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TRAGEDIA EN CÓRDOBA - 1767

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Dom Ago 14, 2016 5:24 pm

La Tragedia de 1767
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por Alejandra Correas Vázquez

Fue un día de 1767 cuando todo el alumnado en pleno de la "Universitas Cordubensis Tucumanae" (Virreinato del Perú hoy centro de Argentina) hallábase en clase, que entró allí sin anuncio previo y en forma intempestiva, una partida de soldados pertrechados hasta los dientes, quienes procedieron de inmediato a encadenar a los profesores Jesuitas “in situ”.

El batifondo fue total. Aumentado por los jovencitos que trataron de intervenir a sillazos contra los soldados armados, defendiendo a sus amados maestros Y por sus fieles mulatos angolas (escribientes de los Jesuitas) que quisieron en vano protegerlos. Los soldados enervados, intentaban no herir a los alumnos según órdenes oficiales recibidas, pero fueron agredidos a palazos por los muchachitos con sus bancos de madera de lapacho paraguayo, bastante pesados. Quedaron todos ellos llenos de magullones. Mientras los profesores Jesuitas, encadenados, en forma estoica seguían recitando en latín a Horacio y en griego a Platón. Y así subieron a los carruajes que se los llevaba para siempre lejos de sus discípulos, por orden del rey Carlos III de Borbón.

Aquello se llamó la “Expulsión Jesuítica” que dejó para siempre hasta el presente en la mentalidad cordobesa, un recuerdo doloroso. Cruel y caótico.

Por meses los alumnos que eran internos y permanecían en la institución varios años hasta terminar sus estudios, sobrevivieron en soledad y a su suerte. Acompañados sólo de los mulatos y encerrándose sin abrir la puerta a nadie... ¡Ni a sus padres, cuando venían a buscarlos! ...Algunos de ellos no se reconocían ya, pues luego de varios años (veraneaban incluso en los predios jesuíticos serranos) habían los chiquillos cambiado mucho. Hasta corrió la versión —posteriormente— de que entre ellos se intercambiaron. O de que alguno sufrió un accidente importante durante aquel batifondo (cuando los separaron abruptamente de sus maestros) del que no sobrevivió. Entonces otro de menor holgura económica,…o con padres que andaban dispersos por el hispanísimo imperio ...lo reemplazó.

Al parecer se estilaba seguir el uso de las órdenes religiosas. Es decir, darles otro nombre dentro del internado. Esto se hacía a fin de evitar privilegios entre el alumnado. De este modo recibían un nombre que usaban en el interior del establecimiento y mediante el cual se los examinaba. Entre ellos tenían prohibido conocerse por el auténtico. Hoy nos examinamos por un número, antaño por un nombre clave escolar. El verdadero que figuraba en la lista de archivos sólo lo conocían el Prior de la Compañía de Jesús y el R.P Rector, ambos ahora ausentes, encadenados y en viaje hacia Roma.

Ingresaban siendo niños de unos 7 años (la edad preferida por los Jesuitas) y ciertos de ellos llevaban en esos momentos más de 10 años sin haber vuelto a ver a su familia. Por ello se sospechó de confusiones. Nunca aclaradas o silenciadas a voluntad de los muchachos. Quizás por revelaciones secretas entre compañeros aquellos que estaban ahora ausentes en forma definitiva (por haber luchado a golpes contra los soldados cuando la tragedia abatióse la Universidad) pudieron establecer los que no eran, conocimientos de la familia que buscaba al que ya no podía hallar. Así se suplantaron. Pues la sangre corrió, inevitablemente y aunque lo negasen a posteriori. Corrió sangre estudiantil en aquel recinto convulsionado que resistióse a sillazos contra una partida de soldados bien pertrechados. Era inevitable.

Epílogo final de un vida “lejos del mundanal ruido” ofrecida por eruditos clásicos —los Jesuitas— a jóvenes aislados en el Cono Sur del continente americano, en tiempos coloniales.

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Nunca más súpose en Córdoba sobre aquellos profesores encadenados y arrancados de allí por vía de la fuerza. Como en apariencias los hechos eran casi los mismos observados con la prisión y ejecución hecha antaño a su fundador (Don Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo, judío y cristiano nuevo) la triste suerte corrida por estos maestros Jesuitas (pensóse) era la misma.

Por dos siglos se tomó aquello como una dolorosa verdad. En sus celdas de meditación y estudio quedaron sus ropas, sus libros, sus apuntes, sus plumas de ganso, sus violines, sus efectos personales. Tal como los dejaron. Pues nadie les dio tiempo para hacer un equipaje. Todo quedó allí. Tal cual lo dejaron en ese instante final, cuando fueran arrebatados de sus cátedras encadenándolos frente al alumnado. Objetos privados que sus discípulos guardarían con celo cada uno de ellos, como tesoros invaluables, todo el tiempo que durarían sus días. Perduraron dentro de muchas familias y aún se conservan como antigüedades coloniales..

Los Jesuitas transformáronse en leyenda. Pertenecían a un tiempo feliz, que cada uno evocaba como la vida bucólica de una Córdoba Colonial que ya no volvería. El devenir sería más realista y más ambicioso.

Dos siglos después comenzaron a aparecer noticias de ellos, desde Roma, adonde fueron llevados de inmediato y entregados al Papa como un “paquete”. Habían sobrevivido en la ciudad eterna sin que los cordobeses lo supieran, pues en el mejor de los casos creíanlos dentro de cárceles españolas.

Y fue allí en Roma que en el siglo XX comenzaron a editarse publicaciones, escritos argumentales, comparativos, partituras musicales y presencia viva de aquellos amados profesores arrebatados de improviso de la Docta Córdoba, a la que ellos forjaron y le dieron un destino cultural. Una ciudad que conservó y valoró su recuerdo. Personajes valiosos revivieron entonces como Peramás y Zípoli, quienes por sus obras retornarían doscientos años después, a esta ciudad universitaria que dejaran con tanto dolor y encadenados.

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Alejandra Correas Vázquez

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