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CÓRDOBA EN CENIZA (1829)

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Jue Jul 07, 2011 5:04 pm

CÓRDOBA DE CENIZA
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(Tragedia en 1829)


Todo había terminado. El horizonte fue delineándose dando comienzo al día y las nubes de la violencia se disipaban, para dejar lugar a la tristeza. El horror a la resignación. La sangría al duelo. El incendio a la ceniza. Córdoba no pudo elegir … Regina tampoco.

Ella tenía ahora después de esta tragedia de La Tablada, un hermano ahorcado. Otro muerto en la batalla. Un padre derrotado que cabalga hacia Santa Fe con el Dr. Bustos y ella nunca más lo verá. Un novio triunfante –Aurelio- pero que enterraba a sus familiares. Una casa incendiada. Una calle arrasada. Un techo desmoronado. Una Universidad devastada y el gobernador progresista Dr. Juan Bautista Bustos de Lara … ya no estaba en Córdoba … ¡Córdoba era sólo ceniza!

Los cordobeses habían muerto unos contra otros. Se mutilaron, se quemaron y se asesinaron en lucha fraticida durante toda la jornada anterior hasta las últimas tinieblas nocturnas del día subsiguiente. Del 22 al 23 de junio. Todo ahora era muerte y desolación. Carbón. Ceniza. Escombro. Ya no quedaba otra realidad. Las casas coloniales tenían gran facilidad combustible. Profusión de maderas de algarrobo, quebracho y lapacho. Cueros. Sedas. Tejidos. Alfombras. Cortinados. Libros. Pergaminos. Baúles. Carruajes. Y en el patio interior paja y heno para los caballos …en estas condiciones ¡El incendio volvíase implacable!

El conocerse la noticia de La Tablada (al pie de la ciudad) cada partidario prendió fuego al adepto al bando contrario ¡Y la Córdoba Colonial transformóse en ceniza! Unos y otros incendiarios quedaron sin techo. Las teas destructivas como antorchas luminosas que decoran las ciudades en las grandes fiestas cívicas, envolvían esa antigua ciudad universitaria de los Jesuitas, en un escenario dantesco.

Todo era humareda y llamarada. El cielo había desaparecido y la noche estaba más iluminada que el día. La sombra del Marqués de Sobremonte (residente en ese entonces en Cádiz) vagaba desolada por sus jardines de antaño, como intentando retener las fragancias dispersas en el pavoroso incendio. Y en los patios humeantes, espectros de antiguos eruditos que solazaran sus horas en la pasividad del estudio, gemían entre angustias dolorosas.

Largas filas de barricadas ardiendo cubrían las entradas de esta ciudad levantada al pie de La Tablada …¡Y como fogatas desolantes emergiendo hacia el cielo en un resplandor funesto, enmarcaban las crestas barrancales que bordeaban a Córdoba con perfiles escultóricos de un gigantismo mudo!... Detrás de cuya roja greda más encarnada aún por la llama y la sangre, atrincherábase el espanto de toda una ciudadanía universitaria que por segunda vez en su existencia iba a ser avasallada a punta de espada (1767 y 1829).

Pero el daño que el ejército foráneo y vencedor (llegado de la guerra con Brasil) buscaba perpetrar en la ciudad vencida, fue mucho menor que aquél que se produjeran entre sí los cordobeses mismos. Nadie estuvo en su casa para cubrirla, porque todos estaban en la ajena para destruirla.

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Regina sigue caminando por las calles de ceniza. Aquella es su Córdoba, su Río Suquía, el mismo de su infancia. De la infancia de ambos, cuando en los patios que esa mañana humean Reginita y Aurelito, dos tiernos niños, jugaban ante las vista de sus dos padres, a quienes veían dialogar con parsimonia comentando los acontecimientos en San Miguel del Tucumán. Ambos admiraban aquél Congreso de 1816, y la vehemencia con la cual los diputados por Potosí (del Alto Perú) lograran la independencia definitiva ¡Potosí siempre imponente y dorado! Gestor de la independencia argentina.

Sus padres eran dos señores elegantes. Sobrios. Respetuosos. Responsables. Universitarios. Eruditos. Cordobeses de la misma formación académica. Nada hizo prever entonces el desencuentro futuro. Ahora Regina y Aurelio ya no tenían padres, separados en ambos bandos opositores y con trágico fin, pues todos habíanse vuelto muy diferentes en una misma Córdoba.

En esa cruenta batalla de laTablada moriría una generación o emigraría de allí. La ciudad se vació. Todos eran huérfanos. Todos eran deudos. Ya ninguno tenía techo. Los bienes, el vestuario, el mobiliario, los carruajes … habían servido en gran medida para propagar las llamas. Muchas personas perecieron en el interior de esas casas con rejas inviolables, como en una prisión de fuego. No quedaba para el recuento de las pérdidas la posibilidad de vencedores o vencidos. Fue ese el final de una arquitectura colonial de flores y balcones con perfume a jazmín.

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Cuando en ese lúgubre escenario se encuentran, Regina y Aurelio están demasiado solos para separarse. El era un capitán del ejercito vencedor. Ella era la hija de un miembro del gobierno vencido. Pero ninguno de ambos tiene ya casa, ni padres, ni ropa, ni comida. Pues los campos y cosechas también han sido quemados.

Poco antes se tenían resentimiento. Habían rechazado sus mutuos mensajes de amor. Pero al conocer el final trágico de todos los suyos, preguntaron en su interior ¿Y Aurelio? ¿Y Regina?

En aquel holocausto estéril esta ciudad iba a reconstruirse mediante el esfuerzo de su propia gente. Todos sus hijos dolientes, todos sus domicilios destruidos todos,. Todas las familias con muertos, exilados y deudos, iban a perdonarse mutuamente, iban a emparentarse … Y a volver a su Universidad.

Esto es lo que hicieron Regina y Aurelio, sin caos, en la permanencia del Río Suquía.

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Alejandra Correas Vázquez
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