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KHEOPS, UN FARAÓN DESCONOCIDO por José Alvarez López

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Vie Oct 29, 2010 1:27 am

KHEOPS, UN FARAÓN DESCONOCIDO

por José Alvarez López

Cuando los primeros “homo sapiens” aparecieron sobre la Tierra ya había pirámides. Cuando nos remontamos a los tiempos más antiguos, a los primeros hombres que poblaron el planeta, encontramos pirámides. Todos los hombres de todos los tiempos convivieron con pirámides.

No tiene por lo tanto nada de extraño que hoy reconozcamos en los diversos continentes más de trescientas pirámides, todas procedentes de una remota antigüedad. En Méjico, por ejemplo, tenemos la pirámide de Cuicuilco, una parte de la cual se halla sepultada por lava volcánica. La datación de esta lava —es decir, la determinación de la fecha de la erupción volcánica— puede realizarse por métodos conocidos por la geología, y el resultado del estudio ha señalado una antigüedad de ocho mil años. La cultura maya —cuya existencia no tiene más de dos mil años— habría sido muy posterior a la fecha de la edificación de esta pirámide. Inclusive sería una pirámide muy anterior a las más antiguas dinastía egipcias.

En efecto, la arqueología egipcia sostiene que las más antiguas pirámides de aquel país no tienen una antigüedad mayor de cinco mil años. Se atribuye la edificación de la Gran Pirámide al rey Kheops que vivió alrededor del 2800 a. C.

Pero no todos los egiptólogos están de acuerdo con esta cronología, y un destacado piramidólogo (Pochan) sostiene que Kheops vivió hacia el 4800 a. C. Lo cual haría pensar que la edificación de la Gran Pirámide ocurrió dos mil años antes o sea hace siete mil años, acercándonos de este modo a las fechas de Cuicuilco.

Pero el análisis aquí esbozado en cuanto a la fecha de edificación de la Gran Pirámide contiene un punto obscuro y es que no existe ninguna razón científica aceptable que establezca que fue Kheops quien edificó la Gran Pirámide. El problema de la edificación de la Gran Pirámide se maneja, dentro de la arqueología, en una atmósfera de incertidumbre y obscuridad. Como lo señalan numerosos arqueólogos (Meyer, Driotton, etc.) la IV Dinastía —a dinastía a la cual pertenecía Kheops— nos es totalmente desconocida y de la misma no solamente carecemos de información general, sino que ni siquiera podemos estar seguros de la sucesión de sus reyes.

Se conocen numerosas listas de reyes egipcios (las listas de Abidos, Sakkara, Turín, Palermo, El Cairo, Alejandría, etc.) pero no coinciden entre ellas por lo que la confusión arqueológica es aquí total. No ocurre lo mismo con las demás dinastías egipcias que son perfectamente conocidas tanto en sus personajes, la vida de ellos, como la historia general del país. Por una sorprendente paradoja, conocemos bastante bien la vida e historia de faraones que reinaron muchos años antes de la IV Dinastía, como, por ejemplo, los faraones de la I, II y III Dinastía. Reyes como Narmer, Udimu, etc. Correspondientes a la I Dinastía, son perfectamente conocidos por los egiptólogos.

En cuanto a la historia de Kheops el desconocimiento arqueológico es tan grande que todo lo que podemos decir —hablando con fundamento— es que para egiptología... “Kheops es un desconocido”. Este desconocimiento es subrayado por la circunstancia de que, a diferencia de los otros faraones, no se conocen de Kheops ni sus estatuas, ni sus pictografías, ni tampoco sus edificios, ni sus tumbas, ni siquiera su templo mortuorio. Y esto es algo que el público desconoce.

El conocimiento arqueológico de Kheops —aparte su escueta mención de algunas listas reales que ya vimos— se reduce a dos textos en los cuales se hace alusión a este faraón. El primero de estos textos está referido a la “puerta falsa” de una mastaba del Imperio Medio (posterior en mil años al Antiguo Imperio de la IV dinastía) en donde una inscripción alude a la princesa Meritiotes de la cual se dice que fue amante de Kheops, Khefrén y Micerino. La “mastaba” era un túmulo funerario cuadrangular en cuyo interior se encontraban textos y pictografías pintados o grabados en las paredes, a los cuales debemos la mayor parte del conocimiento arqueológico del antiguo Egipto.

La “puerta falsa” era una puerta simplemente pintada en el muro de la mastaba por la cual se suponía que podría entrar y salir el Ka, el alma inmortal del difunto (el alma mortal era llamada Ba y finalizaba con su vida terrestre). En cuanto al texto en sí, la arqueología establece una separación mayor de cien años entre Kheops y Micerino (Menkara en lengua egipcia), lo cual permitiría atribuir a la aludida princesa una longevidad que competiría ventajosamente con cortesanas históricas, que se hicieron famosas en las cortes europeas por su prolongada juventud.

El segundo texto pertenece al “papiro Westcar” que corresponde a la Dinastía XII (también del Imperio Medio que siempre provee de novelas y es la fecha de la llegada de Abraham a Egipto) en donde se narra el cuento antológico egipcio denominado “Kheops y los Magos”. En el citado papiro se dice que un día en que Kheops se aburría fueron llevador a palacios tres magos para entretenerlo. El primero de ellos, organizó una serie de juegos de salón que mantuvieron muy entretenidos a Kheops y sus hijos. El segundo mago aterrorizó al Faraón haciendo aparecer un cocodrilo que se achicaba a voluntad del mago, pero que también podía agrandarse hasta infundir miedo. El tercer mago adivinó secretos de los asistentes y, finalmente, hizo la profecía de que en la tercera generación sus descendientes serían reemplazados por una Dinastía nacida de Ra.

Aparentemente, la profecía se cumplió pues la V Dinastía se constituyó en el tiempo anunciado por el mago, con sacerdotes procedentes del monasterio de Heliópolis conocidos por su culto solar (más adelante maestros de Akhenatón, pues Ra es el Sol) que ocuparon el faraonato, que hasta entonces había estado ejercido por faraones laicos y militares. Pero hay que advertir que al momento de la confección del papiro Westcar ya habían transcurrido ocho dinastías más, de modo que la historia egipcia era bien conocida por los escribas de la Dinastía XII.

En estas pocas alusiones a Kheops de la literatura egipcia se puede uno sorprender de que el gran constructor de la pirámide más célebre del mundo, tuviera tiempo de aburrirse. El cuento del papiro Westcar hace más bien pensar que Kheops tuvo poco que ver con la Gran Pirámide.

Nos queda por examinar el único testimonio histórico en donde se afirma que la Gran Pirámide fue construida por Kheops. Se trata del relato de un viajero griego que por accidente llegó a Egipto durante la dominación persa (que siguió a la invasión asiria), y conversó allí con gente que encontraba en la calle. En efecto, Heródoto nos dice que fue a Egipto para aclarar un asunto del que le habían hablado en Persia y que era algo que despertó su curiosidad... la demostración de que Frigia era el más antiguo reino de la Tierra.

El propósito inicial de Heródoto fue escribir una historia de Persia (entonces predominante en Oriente), pero llegado allí le narraron que un rey habiendo decidido averiguar cuál era el lenguaje más antiguo de la tierra hizo aislar a dos niños recién nacidos de modo que nunca oyeran pronunciar una sola palabra. La primera palabra que pronunciaron fue “becos” que, después se averiguó, quería decir “pan” en Frigio. De lo cual concluyó el susodicho investigador, que el frigio era el más antiguo idioma hablado por el hombre. El viaje a Egipto de Heródoto obedeció a su interés —realmente científico— de obtener más información sobre el aludido experimento.

Como entre unas y otras cosas Heródoto visitó casi todo el mundo antiguo, terminó por escribir su famoso “Nueve Libros de la Historia” que dedicó a las nueve musas, que como es sabido estaba cada una consagrada a un arte. Hoy todavía las nueve musas siguen teniendo vigencia y es así que usamos a “Melpómene” para designar a la tragedia, “Talía” para designar a la comedia y a “Euterpe” pata referirnos a la música. A esta Euterpe, precisamente, dedicó Heródoto la parte de su libro que se ocupa de Egipto.

En estos pasaje del “Padre de la Historia” es evidente que el viajero recoge las más diversas opiniones y no precisamente las de los sacerdotes, pues dice expresamente que los sacerdotes egipcios eran reticentes en mencionar los nombres de los reyes que habían edificado las pirámides, y que cuando se referían a ellas las llamaban, genéricamente, “las pirámides del pastor Filitis” por ser este pastor, aclara Heródoto, el que apacentaba sus ovejas en el lugar donde se hallaban las pirámides. Es evidente por el nombre griego, que este pastor vivía ya en época tardía.

La pregunta obvia es de dónde obtuvo Heródoto la información sobre la existencia de estos reyes y su pretendida participación en la edificación de las pirámides. La arqueología hasta hoy no tiene confirmación alguna ni de lo uno ni de lo otro y ha debido confiar, por falta de información, en la veracidad de Heródoto. Y aquí aparece otro inconveniente pues cualquiera que lea a Heródoto, muy pronto se dará cuenta de que no puede prestarse mucha fe a un autor que constantemente confunde la historia con la mitología. Evidentemente el Padre de la Historia era incapaz de distinguir entre una y otra cosa. Por esto y por otras cosas ya Plutarco —el fidedigno historiador grecorromano— acusaba a Heródoto de charlatán. Pero Heródoto, aparte su natural tendencia mitificante, se veía compelido por otros factores.

No queremos disminuir los méritos indudables del narrador y viajero griego que ha dado con su información la base de importantes investigaciones históricas, pero en la época en que él se paseaba por Egipto había transcurrido mucho más tiempo desde la edificación de las pirámides, que el pasado desde la época de Heródoto hasta nosotros. Es el período egipcio llamado Epoca Baja, cuando el país del Nilo pasa por las sucesivas influencias asirias, persas, griegas, algunas veces por invasión y otras por fundación de colonias de las mismas en su territorio. Especialmente cuando este Egipto que visita Heródoto se halla bajo la dominación de Persia (de la que lo rescatará Alejandro) y en realidad está convertido en una “satrapía” o gobernación del Gran Rey, como le llamaban los griegos. A un mismo tiempo en su territorio habíanse fijado colonias griegas, motivo por el cual los macedonios un siglo después, se interesaron en liberar a Egipto. La información de Heródoto desde este punto de vista, tiene tanto valor como la que podría obtener un turista moderno, a quien un taxista de Roma le informara sobre la fecha de la erección del Capitolio.

Por otra parte en la época del narrador sucedían las cosas de muy distinta manera que hoy. En este sentido un conocido arqueólogo señala que Heródoto “que vio en su viaje por Egipto tantas cosas que no existían, no vio muchas de las allí existentes”. En efecto, no menciona en ningún momento la presencia de la Esfinge como si durante su paso por Egipto tal monumento no hubiera estado allí. O sea que Heródoto ,el cual vio tantas cosas respecto a las Pirámides, no vio a la Esfinge.

Haciendo un ajuste valorativo de la información de Heródoto, no debemos olvidar tampoco sus silencios deliberados... En Euterpe nos dice a cada rato “...pero de esto no me está permitido hablar”. Tal vez el tema de la esfinge fuera un tema “tabú”, y su deformada información sobre las pirámides tenga mucho que ver con esto.

Como los sacerdotes no hablaban ¿quién informó a Heródoto sobre los nombres de Kheops, Kefrén y Micerino?

Poco tiempo después de Heródoto aparece el historiador griego Diodoro de Sicilia quien dice sobre el tema... “Con respecto a las pirámides hay un desconocimiento total entre los egipcios, pues mientras unos las atribuyen a Kheops, Kefrén y Micerino, otros dan como autores a Armaeus, Amosis e Inarón”. Los tres primeros corresponden a la IV dinastía del Antiguo Imperio, y los tres últimos a la dinastía XVII del Nuevo Imperio, con el cual finaliza el período de los reyes Hiksos, pues Amosis fue su expulsor. Hay más de mil años de diferencia entre los dos grupos.

Ahora transcribiremos algunos pasajes de Heródoto (quien como dijimos visitó Egipto bajo la dominación persa), comenzando por el capítulo CXXIV...

“Hasta la muerte de Rampsinitos, dijo el sacerdote, Egipto fue gobernado con justicia y floreció grandemente pero después de él le sucedió Kheops en el trono el cayó en todo género de explotaciones. Cerró los templos y prohibió a los egipcios efectuar sacrificios, obligando en cambio a trabajar, unos y todos, a su servicio. Algunos eran requeridos para llevar los bloques de piedra hasta el Nilo desde las canteras situadas en las montañas de Arabia, otros recibían los bloques después que los mismos habían sido llevados en botes a través del Nilo, y los llevaban hasta las montañas llamadas de Libia. Unos cien mil hombres trabajaban constantemente y eran reemplazados cada tres meses por un lote nuevo.”

“Significó diez años de opresión del pueblo construir el camino por donde debían llevarse las piedras, un trabajo no inferior, en mi opinión, a la construcción misma de la pirámide. Este camino tiene 800 metros de largo, 20 de ancho y una altura de 15 en la parte más alta. Está construido en piedra caliza y cubierto de efigies de animales. Hacerlo llevó diez años, como ya dije, o mejor dicho, construir el camino, las obras en el lugar donde debía edificarse la pirámide y las cámaras subterráneas que Kheops construyó para su uso personal, éstas últimas estaban en una isla rodeada de agua introducida del Nilo por un canal. La construcción de la pirámide misma demoró diez años. Es un cuadrado de 250 metros de lado, de igual altura hecha de piedras pulidas y colocadas con sumo cuidado. Las piedras de que está formada no son ninguna de menos de diez metros de largo.”

Sigue diciendo Heródoto en el Capítulo CXXV...

“La pirámide está construida en gradas o basamentos o de acuerdo con otros en forma de altares. Después de colocar las piedras en la base, levantaban por medio de máquinas formadas por trozos cortos de madera las piedras siguientes. Se colocaba una máquina de éstas por cada gradería de manera que había tantas máquinas como gradas tenía la pirámide, aunque también es muy posible que si las máquinas no fueran muy pesadas, las mismas pasasen de una grada a la otra conjuntamente con la piedra. La pirámide comenzó a pulirse desde arriba de manera que la última parte en quedar terminada fue aquélla que está sobre el suelo.”

“En la pirámide está escrito el valor de los ajos, cebollas y rábanos que consumieron los obreros empleados en la edificación que de acuerdo con el intérprete que me leyó los caracteres, alcanzaba a la suma de 16.000 talentos ¿A cuánto ascendió entonces el gasto de herramientas, alimentación y vestido para los obreros que hicieron no solamente estas obras, sino también aquéllas que debieron dar más trabajo como el transporte y tallado de piedras y galerías subterráneas?”

En la parte que sigue del Euterpe, Heródoto se ocupa de detalles sin importancia o más bien de carácter mitológico. Dice que Kheops, habiendo gastado el tesoro real, se vio en dificultades económicas para proseguir la obra de la pirámide, pero que resolvió el problema obteniendo fondos por la prostitución de su bella hija. Dice que la princesa requería, además, una piedra a cada uno de sus amantes, con las cuales terminó edificándose su propia pirámide.

Se ocupa también Heródoto de la segunda pirámide y en los siguientes términos en el capítulo CXXVII...

“Muerto Kheops sucedióle en el trono su hermano Kefrén. Según decían los sacerdotes, Kheops duró en el reinado 50 años. Kefrén gobernó el país de la misma manera y con los mismos propósitos y por ello se hizo una pirámide, en la puerta inferior revestida de mármol etiópico, pero menor en 12 metros que la anterior, lo que sé de haberlas medido personalmente. Carece la pirámide de Kefrén de los edificios subterráneos de la obra, ni tampoco posee la isleta que riega un canal derivado del Nilo y en donde, según dicen, están enterrados los restos de Kheops. Las dos pirámides se hallan en una colina que tiene unos 80 metros de elevación. Kefrén reinó 55 años”.

El Faraonato como el Incario, tenían por sistema que el faraón o el inca sucesor debía ser esposo de la Princesa Real, única forma de lograr el cargo imperial. En el caso de Kefrén no bastaba con ser hermano del faraón anterior, de modo que su esposa fue la hija de Kheops que con el pago de sus amantes logró finalizar el costo de la pirámide.

Luego continúa Heródoto en el capítulo CXXVIII...

Sumados los años de ambos reinados dan los 106 años durante los cuales, refieren los egipcios, vivió el pueblo en total miseria, sin que en todo este tiempo se abrieran los templos una sola vez. Tanto es el odio que conservan contra estos reyes que no quieren ni acordarse de sus nombres y, por ello, al referirse a las pirámides, las llaman las pirámides del pastor Filitis, por ser éste el nombre del pastor que apacentaba sus ganados en el lugar donde se construyeron las pirámides”.

Cuando las civilizaciones han cumplido su tiempo con la historia, sus monumentos tienen otros usos. En Tihuanaco (Bolivia) ocurrió lo mismo. El inmenso templo sagrado (espacio abierto sin techo y subterráneo) al que se accede bajando una escalera, convirtióse en un lugar propicio para guardar ganado de guanacos. Un inmenso corral. Pues Ti-Guanaco tiene esa traducción. La metrología que yo realicé en Tihuanaco, posee el mismo patrón de medidas que la Gran Pirámide.

Lo anterior es toda la información sobre las pirámides que poseemos del viajero griego. Completaremos la cita de Heródoto, para mayor abundamiento, con el texto de Diodoro de Sicilia...

“Es idea general que estas obras son lo más maravilloso de Egipto no solamente por su grandiosidad sino también por la belleza de su construcción. Es indudable que hay que admirar más a los obreros que las construyeron con tanta habilidad que a los reyes que lo único que hicieron a fin de cuentas fue gastar dinero que no les pertenecía. En relación a las pirámides hay un desacuerdo total entre egipcios, pues mientras unos las atribuyen a Kheops, Kefrén y Micerino, otros dan como autores a Armaeus, Amosis e Inarón.”

“Aunque los dos reyes que hicieron construir estas pirámides tuvieron el propósito de que les sirvieran de tumba, ninguno encontró sepultura en ellas por la irritación de los pueblos que juraron retirar de ellas sus momias y reducirlas a pedazos. Los dos reyes fueron informados a tiempo e hicieron que sus amigos los enterraran en secreto, y en lugar desconocido.”

Para completar estas citas obtenidas por historiadores clásicos, debemos mencionar que Heródoto, en pasajes que no hemos transcripto, aclara que tampoco Micerino recibió sepultura en su pirámide sino que en la misma se hallan los restos de una hetaira (cortesana entre los griegos) llamada Rhodopis (Ojos de Rosa) con lo cual queda establecido que hasta la antigüedad clásica había llegado la información de que en ninguna de las tres grandes pirámides de Gizeh había sido enterrado ningún Faraón, lo cual ha confirmado la investigación arqueológica ulterior.

Estas ideas de los autores clásicos de que ninguna de las tres pirámides de Gizeh había contenido los restos de ningún Faraón es digna de ser tenida en cuenta sobre todo por algunos notables aciertos de estos antiguos cronistas. Por ejemplo, Diodoro dice que en la tercera pirámide (Micerino9 se había sepultado a una cortesana y la investigación arqueológica encontró en la misma restos de la momia de una niña cuya datación por el Carbono 14 la refirió a los primeros siglos de la Era Cristiana. No era exactamente lo referido por Diodoro pero sí muy parecido.

En la Segunda Pirámide (Kefrén) no se halló tampoco resto de momia o equipo funerario. Por lo demás, los arqueólogos han debido observar que muy difícilmente se enterrara a un Faraón en una cámara pintada de rojo.

Hemos dejado para el final el caso de la Pirámide llamada de Kheops (Primera Pirámide) por cuanto aquí puede demostrarse en forma fehaciente que nunca pudo Kheops estar enterrado en ella.

El principal argumento en contra del entierro de Kheops —o cualquier Faraón— en la Gran Pirámide fue planteado por Petrie, al observar que debido a la presencia de tres grandes bloques en las llamada Gran Galería hubiera sido imposible efectuar un sepelio. Estos bloques estaban destinados a obstruir la entrada a la pirámide. Los arqueólogos habían encontrado que para poder obstruir desde adentro con ellos la entrada a la Gran Pirámide era menester que los enormes bloques ocuparan la Gran Galería, lo cual impediría el sepelio. Por lo menos, cuando se instalaron los bloques no se pensó en el sepelio.

Pero un arqueólogo encontró la solución... El sepelio pudo fácilmente producirse porque los bloques habían sido colocados inicialmente en la Cámara de la Reina. Por supuesto que superado el problema los arqueólogos volvieron a estar seguros de que allí había sido enterrado Kheops. Todo anduvo bien hasta que Petrie, tomando medidas, descubrió que los tales bloques nunca pudieron estar en la Cámara de la Reina, porque la galería de entrada a la cámara era menor que el tamaño de los bloques.

Como el sepelio tenía que efectuarse —de otro modo Kheops no estaría enterrado en la pirámide y con ello sería violado un dogma arqueológico— el arqueólogo Borchardt descubrió una insólita solución... Los bloques habían estado colgados del techo de la Gran Galería y el cortejo pasó por debajo.

Resulta un tanto cómica esta obstinación en modificar la propia estructura de la pirámide que no era apta para ningún sepelio. Porque —y esto es muy importante— lo fundamental del sepelio egipcio era el transporte del difunto hasta su tumba en su propio sarcófago. El sepelio se efectuaba con el fondo reforzado por la tapa que recién se serruchaba recortándola sobre el fondo cuando el sarcófago llegaba a destino. Extrañas ceremonias bien confirmadas porque inclusive puede verse en el Museo de El Cairo el sarcófago de Diodefre —el sucesor de Kheops en una de las dos listas faraónicas arqueológicas— con la tapa a medio cortar todavía pegada al fondo.

Y ahora surge una nueva dificultas para el trabajoso sepelio de Kheops porque Petrie —que siempre medía antes de hablar— encontró que no era posible el sepelio por la simple razón de que el sarcófago, actualmente en la cámara del Rey, es de mayor tamaño que las galerías de entrada y por lo tanto debió estar allí (en la Cámara del Rey) desde el comienzo de la construcción de la pirámide.

Existen otros argumentos que prueban en forma concreta e irrefutable que Kheops no pudo ser enterrado en la Gran Pirámide. Uno de estos argumentos es elemental, porque no se concebiría modernamente que un difunto fuera enterrado en un cajón sin terminar y sin haber sido ni lijado ni pintado. Mucho menos puede pensarse que un fastuoso rey que se hizo edificar una monstruosa pirámide para servirle de tumba fuera enterrado en un sarcófago sin terminar. En efecto, el supuesto sarcófago de Kheops está recién serruchado sin haber recibido el pulido final. Todavía se notan en esta obra incipiente las marcas de los serruchos de piedra que no han recibido el menor pulimento.

La Cámara del Rey está igualmente sin terminar. El piso está completamente desnivelado, las paredes inacabadas sin haber recibido ningún pulimento. Todo está a medio hacer como si la obra hubiera sido interrumpida de golpe. Pero esto tampoco es aceptable por cuanto, como hemos dicho, el sarcófago estaba allí desde el comienzo de la construcción de la pirámide. En el cálculo de Heródoto, estuvo allí diez años sin que hubieran tenido tiempo los obreros de terminar el pulido.

Este aparente abandono prueba que no hubo intención de hacer un cortejo ni de enterrar a nadie en dicho sarcófago. Lo cual nos obliga a buscar en otra dirección la finalidad de la Gran Pirámide. La vieja hipótesis que confunde la pirámide con la mastaba debe ser abandonada.

La finalidad que modernamente se asigna en arqueología a las pirámides justifica plenamente la circunstancia de que la Gran Pirámide sea una tumba vacía. Un monumento puro.


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Alejandra Correas Vázquez

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