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JOSÉ ALVAREZ LÓPEZ por Guillermo Borioli

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JOSÉ ALVAREZ LÓPEZ por Guillermo Borioli Empty JOSÉ ALVAREZ LÓPEZ por Guillermo Borioli

Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Lun Oct 24, 2011 2:23 am

JOSÉ ALVAREZ LÓPEZ

Por Guillermo Borioli
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(Revista Mensual Ciudad X –
Enero 2011
Diario La Voz del Interior, Córdoba)
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UN VIAJERO HACIA LO DESCONOCIDO
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Guy de Maupassant, francés nacido no se sabe dónde y muerto en París en 1893, autor de relatos de terror comparables con los de Edgard Alan Poe, narra en “El Hombre de Marte” que cierto día, mientras trabajaba, le anunciaron que un hombrecillo lo buscaba. “Hágalo entrar”, ordenó a su criado. El cuento, sublime, describe al visitante como “un enclenque maestro con gafas, cuyo cuerpo endeble no se adhería a ninguna parte de sus ropas demasiado flojas”.

El extraño sujeto explicó que se sentía incómodo por haber interrumpido y después de tomar asiento, dijo: “¡Dios mío… estoy demasiado turbado por las gestiones que emprendo. Pero era absolutamente necesario que yo manifestara mis inquietudes a alguien, y no había nadie más que usted. En fin, me he armado de valor, pero verdaderamente, ya no me atrevo.”

Sin pausa, indicó que le aterraba que “en este mundo nadie piense”. Contó que vivía en un paraje francés —Etretat— desde hacía cinco años; que nadie sabía nada de él y que nadie lo conocía. Preguntó: “Usted cree que los otros planetas estén habitados?”. Duda resuelta por Maupassant con un rotundo “Sí. Ciertamente los creo”.

PRIMER ENCUENTRO CERCANO
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Al profesor José Alvarez López le ocurrió algo parecido. Trabajaba en su laboratorio cuando llamaron a la puerta. Se escuchó una explosión y el chalet de Ycho Cruz quedó a obscuras. Buscaba su tester y un destornillador en el mismo momento en que alguien llamaba a la puerta, y al ser atendido preguntó si no era molesta su presencia. “No puede ser más inoportuna”, dijo secamente Alvarez López, sorprendido por la inmediata e inesperada del cortocircuito de manera casi mágica.

Igual en nada al marciano de Maupassant, Delfín López, sabio mendocino, y el cordobés Alvarez López fueron desde ese entonces amigos, emparentados por el saber oculto y la incontenible necesidad de investigar. Aquél trajo consigo —tomando de la Biblia, según afirmó una clave numérica que un teólogo marista habría calificado como “conexión cósmica”. De pie, los López se hartaron de escribir fórmulas en un pizarrón, leyendo y releyendo frases sagradas.

Descreído, el dueño de casa simulaba. Poco a poco fue metiéndose en el tema, tanto que los estudios que sobrevinieron le demandaron cinco años. Concluyó que los escritores bíblicos conocían el cero dos mil años antes de que los árabes lo propagaran por el mundo, y que aplicándolo en sus ejercicios, llegaron a conocer todas las Constantes Atómica. Al dar testimonio de aquel encuentro y sus conclusiones, Alvarez López escribió:

“No es necesario ser matemático para verificar todo esto. Basta con saber contar para verificar que los números bíblicos esconden un mensaje para la posteridad contenido en la milenaria tradición “cabalística” sobre la existencia de operaciones secretas”. Afirmó además que las claves “develadas, evidencian la sabiduría encerrada en el juego de los números”.

Con José Alvarez López, nacido el 31 de julio de 1914, hijo de españoles que llegaron desde la Sierra Nevada de Granada, pasó lo que habitualmente pasa: lo conoce y reconoce el universo entero, menos su barrio. Es que quien fuera un esmirriado investigador, autor de libros que hacen a la agenda de físicos y matemáticos, observadores del espacio e imaginadores de civilizaciones ajenas al ser humano, fue considerado en todos los rincones del planeta, pero ignorado avenida de Circunvalación adentro.

Para una porción mayúscula de sus coterráneos de Córdoba fue simplemente el hijo estudioso de los gallegos que fundaran “Cafés, Tés y Especias Alvarez”, una marca de la ciudad.

EL FIRMAMENTO DEL PROFESOR
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Silencioso y casi flotando, arrastrando su llamativa paciencia, el ornitólogo docto saboreaba del café bien cargado ubicado en el ingreso al Mercado Norte, por calle Rivadavia. En su momento de mayor notoriedad, el profesor Alvarez López cerraba la programación nocturna de un canal televisivo, no con sermones sino con misterios no develados, explicando sus búsquedas y las respuestas ausentes.

Su obra resultó tan prolífica que comparte con Leopoldo Lugones el privilegio de ser los autores cordobeses que más obra escrita legaron. Admiraba al poeta de Río Seco, tanto que en su declamar diario soltaba aquellos versos como: “Al terminar la tarde de aquel día; Cuando vine mi emocionado adiós a darte; Fue la honda tristeza de dejarte; Lo que me hizo comprender que te quería”. Estas estrofas cobran sentido ligadas al idílico romance que el científico vivió con Alejandra Correas Vázquez, su esposa, una artista plástica a la que doblaba en edad, responsable de quebrar una soltería de cinco décadas y de quien se separó sólo cuando se le fue la vida.

Antes de morir, sobre la mesa de trabajo que diariamente ocupaba en su hogar serrano, quedó un papel escrito con una frase de Oscar Wilde: “En el amor el último adiós es el que no se dice”.

Su última aparición pública fue a los 93 años, en el caluroso verano de 2007, en el Hotel Sheraton, cuando a fines de febrero ofreció dos conferencias a un grupo de físicos chilenos que viajaron hasta Córdoba para escucharlo con una profunda atención: aquélla que sus vecinos tal vez no supieron prodigarle al investigador de pirámides.

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Alejandra Correas Vázquez

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