la falta de sacerdotes, tenía autorización para bautizar niños recién nacidos. Lo que llevó al extremo (comentado con gran ironía) de que algunos de ellos sospechados como “circuncisos”, o sea judíos, bautizaran a niños de la religión católica.

La ciudad de “Córdoba de la Nueva Andalucía” (fundada en 1573 en el propio Tucumanao por andaluces) había logrado por un petitorio hacer que las Mercedes fueran hereditarias. No pagaban impuesto territorial, y aún hoy día muchos campos argentinos de lugares distantes, figuran como “Mercedes”.

Lo que hace difícil su venta pues se debe buscar el aval de los descendientes, ya que ellas de otra manera son intocables. Cualquier transgresión a este sistema es denunciado a la justicia argentina.

LA  HIJA  DEL  ENCOMENDERO
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El había arribado al Tucumanao siendo muy joven, con su bella esposa y dos hijos nacidos como él, en Calcuta. La naciente prosperidad luego de aquellos esfuerzos iniciales, como fueran edificar sus viviendas casi de la nada, le daban la seguridad interior de haber logrado derechos propios, y disponer de valores morales adquiridos.

Su tarea continuó con igual constancia. Demarcar los caminos entre las distintas Mercedes para una comunicación social, vinculando entre sí a estas familias que arribaran desde tan lejos. Trazar las rutas desde el Tucumanao hasta el Mercado de Charcas. Hacer producir las Mercedes con siembras y ganadería. A falta de una mano de obra local, se trajeron chacareros coyas del Alto Perú, siempre muy eficientes. Esto es, agricultores indios de allá.

Todos estos pasos consecutivos dieron beneficios, y finalmente harían que los lusitanos se asentaran en forma definitiva. Tal como esperaban que sucediera, los Oidores de la Real Audiencia.

Pero para volverse un tucumano verdadero necesitaba Don Francisco procrear su linaje, extender allí con un nacimiento su apellido Vázquez de Oporto, en esta tierra primitiva donde la civilización naciera por su intermedio

¡Y tal sucedió! Pues su esposa trajo al mundo en su Merced, cinco años después de su llegada, una hermosa niña rubia, de piel rosada como el amanecer, con cabellos color oro como los rayos de Inti. La Pachamama la admiró, asombrándose con ella. Era la primera hija sudamericana de esta familia. Un ángel rubio nacido en esa pampa inmensa, cubierta ahora hasta el horizonte de trigo y ganado.

La niña tenía los ojos celestes como el padre y era la delicia del Encomendero. Este hombre altivo, duro y enérgico, vuélvese dulce con la criatura. La mira. La contempla. Se deslumbra en ella. Se conmueven los ojos azules de Don Francisco al ver reflejado el cielo en los de su hija. Son sus propios ojos que quedan allí en la Merced, durante cada ausencia suya. Es él mismo, quien permanece en esa tierra mediterránea, a través suyo, cada vez que él parte con su caravana comercial hacia el Alto Perú.

El tráfico anual tiene una duración de tres meses, el tiempo necesario para comerciar, buscar buenos compradores y adquirir productos necesarios para las Mercedes. Con cada partida la niña lo mira. Lo despide doliente. La lágrima que corre por su mejilla es tan transparente como su piel. Cuando parte la caravana, la luz de la aurora matiza sus cabellos de oro, antes de que el sol extienda sus rayos iridiscentes sobre la planicie pampeana de Río Segundo.

La caravana parte. Esa criatura rubia que apenas habla, ya comienza a vislumbrar la existencia del mundo al que pertenece. Entonces comprende que los brazos de su padre se extienden más allá de su pequeñísimo cuerpo. Está extasiada con el movimiento que ha conmovido a toda la Merced con aquella partida. Y ella, que es la mascota de todos, se siente por un momento olvidada. Llora porque su padre la ha mirado con tristeza al despedirla. Ese hombre fuerte y joven, duro y aventurero, que ella conoce tierno y cobijante, se ha sentido débil frente a ella.

Pero la pena infantil dura un momento. Menos de una mañana. Hacia el mediodía cuesta sacarla de sus juegos, de sus corridas, de sus gritos y risas infantiles para traerla al almuerzo, olvidada ya de la partida paterna.

Los días se suceden, las semanas, el mes, y luego de cumplidos los tres meses se reunirán nuevamente el padre con su hija. Ha crecido mucho. Casi lo desconoce, con esa curiosa reacción de olvido de su edad ...”¡Soy yo! ¡Yo!”... insiste Don Francisco, y lentamente todo retorna a la normalidad. Su ángel rubio es nuevamente suyo.

Ella crece junto con la Merced. Con el Tucumanao. Con el producto comercial de las carretas que van y vienen. Y sigue dentro de su infancia dulce, casi silvestre. Ha vivido siempre con tanta extensión a su alcance, que resulta difícil convencerla de que pronto se acercará a una nueva edad. La fascinación de su padre por ella es tan grande, que tampoco él ha advertido nunca que su hija pronto será una doncellita, y ya no podrá llevarla a todas partes consigo a la grupa de su caballo, cuando recorra la Merced junto con sus negros angolas custodios.

Ahora los dos, deben reeducarse.

Sí. Una reeducación... y la reeducación comienza. El sueño rubio de Don Francisco se somete a la transformación. Se ordenan sus cabellos hacia arriba. Se alargan sus vestidos. Comienza a caminar bajo instrucciones estrictas. Su belleza resalta en esa incipiente elegancia de damisela. Frente a ella, sentado en un bello sillón de obscura madera con labrados barrocos, traído de China, sedente y sonriente, Don Francisco mira con placer a su hija... y ríe.

Ríe, porque la niña se confunde y equivoca. Porque no es niña ni mujer aún. Porque ella es todavía la misma que recorría a su lado toda la Merced. Esta mujercita que ha cumplido los quince años, es ahora un nuevo juguete para todos. Pero las ropas que le colocan son simplemente adaptaciones a su cuerpo, de prendas orientales traídas antaño en los arcones. Aquello no conforma a su padre, quien insiste que las modas altoperuanas son muy diferentes. Y él sostiene con énfasis, que en su próximo cargamento le comprará las adecuadas.  

Traerá para ella un ajuar completo, con lo más elegante que encuentre en el Mercado de Charcas. Allí donde abundan las sedas de Manila. El bordado en lino paraguayo al ñandutí. Los tejidos cuzqueños. Los encajes limeños. Las perlas y corales que llevan los navegantes del océano Pacífico, tal como él hacía antaño. Allí las modistas de la elegante Chuquisaca trabajan estos lujos al último grito de la moda altoperuana... ¡Y él volverá con todo aquello que su preciosa hija debe lucir, como hija del encomendero Vázquez de Oporto que lleva veinte años en el Tucumanao!... ahora que ella ha cumplido quince años.

EL  MERCADO  DE  CHARCAS
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Las carretas se preparan. El Alto Perú las aguarda. La comitiva que acompaña a Don Francisco está pronta. También junto a él parte su hijo mayor, quien ya ha entrado en edad de aprender este tráfico comercial, para reemplazarlo como su mayorazgo en el futuro. Los custodios angolas, bien armados, ensillan sus caballos y pulen sus pistolas. Toda la conmoción del viaje anual vuelve a alterar la Merced.

El encomendero se ha colocado sus mejores galas, pues debe pasar previamente —antes de tomar el Camino Real— por la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía. Allí saludará al Prior de la Compañía de Jesús, ofreciéndole  sus servicios, simbolismo que nunca dejará de efectuar ningún encomendero. Además verá a su segundo hijo, quien se halla interno en el Colegio Mayor.

Su hija muy triste lo mira acicalarse con gran lujo, luciendo una gola impecable al cuello y altas botas labradas en Potosí. Así trajeado ella cree desconocerlo, ya no es un tucumano sino un altoperuano. Ante su atuendo de viajero la niña lo mira con melancolía. Pero no ha cambiado sin embargo, Don Francisco le sonríe cariñoso y ella ve que en su interior sigue siendo el mismo. Un marino portugués, radicado en tierra, que quedará en esa pampa a través de los ojos azules de su hija, que tanto se parecen a los suyos.

Y la caravana parte, colmada de mercadería alimentaria para vender en el Alto Perú. La pampa infinita la despide. Los días se suceden. El Tucumanao ha prosperado mucho como producto de veinte años de trabajo, y las carretas que van y vienen mantienen ese contacto indispensable con el gran Mercado de Charcas.

Y más allá... Al margen de este escenario que comienza a civilizarse, que intenta salir de la prehistoria donde se hallaba antes de llegar ellos, cuando era el “Incógnito Regno”... los pueblos originarios que aún viven en cuevas, contemplan esa caravana, asombrados. La ven pasar, sin comprender nada. Desnudos. Preculturales. Y espían intrigados a la caravana de la Merced que pasa cerca de ellos, con esa gente extraña que ha llegado desde muy lejos, cambiándolo todo. Un mundo nuevo erigido sobre sus tierras solitarias, en los confines del planeta, que apenas dos décadas atrás era un espacio de tierra, sólo conocido por ellos.

Comechingones y Sanavirones no eran tribus belicosas, pero sí amantes de lo ajeno, lo que imposibilitaba su adaptación en las Mercedes. Además no aceptaban aprender ningún trabajo agrario. Vivían de la recolección. Algunos de ellos tenían ojos claros y también cabellos rojizos. De piel casi blanca. En los siglos futuros los investigadores franceses hallarán una conexión lingüística y corporal, entre ellos y las avanzadas tardías de los piratas normandos, llegados por el año mil a todo el continente americano. Río Segundo registra, precisamente, varias toponimias analizadas por estos estudiosos galos.

Y la caravana continúa su ruta, en un viaje inverso al que hicieron los lusitanos en el comienzo. Pampas. Sierras. Salina. Desierto. Bosques. Lluvias. Selva. Puna. Altiplano. De posta en posta. Antes de ingresar a la puna deberán cambiarse caballos, bueyes y ruedas. Pues los animales deben estar adaptados a la altura, igual que las ruedas de las carretas. Los propios les aguardarán de retorno al Tucumán ...¡Finalmente!... el hechicero Alto Perú se abre a los viajeros y la caravana entra feliz en Charcas.

Los cueros son vendidos a un precio excelente. El Charqui (carne secada al sol) es de primera calidad. El bizcocho está bien tostado. La harina muy blanca y bien cernida, tiene buena acogida. Las velas son resistentes, pues están hechas con un sebo duro. El Vino del Rey, elaborado por los jesuitas en su estancia de Jesús María, son favoritos de los mejores catadores altoperuanos.

Los Oidores que hacia allá los enviaron, están cada vez más contentos con los lusitanos. El Tucumanao prospera en producción, en riqueza agropecuaria y se ha establecido ya una vía comercial que enorgullece a la Real Audiencia de Charcas, su tutora. No se habían equivocado con ellos. Los portugueses han respondido a su herencia genética. En búsqueda de una ruta comercial llegó Vasco de Gama a la India. Y en búsqueda de otra ruta comercial han llegado los lusitanos al Tucumanao, cumpliendo con sus consignas inalterables.

JOYAS  Y  SEDAS
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En Charcas el encomendero Vázquez de Oporto, recién arribado de la provincia del Tucumán (nombre general para ambos Tucumanes) recorre el Gran Mercado. Elige. Selecciona. Se hace asesorar en el gusto femenino. Es amigo de varias damas altoperuanas, que año a año lo aguardan, y que ahora se complacen en acompañarlo en estos encargos. Pero él tiene el olfato propio de su sangre lusitana, no sólo comercial, sino también de las elegancias y finezas. Del navegante que ha conocido Oriente, en su época de esplendor. Del caballero lusitano que a pesar de su aislamiento pampeano, aún recuerda el ornato de Portugal ¡Y llena un espléndido arcón!

Adornará a su ángel rubio de 15 años, con las galas más elegantes que existen en el Mercado de Charcas. Con el mejor lino bordado al ñandutí en Paraguay. Con las sedas de Manila. Con las últimas importaciones orientales, que llegan hasta alli por la ruta del Pacífico, su antigua ruta. La ruta de la seda, los corales y las perlas.

La joyería debe buscarse en Potosí, y esta selección le demanda más tiempo. Los talleres compiten allí en precios y bellezas. Cada uno de ellos es una muestra sorprendente de orfebrería. Por fin se decide, cuando cree hallar los mejores ornatos para lucir en una joven rubia. No se engaña, pues ellos son de gran hermosura.

La caravana finalmente emprende el regreso. El descenso. Desde Potosí a 4 mil metros de altura, debe retornar a la pradera pampeana de su Merced. La Puna se aleja. Se pierde a la distancia el Altiplano. Don Francisco recobra sus caballos, mulas y ruedas que dejara a buen recaudo. Entra en las selvas lluviosas. Luego tierras áridas lo envuelven. El vergel del Tucumán se insinúa. Cruza la Salina Grande. Atraviesa ese desierto blanco. El Tucumanao se aproxima y ya entra en él. La ciudad de los Jesuitas —Córdoba— lo recibe revestida en su sobriedad y erudición. Nuevamente saluda al Prior y le hace entrega de su encargo, el dinero logrado con la venta del Vino del Rey. Le trae cuantiosas noticias del Obispado de La Palta altoperuano. Otra vez se reencuentra con su hijo estudiante.

El camino nuevamente lo aguarda. Siguiendo la ruta del sur, el clima se refresca rápidamente. El horizonte baja, lo invade la planicie. Lo recibe la pampa infinita. Las aguas del Río Segundo, su vergel y su tierra lisa, saludan al encomendero que regresa al fin...

¡Se acerca ya el reencuentro! Medita en el momento cuando abrirá a su hija quinceañera el arcón, que ha atravesado repleto de sedas, joyas y bordados, casi un medio continente. La luminosidad del día está plena en su euforia matinal. Don Francisco reconoce el escenario porque es el suyo. Aquél que dejó tres meses atrás y el mismo que lo ha aguardado año tras año, en su tráfico altoperuano.

Es éste. Es el mismo. Es el suyo ... ¡Y no es el mismo!

Nada. Nada queda de su casa. Nada de sus almacenes. Nada de su hacienda. Nada de su capilla. Nada de todas las casas de su Merced ... Nada.

¡NADA!

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EL  MALÓN
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Sólo un escenario vacío. Una tierra yerta ... Hollín ... Cenizas ... Despojo ... Algunos cuerpos mutilados ... ¡Un Malón se lo ha llevado todo!

Un Malón patagónico de indios Araucanos arrasó su Merced. La horda que todo destruye, roba, quema y asesina, a cuyo paso salvaje no crece ni la hierba. Y que se lleva además “cautivas” como trofeo de sus hazañas, a las doncellas...  ¡El Malón le ha quitado su ángel rubio de quince años y nunca se lo devolverá...!

-OOOOOOOOOOOO-

LA  BELLA  CAUTIVA
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—“Su bella hija rubia fue llevada Cautiva por los indios del Malón, más allá del Río Quinto”

La buscará por espacios vacíos. La buscará por sendas desérticas. La buscará por toda la pampa posible. La buscará infatigablemente. La buscará por tiempos no contados.

La buscará con partidas de soldados tucumanos. Con guardias especiales altoperuanas. Con tropas bien armadas que llegan en su ayuda.

Y mientras más al sur descienda, mientras más la busque por tierras desconocidas, mientras más galope en dirección a la Cruz del Sur ...El, el cartógrafo portugués Francisco Vázquez de Oporto, quien colocó su estampa feudal en ese límite austral del Virreinato del Perú, donde terminaba el imperio español de ultramar...

¡Nunca podrá hallarla! ....Los indios Maloneros jamás se la devolverán.

Y mientras él más descienda cabalgando por la pampa infinita. Mientras más se interne en las soledades sureñas. Con adictos. Con armas. Con ejércitos de avanzada...

¡Más lejos aún de él... se la llevarán los Maloneros!

-OOOOOOOOO-

“En el año del señor de 1626......”

-OOOOOOOOO-


AGRADECIMIENTOS:

A la Profesora Aída Vázquez Cuestas

Al amigo y pariente
Quiquín Ferreyra Vázquez

A Cornelia Vázquez Ludueña
(maestra de niños)

FIN

Alejandra Correas Vázquez

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Fecha de inscripción : 17/10/2009

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